Por Jorge Raventos.-

Desde una semana atrás, el país conoce el nombre de su próximo Presidente. Si bien con una diferencia menor que la que anticipaban las encuestas, Mauricio Macri pasó, entre el 25 de octubre y el 22 de noviembre, del segundo puesto a la consagración. Hay etapas en que la realidad se vuelve especialmente fluida. Ésta es una de ellas.

Realidad líquida

Conviene tener en cuenta que la fluidez no concluyó el último domingo. Los números de la elección son una foto de ese instante. La grieta que refleja ese retrato ya ha comenzado a cambiar de dirección y las proporciones a uno y otro lado ya no son las mismas.

En un balotaje el voto es, sobre todo, un veto. Obligados a optar, los ciudadanos que en primera vuelta eligieron a otros candidatos rechazan lo que consideran más peligroso. El resultado del 22 de noviembre fue una barrera impuesta al riesgo de continuismo del modelo y los modales K.

Suponer que los votos que permitieron su legítimo triunfo en segunda vuelta le pertenecen plenamente a Mauricio Macri es una ilusión óptica en la que él mismo no ha caído.

A diez días de iniciar su gobierno, Macri sabe que deberá empeñarse en consolidar el apoyo de quienes lo eligieron, el crédito de quienes optaron por él en la obligada segunda selección. Y que inclusive necesita disolver las prevenciones de muchos de quienes votaron conservadoramente con la papeleta de Daniel Scioli, preocupados por la tenebrosa pero eficaz descripción del macrismo que divulgó el gobierno.

La vereda de enfrente

También sería un espejismo interpretar el casi 49 por ciento que votó a Daniel Scioli como un espacio homogéneo sobre el que puede maniobrar a gusto el oficialismo saliente. Ese campo ya ha empezado a fraccionarse y eso se refleja inclusive en las diversas actitudes que manifiestan las distintas líneas y sectores que convergían (con distintos grados de fervor) en la candidatura de Scioli. Mientras los más recalcitrantes (los más dependientes del aparato central K) pretenden que se consolide la grieta y se congelen aquellos porcentajes, los más lúcidos o representativos (gobernadores, líderes sectoriales, intendentes de grandes municipios, algunos legisladores y muchos gremialistas) procuran adaptarse a la nueva realidad e incorporar en su práctica alguna dosis del cambio que prefirieron los argentinos. Mientras los primeros tienden a enclaustrarse en una intransigencia prematuramente nostálgica del ciclo que concluye el 10 de diciembre, los segundos intuyen que su propio electorado sobrellevaba una dosis de hastío de los modales kirchneristas y ahora les reclamará convivencia y colaboración con el nuevo gobierno. Al menos por un tiempo razonable.

Velocidad y equilibrio

Ese tiempo ni siquiera ha empezado aún y ya le reclama a Macri velocidad en las decisiones. Ya batió un récord: menos de una semana después su victoria (y antes aún de que se conozca el escrutinio definitivo), el presidente electo ha dado a conocer prácticamente todo su gabinete (faltan algunos nombres para funciones importantes: Sedronar, el ente para prevenir y combatir la difusión de la droga; Derechos Humanos, donde quizás se confirme el nombre de Graciela Fernández Meijide, y la Agencia de Inteligencia, la problemática ex SIDE, hoy sembrada de cuadros camporistas).

Como para subrayar qué cosa entiende por “cambio”, Macri dio rápidas señales. Las primeras definiciones fueron sobre su orientación en el mundo.

Después de una larga década marcada por la subordinación de la política exterior a necesidades domésticas de corto plazo, expuso prioridades con claridad: su primer viaje será a Brasil (el socio ineludible de una estrategia de inserción internacional); impulsará un Mercosur abierto a los acuerdos con Europa y a la participación en el Tratado Transpacífico (TTP) y liberado de estrecheces facciosas (propondrá la aplicación de la cláusula democrática para excluir al régimen chavista del bloque si persiste la persecución contra las fuerzas opositoras); perfeccionará las relaciones con China y Estados Unidos, ejes del sistema global; propiciará la anulación del memorándum de entendimiento entre el gobierno kirchnerista y la República Islámica de Irán sobre temas vinculados al ataque terrorista a la sede de la AMIA.

Profesionalismo y responsabilidad

También fue elocuente la elección de quién estará a cargo de la Cancillería: se trata de una ingeniera profesional argentina de prestigio y fogueo diplomático en el exterior; una ingeniera -Susana Malcorra- que después de una distinguida trayectoria en grandes empresas privadas, hace años viene desempeñándose como alta funcionaria de la ONU. (actualmente es jefa de gabinete y aspiraba con chances a ser secretaria general).

Macri impactó sin grandilocuencia, prácticamente, sobre dos pilares del modelo K: el desprecio por los cuadros profesionales y el aislacionismo. En estos años el gobierno K empujó fuera de la Cancillería a un extenso número de diplomáticos experimentados para reemplazarlos por paracaidistas políticos (hoy, el 60 por ciento del personal en actividad efectiva cuenta con cuatro años o menos de antigüedad). Puede presumirse que el cambio supondrá una revisión de esas prácticas. Seguramente la ingeniera Malcorra apelará a varios de los valiosos cuadros que fueron marginados para dirigir secretarías y subsecretarías de su ministerio.

En cuanto al aislacionismo, el menú de prioridades fijado por el presidente electo representa una definición: el país debe participar activamente en el mundo, y eso supone tomar iniciativas y también aceptar la lógica y las reglas de juego de la convivencia internacional, tanto para cumplirlas como para reclamar su cumplimiento. Si Argentina tiene una excepcionalidad -algo que los argentinos nos inclinamos a creer- debe ponerla en valor en el escenario de la gran sociedad mundial, no convertirla en excusa para evadir responsabilidades, compromisos, exámenes y homologación de sus comportamientos.

Equipo económico: internalizar la diversidad

Otro signo del cambio: Macri promete una conducción económica sin superministro, constituida por un gabinete que incluirá varias carteras, entre ellas -notablemente- la de Trabajo. Buena señal: la economía no consiste meramente en balancear números y gestionar cosas, sino en administrar conflictos, tranquilizar y motivar a personas y sectores, despejar el terreno para que puedan desplegarse la producción, la creatividad y el bienestar. Ese gabinete deberá prever, procesar, asimilar y compensar las perspectivas diversas de diferentes actores e interlocutores, antes de que los conflictos se manifiesten en la realidad.

Ya surgen señales de ese gabinete: se levantará fuertemente el piso del impuesto a las ganancias (una de las preocupaciones sindicales) de modo que prácticamente nadie que cobre hasta 30.000 pesos mensuales deba pagar ese gravamen. Se anularán retenciones al trigo, el maíz y la carne y se reducirá un 5 por ciento la retención a la soja. Se busca estimular la liquidación de exportaciones agrarias para que entren dólares. Ya está claro que Macri deberá lidiar con un nivel ínfimo de reservas.

Otras tareas para el gabinete económico: desmantelar los controles cambiarios de Argentina procurando que el efecto devaluación no produzca consecuencias sociales y políticas negativas; atacar el déficit fiscal y trabajar velozmente para que caiga la inflación y restablecer un sistema de información estadística confiable. No es poco.

Así como la elección impone al espacio que perdió incorporar dosis del cambio que predicaron los ganadores, éstos, a la luz de conjunto que deja el balotaje, deben introducir una cuota del gradualismo que durante la campaña a menudo cuestionaban.

Desde fuera del próximo gobierno, José Manuel de la Sota señaló un punto central: “la primera tarea que tiene que llevar el presidente electo es buscar la reconciliación entre los argentinos. Necesitamos un mandatario que haga que se terminen los gritos”.

El peronismo: intolerancia versus reencuentro

A partir de la conducta de la señora de Kirchner en su encuentro con el presidente electo puede presumirse que el núcleo duro del gobierno saliente no piensa en favorecer diálogos ni reconciliaciones. Hebe de Bonafini ya ha convocado a “resistir y combatir” a los nuevos gobernantes y llamó a una movilización para el día en que Macri asume su cargo. ¿Pretende que el día del cambio haya choques callejeros entre sus “resistentes” y quienes quieran celebrar el inicio del gobierno recién elegido?

Con destacable franqueza, Daniel Scioli reveló que él apresuró el reconocimiento público del triunfo de Mauricio Macri porque temió que estallara la violencia la noche del domingo 22, cuando La Cámpora y el Grupo Quebracho se mantenían en la calle, en Plaza de Mayo, a pocas cuadras del Obelisco (lugar donde celebrarían los votantes de Macri) y a metros del lugar donde debía archivarse documentación del comicio. “Percibía -dijo- una tensión, una expectativa muy grande y yo no iba a poner en vilo a la Argentina con algo que podía tener características violentas”.

Pero si la señora de Kirchner pretendió imponer su estilo a la breve transición, terminó aislada y se vio forzada a cambiar de dirección. Al día siguiente de que ella se reuniera con Macri en Olivos para decirle que sus ministros no recibirían a los equipos del nuevo gobierno hasta el 9 de diciembre, Scioli mantuvo públicamente una reunión con su sucesora, María Eugenia Vidal, que ésta consideró “muy constructiva ”, mientras los ministros de Interior, Florencio Randazzo, y de Educación, Alberto Sileoni, hacían lo propio con quienes ocuparán sus cargos la semana próxima, Rogelio Frigerio y Esteban Bullrich. Por su parte, el ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, aceptaba el ofrecimiento de Macri de continuar en el cargo. Al final de la semana, Aníbal Fernández recibía en su despacho a Marcos Peña, el jefe de gabinete que designó Macri. Dijo que lo había hecho “por instrucción de la Presidente”, una muestra de sensatez tardía.

La Señora deberá acostumbrarse a esas adaptaciones si no quiere reforzar su aislamiento. El cuerpo central del peronismo (cuya columna quieren asumir los gobernadores, sin excluir a algunos salientes, como el propio Scioli, el sanjuanino José Luis Gioja y Eduardo Fellner) no parece dispuesto a mantener el rumbo que el cristinismo, La Cámpora y sus aliados de izquierda le impusieron a su partido. No pretenden excluirlos a priori, pero sí exigirles que se allanen a la democracia interna. Será más fácil cuando la Señora no maneje la caja central.

Ellos por el momento pretenden reagrupar al partido (hasta sueñan con que Sergio Massa vuelva al redil con sus renovadores) para proponerse como los interlocutores naturales del gobierno de Macri. Esgrimen la influencia que podrían ejercer para que el nuevo gobierno pueda atravesar la prueba de un Senado en el que está en franca minoría.

El nuevo gobierno parece dispuesto a encarar la gestión con criterio federalista, devolviendo a las provincias (particularmente a la de Buenos Aires) una parte sustancial de los recursos que durante “la década ganada” alimentaron la caja central. La Corte Suprema, por su parte, ya determinó con un fallo que la caja central debe devolver más de 45.000 millones de pesos a Córdoba, San Luis y Santa Fe. Los gastó el kirchnerismo, los pagará el nuevo ciclo.

A través de Massa, a través de los gobernadores, es evidente que el peronismo ejercerá una influencia en el nuevo ciclo político. El país no necesita un peronismo que se integre como parte de una coalición de gobierno, pero sí lo requiere como socio del sistema político, cumpliendo constructivamente el papel de oposición, mientras se renueva y espera una nueva oportunidad.

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