Por Enrique Guillermo Avogadro.-

«La nueva usanza, esa que hace del honor un motivo de mofa y del coraje una costumbre del pasado». Fernando Butazzoni.

Esta semana, el Primer Ministro chino, Li Kequiang, salió a pasear por América del Sur para firmar proyectos de inversión en Chile, Perú, Colombia y, sobre todo, en Brasil. Beijing confirmó, de ese modo, el particular interés que tiene en nuestra región, capaz de suministrar al gigante asiático los alimentos y las materias primas que necesita para continuar creciendo y, en especial, para dar de comer más y mejor a las decenas de millones de sus habitantes que, en los últimos años, han salido de la pobreza extrema y llegado a una clase media, baja pero ahora demandante.

Con Dilma Rousseff, tan golpeada por la crisis económica y por la corrupción, firmó acuerdos para dar financiación a Petrobras y a Vale do Rio Doce, para comprar cuarenta aviones a Embraer, y ocho grandes buques para China Merchant Group, para intercambiar monedas entre sus bancos centrales, para incrementar el suministro de carne vacuna brasileña, para intercambiar estudiantes y científicos, para construir una línea ferroviaria que unirá -pasando por Bolivia- el Atlántico con el Pacífico. Con los países de esa costa, miembros de la más exitosa experiencia de integración regional, suscribió similares contratos, en los cuales se puso el acento en la incorporación de cada vez mayor valor industrial a las exportaciones americanas.

La comparación de lo hasta aquí descripto con lo que está comenzando a suceder en nuestro país de la mano de los miserables acuerdos que Cristina Kirchner tanto se enorgullece de haber alcanzado durante su visita al Presidente Xi Jinping, en los primeros días de febrero, desnuda la desesperación y el rencor con que la viuda de Kirchner conduce, con el inestimable apoyo del Canciller Timerman, nuestras relaciones exteriores. La madurez y la seriedad con las que han negociado todos nuestros vecinos para obtener inclusive más y mejores ventajas del interés chino por la región debieran cubrir de vergüenza a los dirigentes argentinos opositores que, salvo una honrosa excepción, no han expresado su indignación frente a la humillación que el Gobierno ha impuesto al país por su extrema necesidad de coyuntura.

Los convenios que Argentina firmó contienen cláusulas de tal gravedad que han requerido la implantación del más férreo secreto a su respecto; presumo que se previó que, aún una sociedad inane como la nuestra, reaccionaría con furia antes estipulaciones tan lesivas a la soberanía y a la dignidad nacional que configuran, lisa y llanamente, el delito de traición a la Patria. El Gobierno, como siempre, desvió el eje del discurso afirmando que, los muchos que criticamos esos tratados nos oponíamos a que se comerciara con China.

Nada más falso: sostuvimos que debíamos mantener relaciones con todos los países, pero no inclinarnos sólo hacia un grupo de ellos, casualmente muy distinto al que conforman nuestros tradicionales mercados y alianzas estratégicas; también, obviamente, nos negamos a aceptar que la forma impuesta a la esencial vinculación con Beijing fuera la única y, mucho menos, la mejor, pues implicaba ceder territorio para la instalación de una base científico-militar, otorgar inicuas preferencias a sus empresas para evitarles competir en precio y calidad, y hasta aceptar que quienes llegaran para trabajar en las diferentes obras de infraestructura pergeñadas quedaran sometidos a la legislación laboral china. Me expresé sobre todo ello en una nota de febrero de 2015, a la que titulé «El Amante Chino».

En ese artículo, que puede ver en http://tinyurl.com/mh8heck, imaginé un diálogo que podrían haber mantenido Xi Jinping y doña Cristina en aquella memorable visita. Hubo, entre los desafiantes e ilegales abusos de la cadena nacional cometidos esta misma semana por la Presidente, dos detalles que pasaron inadvertidos y que, quizás, debieran hacer que concediéramos alguna probabilidad a que esa pretendida charla en Beijing haya sido real.

La primera fue una frase que pronunció la noble viuda en la ESMA: algo así como «este proyecto no puede depender de una presidente, de un Congreso o de una Justicia, es el pueblo el que debe empoderarse para mantenerlo y defenderlo»; la segunda, al inaugurar el Centro Cultural Kirchner, cuando sostuvo que aún respiraba y que pretendía seguir haciéndolo mucho tiempo más. En una realidad que, como ella misma repite sin cesar, todo tiene que ver con todo, ninguna de las dos fueron pronunciadas por casualidad.

La Iglesia ha vuelto a expresar su desolación por la «farandulización» de la política y su desesperación por la proliferación del narcotráfico. Frente a este flagelo, y por instrucciones directas de la Presidente, al Gobierno no se le ocurrió nada mejor que designar, como directores del Banco Central, a tres jóvenes que carecen de títulos habilitantes y de experiencia, pero que rápidamente autorizaron la compra, por Cristóbal Timba López, del Banco Finansur. Argentina es el único país en que a un empresario del juego, tan vinculado éste al lavado del dinero de la droga y de la corrupción, se le permite ingresar a la vez en el mercado financiero; hemos puesto al zorro en medio del gallinero, y pagaremos todos los inevitables consecuencias del disparate y la sinrazón.

Algún día también nos será presentada la cuenta por nuestra indiferencia, que ha mandado ya al arcón de los recuerdos la terrible denuncia de Nisman contra doña Cristina y su entorno, y su muerte cuatro días después, como antes lo hiciera con los atentados a la Embajada de Israel y la Amia, la voladura de Río Tercero y, últimamente, el crimen de Once y tantos otros causados por la desaforada corrupción en que hollamos casi con placer, inspirado éste en la esperanza individual de que nos toque alguna moneda en el reparto.

Mañana el kirchnerismo ocupará la Plaza de Mayo para celebrar el décimo segundo aniversario de su advenimiento nacional, cuando -dicen creer- nació la Patria; lo que hubiera debido ser un festejo de toda la ciudadanía se convirtió, desde entonces, en una fiesta partidaria, alentada por los innumerables homenajes al fundador de esa asociación ilícita, cuyo nombre ya adorna -como en el primer peronismo- cuanto edificio, ruta, avenida, represa o cabina telefónica es inaugurada. Evidentemente, no hemos aprendido nada y eso nos condena a seguir tropezando con las mismas piedras, mientras continuamos nuestro esforzado camino de descenso al infierno.

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