Por Matías E. Ruiz (El Ojo Digital).-

“Mi pensamiento soy yo; y ésta es la razón por la cual no puedo detenerme. Existo porque pienso… y no puedo evitar pensar. En este mismo momento -y me resulta atemorizante-, si yo existo, es porque esta existencia me parece deleznable. Soy yo quien trata de alejarse de la nada a la que aspiro (…) Deseo irme; ir hacia alguna parte en donde me sienta en mi lugar, en donde pueda encajar… pero mi sitio es en ninguna parte; soy el no querido.” Jean Paul Sartre, La Náusea.

Definir a Daniel Osvaldo Scioli desde el monóculo de la fenomenología existencialista sartriana podría resultar un tanto pretencioso, en una Argentina que -durante los últimos doce años al menos- ha consensuado mirarse en el espejo de la mediocridad y de un conformismo edulcorado con pinceladas de abúlica autocomplacencia. No obstante ello, los paralelismos entre el Gobernador de Buenos Aires y Antoine Roquentin -atribulado protagonista de La Náusea- se presenta sorprendente, en tanto el último se percibe como morador de un mundo en donde el sentido brilla por su ausencia.

En apariencia, la retórica sciolista -así lo entiende un grueso de analistas políticos- remite a un componente de sobreactuado optimismo, coronado en la confirmación del Gobernador como único aspirante presidencial por el Frente para la Victoria. Así las cosas, el militante/funcionario naranja de fuste se regocija en una estrategia que no ha sido tal, esto es, el haber arrinconado a Cristina Kirchner para que reconociera que todos sus caminos conducían, en última instancia, a Scioli. La realpolitik tras bambalinas, sin embargo, invita a considerar una disimulada simbiosis, en la que uno jamás hubiese podido sobrevivir políticamente sin el otro. La prerrogativa de la destrucción recíproca asegurada hubiese representado un franco suicidio. Dirán en los pasillos de la Casa Rosada que Florencio Randazzo no cubría las expectativas electorales suficientes. Ergo, fue necesario recurrir al outsider; aquel que en su momento fuera criticado con crudeza por Néstor Kirchner a raíz de su gasto excesivo en publicidad oficial en la Provincia, y que luego remataba mendigando en Balcarce 50 los fondos con los que ya no contaba para administrar el propio distrito.

Injusto o no, ha sido el coherente esfuerzo de mercadotecnia de Daniel Scioli -fundado en la estricta promoción de la nada o, antes bien, de la antigestión- la variable que terminaría por dinamitar las aspiraciones del mandamás de La Florería. Corolario (nuevamente comprobado) de la politiquería doméstica: no se impone aquel que tenga cosas para mostrar, sino quien haga de la paciencia su mayor (o única) virtud. Si de lo que se trata es de hilar fino, el sciolismo sobrevivió no solo gracias al silencio o a la represión filosófico-budista del espasmo y la réplica furibunda ante los ataques; habrá que decir que el Grupo Clarín ha sido uno de los grandes responsables de haberlo depositado en el umbral donde ahora se encuentra. Sin importar deba discriminarse entre las columnas/editoriales de Marcelo Longobardi, Joaquín Morales Solá, Pablo Sirvén, y tantos otros. La liturgia dominical prime-time del ciclo Periodismo para Todos (de Jorge Lanata) jamás se ha ocupado de castigar a Scioli con archivo -que es abundante-, aunque sí lo hizo impiadosamente con sus partenaires en el seno del Gobierno Nacional. Aún en este terreno, a la Presidente deberá reconocérsele su remarcable carácter de animal político: al imponer a Carlos Zannini como comisario político del cónyuge de Karina Rabolini, arrojó a Clarín a un pútrido lodazal. Tras haber hecho de la complacencia con la persona del Gobernador un credo, ¿celebra también el Grupo la agenda antimercado y declaradamente opuesta a la libertad de expresión del Secretario Legal y Técnico?

Baste recordar que el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires ha sumado a su librillo -ya desde hace años- las lecciones aprendidas por el kirchnerismo en su relación con la prensa, regulando contenidos con intermediación de pauta. El locuaz Samuel ‘Chiche’ Gelblung podría dar cuenta de ello, luego de que un material publicado en su sitio web Diario Veloz -a la postre, levantado- enfureciera a Scioli, por cuanto ilustraba las conexiones entre el traficante Juan Suris, funcionarios platenses y el tráfico de estupefacientes. La relación de Daniel Scioli con el periodismo terminaría incluso soslayando la frontera monetariamente sensible de los encuestadores de opinión. No en vano, Poliarquía ha sido rebautizada socarronamente por sus detractores como ‘Scioliarquía’, y hasta la firma de Management & Fit (de Mariel Fornoni) se ha visto forzada a rendir explicaciones, tras la publicación de guarismos sospechosamente condescendientes para con la humanidad electoral del ahora aspirante del FPV.

Al final del día, habrá que concluir que el timorato Gobernador no solo es, en parte, rehén del ansia de supervivencia político-judicial que torpedea el sueño de Cristina Fernández; en simultáneo, Scioli es un engranaje displicentemente funcional al eje tripartito configurado por magistrados, Policía Bonaerense e intendentes corruptos comprometidos con el narcotráfico a escala gigantesca en un distrito -La Provincia- con demasiados negocios por cuidar. En resumidas cuentas, Buenos Aires no hace sino replicar ipso facto el modelo socialistoide de Santa Fe, cruento expresionismo de una política que no puede permitirse el lujo de entregar el poder, so pena de perder ingresos multimillonarios -surgidos de actuaciones ilegales por propia dinámica. El socio comercial de Rabolini (ver http://bit.ly/1wWgLcc) convoca a la ciudadanía a votarlo, sonrisa mediante. Poco interesa si los votantes terminan siendo víctima del subsistema que el candidato pontifica, esto es, el de la violencia desparramada hacia afuera por la multiplicación sistemática de asentamientos de emergencia (conforme la narcopolítica exige, por necesidad operativa, la amplificación de canales de distribución y consumo).

No será entonces la crisis de seguridad la variable que ‘ata las manos’ del Gobernador, conforme él mismo lo reconociera, luego de ventilarse los pantanosos prolegómenos del Caso Píparo. Tampoco sería el Comisario Hugo Matzkin el verdugo de oportunidad; Daniel Osvaldo Scioli es -a lo mucho- un pálido actor de reparto en un territorio eminentemente incontrolable. Una complexión tan incompetente como prescindible, en el mejor de los casos. Aunque, de tanto en tanto, se permita montar operaciones judiciales de calibre para, por ejemplo, enterrar la Causa Nisman. O planificar -de cara al futuro- junto a Alberto Samid la futura expoliación y confiscación de la producción agropecuaria nacional, en virtud de que no habrá organismo multilateral que otorgue créditos a una República Argentina que permanezca bajo la destructiva matriz kirchnerista. Y la Nación del 2016 necesitará, por sobre todo, fondos frescos; no ya para mantenimiento, sino para no implosionar.

No es que se subestime al Gobernador de La Provincia; el problema reside, precisamente, en que todo mundo lo conoce bien. O, quizás, demasiado. El candidato deberá ponerle el pecho a este desafío próximamente, cuando elementos disconformes del oficialismo den a conocer material que versará sobre el rol específico de los alter ego o suplantadores Luis Pelufo (palabra clave: juego) y el ingeniero italiano Fabio Buzzi (residente en Lago di Como), que sirven subterráneamente a Daniel Scioli en los Estados Unidos de América e Italia, respectivamente. Como si el punto ciego que representa Karina Rabolini no fuera suficiente.

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