Por Jorge Raventos.-

El conurbano es la madre de todas las batallas. Lo que llamamos conurbano bonaerense está constituido por 24 partidos que flanquean a la Capital Federal en tres cinturones y agrupaban, según el censo de 2010, 9.916.715 personas, un 65 por ciento del total de la población provincial (casi 16 millones, según aquel censo).

Si la provincia crece rápido demográficamente (13 por ciento desde el censo de 2001), el conurbano supera largamente el promedio. En el mismo período, La Matanza incrementó su población un 41,5%.

El censo de 2010 registró un total de 4.425.193 viviendas habitadas en el territorio bonaerense. Del total, un 15,4% es discretamente calificado por los técnicas como “vulnerable”. La suburbanización habitacional empezó ligada a la ocupación y acompañando al desarrollo de fábricas y puestos de trabajo. Se hablaba entonces de “cinturón industrial”.

Entre 1943 y 1955, el modelo de crecimiento adquirió impulso a través de la política de Perón. De entonces a la actualidad -por lo menos desde los años 70, cuando los sociólogos académicos comienzan a estudiar “la marginalidad”- la suburbanización cambia de signo: de hija de la ocupación industrial a ámbito del desempleo crónico, de los jóvenes “ni-ni” (ni trabajan ni estudian).

La retirada y la impotencia del Estado vuelven ficticio allí el mundo de la legalidad formal. La vida, las actividades, los intercambios en esas zonas responden a sistemas de hecho, a autoridades fácticas. Buena parte de ese entretejido social se desarrolla fuera de la ley, es decir, del sistema legal vigente.

La mirada de los observadores periodísticos o académicos sólo esporádicamente llega más allá de la superficie de esa trama. A menudo ellos y su público subrayan sobre todo los rasgos “anormales” del tejido, rasgos escandalosos vistos desde la lógica “normal” de los sectores sociales integrados, que pasan por alto la flagrante anormalidad de una enorme porción de la población nacional sustraída de las condiciones mínimas de una vida digna, víctima de la inacción e impotencia del Estado.

En un libro de lectura indispensable (“El misterio del capital”), el peruano Hernando De Soto analiza los aspectos creadores y constructivos de los fenómenos de ilegalidad en los asentamientos populares.

De Soto refiere a Estados Unidos, ejemplo virtuoso en la expansión del capital, y recuerda, por caso, que allí “crear derechos de propiedad por medios extralegales no ha sido nada insólito. La extralegalidad ha sido masiva”.

El conurbano bonaerense es un territorio en el que la extralegalidad convive con la ley y a menudo la reemplaza con una normativa paralela, de facto. Allí viven 419.401 familias, unos dos millones de personas, en 1.134 villas y asentamientos extralegales. La precariedad habitacional y laboral es paralela a la precariedad legal.

En ese mundo abigarrado, en muchos casos hacinado, al mismo tiempo vital y mortal -“escandaloso”-, es notable la fortaleza en intención de voto que registra Cristina Kirchner. El fenómeno parece indicar que esos sectores encuentran hoy en ella un instrumento que los proyecte al escenario de la política nacional.

Incluso desplazada del poder, con el cerco judicial determinado por su gestión y el cotidiano recordatorio de los medios masivos sobre esos hechos, ella conserva su fuerza electoral principalmente en ese conurbano. Lo que interesa es preguntarse por qué el conurbano mantiene masivamente su respaldo.

Esta Cristina Kirchner es, por cierto, continuidad de la que ejerció la presidencia hasta hace un año y medio, hereda los activos y los pasivos de la larga década kirchnerista. Pero es preciso atender a lo nuevo: esta vez ella está construyendo desde abajo, no desde el partido del Estado sino desde la intención de asumir una representación que otros menosprecian o subordinan.

El dato es muy significativo, ya que el conurbano no solo es relevante en el plano electoral con vistas a octubre; más que eso, ese conurbano, ese escándalo de extralegalidad, es el nudo estratégico de las perspectivas de crecimiento y promoción social de la Argentina.

Como señaló Hernando De Soto: “Mucho más que una marea demográfica de pobreza, las oleadas de extralegalidad bien podrían ser el más importante factor que está obligando a acoger la revolución industrial y comercial que ya está encima”.

Si no quieren, en nombre de la legalidad y la modernidad, hacerle el campo orégano a la señora de Kirchner los actores del nuevo sistema político en gestación deberían aproximarse con vigor y lucidez a esa problemática, es decir, a esa población marginalizada, para asumir la misión de la integración nacional.

La integración nacional y social y la integración al mundo son dos caras de una misma moneda.

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