Por Carlos Tórtora.-

Daniel Scioli resultó ser el principal damnificado por los episodios de violencia ocurridos durante la elección provincial tucumana. Su imagen, ya desteñida por las inundaciones bonaerenses, el viaje a Italia y su insólita declaración jurada patrimonial, se deterioró un poco más al avalar plenamente al candidato del Frente para la Victoria Juan Manzur, en medio de un escandaloso descontrol que también involucró enfrentamientos entre sectores de la oposición. El gobierno, naturalmente paranoico, ordenó a sus sabuesos de la AFI que hicieran inteligencia para detectar lo que se dio por hecho, que hubo un complot opositor para hacerle perder votos al oficialismo. Según trascendió, la versión oficial que empezó a tomar cuerpo en Olivos gira en torno a un supuesto plan cuyo autor electoral -según la AFI- no sería otro que el gurú de Mauricio Macri, Jaime Durán Barba. A él le adjudican haber contratado mano de obra desocupada de varios servicios de inteligencia para desatar los episodios de violencia en Tucumán y hacer quedar al gobierno como el culpable de ejecutar un plan fraudulento destinado a ganar a cualquier precio. No se sabe si el oficialismo -vía Aníbal Fernández- utilizaría esta historia del complot como respuesta pública inmediata a lo ocurrido.

El síndrome de Aníbal F.

Lo cierto es que, tanto en la Casa Rosada como en las oficinas de Macri, existe la convicción de que los episodios de Tucumán son apenas el comienzo de una escalada mayor de hechos de violencia y que también empieza una batalla para ver quién logra más credibilidad en la opinión pública acerca de este tema.

Uno de los más preocupados por el nuevo escenario -y así se lo vio en Tucumán- es Aníbal Fernández. El jefe de gabinete temería que, a caballo de un clima enrarecido, el candidato a gobernador de UNA, Felipe Solá, trepe en las encuestas sumando a los sectores kirchneristas que están disconformes con su figura. No sólo se sumarían los randazzistas sino unos cuantos grupos que apostaron fuerte a la candidatura de Julián Domínguez y a los cuales Aníbal F. se negó a recibir luego de triunfar en las PASO. Aunque parece poco probable, la alternativa de que Aníbal F. termine perdiendo la batalla por la gobernación aterroriza al cristinismo. La subsistencia política de este sector está vinculada a enquistarse en el aparato del Estado bonaerense, sobre todo en el caso de que Scioli intente desplazarlos del gabinete nacional. Una hipótesis, no imposible, de que Scioli gane la presidencia y Aníbal F. pierda la gobernación sería lapidaria para CFK y su entorno, que perderían con Buenos Aires la principal herramienta para disciplinar al primero.

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