Por Carlos Tórtora.-

Fue un hecho innovador en el ambiente político, porque hasta ahora sólo existían contrapuntos entre Cristina Kirchner y Alberto Fernández. El portazo de Máximo marcó una nueva etapa en el internismo gubernamental. Pero, a dos semanas del hecho, sólo está claro que es impreciso lo que puede llegar a ocurrir. ¿Piensa Máximo diferenciarse en política económica planteando una postura distinta al gobierno? ¿O se limitará a diferenciarse con relación al FMI? ¿Será a partir de ahora Máximo el vocero del kirchnerismo duro? La realidad es que éstos y otros interrogantes están pendientes, porque no hubo un segundo paso de Máximo luego de su renuncia a la presidencia del bloque de diputados nacionales del Frente de Todos. El suspenso se llenó de presunciones y así se dio en suponer que a partir de ahora Máximo sustituiría a Cristina como vocero de su sector. Todas suposiciones. Lo cierto es que este océano de hipótesis tiene la capacidad de paralizar la interna del oficialismo.

En suspenso

Tanto el albertismo como el cristinismo están ahora en suspenso, hasta que se defina cómo sigue el alejamiento de Máximo de las filas oficiales. Un mayor distanciamiento enfriaría las relaciones, mientras que la vuelta al diálogo distendería los ánimos.

Lo único concreto a esta altura es que hay un efecto parálisis. Los dos sectores en pugna se observan sin abrir juicio y sin que ninguno ejerza la iniciativa. Alberto temería que el enfrentamiento se agudice y salga perdiendo el gobierno, Y Máximo maneja encuestas que le dan muy bajo a su perfil presidencial, lo que lo obligaría a ser prudente. Ambos se mueven entonces con extrema prudencia, como buscando que el próximo paso sea medido y moderado. Como es inevitable, se producirá más temprano o tarde la salida de esta inercia y probablemente el replanteo del conflicto.

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