Por Carlos Tórtora.-

Un mes atrás, Julio de Vido fue la figura más conspicua de una reunión social donde predominaban funcionarios kirchneristas, mucho de ellos cercanos a CFK. El tema obligado de conversación fue la incertidumbre sobre el futuro del kirchnerismo a partir de diciembre. Fue entonces cuando el Ministro de Planificación -conocido por su forma de hablar medida- tomó la palabra y sorprendió a todos los presentes. “Ustedes no tienen por qué preocuparse, les dijo, porque Scioli va a ser presidente y muchos de nosotros seguiremos en el gobierno, pero va a gobernar poco tiempo, porque el año que viene deberá renunciar para que haya elecciones de nuevo y Cristina vuelva al poder”. Esta demostración implacable de realpolitik subyacería en las intenciones de buena parte del entorno presidencial que finalmente -luego de años de resistirlo- están admitiendo que la única solución para continuar en el gobierno es que el gobernador bonaerense sea candidato a presidente. Sin embargo, fiel a la memoria de alguien que tanto elogia al oficialismo, éste le prepararía el destino político que sufriera en el ‘73 Héctor J. Cámpora. El Congreso Nacional del PJ celebrado el jueves pasado dio la clave de que las grandes decisiones ya están tomadas. Al criticar la presidente que sigan publicitándose tantos precandidatos a presidente que apenas mueven la aguja de las encuestas, como Sergio Urribarri, Agustín Rossi y Jorge Taiana, envió un metamensaje a la dirigencia oficialista: las PASO del 9 de agosto serán a lo sumo un duelo entre Scioli y Florencio Randazzo para darle algo de interés a la compulsa, pero el candidato ya está elegido. Es más, la discusión se está trasladando ya a otro plano: la definición de quién será el candidato a gobernador. A Máximo Kirchner y Eduardo “Wado” de Pedro les gusta la idea de Diego Bossio, pero éste no mide lo suficiente. Scioli, por su parte, trata de convencer a Jorge Landau y Carlos Zannini de que hay que respetar las encuestas y armar una fórmula -en el orden que sea- con Fernando Espinoza, intendente de La Matanza y presidente del PJ provincial, y Martín Insaurralde, intendente de Lomas de Zamora, del cual desconfían cada vez más en Olivos. De cualquier modo, esta definición con seguridad quedará para junio, porque también es candidato la nueva estrella del gabinete, Aníbal Fernández.

Volviendo al destino de Scioli, a medida que su candidatura se vuelve irreversible, el cristinismo va construyendo un cepo político e institucional alrededor de su figura. Su vicepresidente será un hombre de la presidente, Axel Kicillof o tal vez Máximo Kirchner. En organismos claves de la administración pública permanecerían -porque cuentan con mandato para varios años más- el presidente del Banco Central, Alejandro Vanoli; el Administrador de la AFIP, Ricardo Echegaray; el titular de la UIF, José Sbatella, el presidente de la AFSCA, Martín Sabbatella, y, obviamente, nada menos que la Procuradora General de la Nación, Alejandra Gils Carbó, entre otros ejemplos. En cuanto al Poder Legislativo, los bloques de senadores y diputados nacionales del Frente para la Victoria estarán integrados en su casi totalidad por dirigentes elegidos por Cristina y sus amigos, así que los vicepresidentes de las cámaras y los jefes de los bloques no se reportarán al presidente sino a la ex presidenta. En materia partidaria, la amplia mayoría del Consejo Nacional del PJ está integrada por gobernadores que hasta ahora fueron obedientes a CFK.

Pasando al Poder Judicial, si el kirchnerismo consigue aplicar la reforma procesal penal, el poder se transferirá de los jueces federales a Gils Carbó. Por otra parte, el oficialismo controla varias salas de la justicia federal criminal y de la contencioso administrativa.

Tal vez, para completar el cepo falta que el candidato a gobernador de Buenos Aires sea, por ejemplo, Aníbal Fernández, que por su alto perfil le restaría a Scioli buena parte del manejo de los intendentes, o sea que podría vaciar su base de sustentación.

La Corte Suprema es el factor restante de este panorama. El cristinismo entrevé que, si Ricardo Lorenzetti continúa en el timón del tribunal luego del 10 de diciembre, como todo parece indicar, podría convertirse en un aliado de Scioli para romper el cepo cristinista. La actual confrontación para acelerar la renuncia de Carlos Fayt y tal vez aumentar el número de miembros de la Corte apuntaría en parte a tratar de contener el juego político de Lorenzetti, que habla cada vez más con sus interlocutores del PRO, la UCR y el Frente Renovador.

Esta enumeración a vuelo de pájaro y que no se agota en lo señalado converge en una sola dirección: el kirchnerismo se prepara para que, en caso de ganar Scioli, éste sea un presidente títere, susceptible de ser defenestrado y culpado de la futura crisis económica, producida por la bomba de tiempo cambiaria y del gasto público que sigue acumulando Kicillof mientras dibuja un veranito económico con fines puramente electorales.

Ante el cepo que se construye a toda máquina a su alrededor, Scioli permanece impávido. No discutirá -porque sabe que además sería inútil- lugares en las listas de legisladores ni tampoco se resistiría al candidato a vice que le impongan. Con su tomo críptico, suele repetir: “yo todo lo que necesito es llegar a presidente”. Esta frase expresa una realidad y tal vez una velada amenaza. El poder presidencial es tan grande en la Argentina que él podría aliarse, por ejemplo, con el PRO y la UCR y desalojar al cristinismo del poder, con el costo obvio de una cruenta batalla. La duda -y muy razonable- es si Scioli es capaz de tomar el poder luego de calzarse la banda o si, continuando con su actual patrón de conducta, simplemente aceptaría ser el prestanombres de la corporación política que lo llevó a la Casa Rosada.

El 11 de diciembre

Fiel a su impronta, entre las pocas cosas sustanciales que Scioli dijo últimamente, hay que destacar su definición como un convencido gradualista. No pocos economistas liberales ya empiezan a criticar esta postura, porque entienden que la gravedad de la crisis acumulada no se podría revertir progresivamente con medidas distribuidas en el tiempo, sino que es necesaria una política de shock. En el frente externo, desde el juez Thomas Griesa hasta el cerebro de los holdouts acreedores del país, Paul Singer, coincidirían en que ya no tiene sentido político presionar a un gobierno que se está yendo. Cualquier acción sancionando al gobierno argentino por el default y el desacato a la justicia de Nueva York sólo serviría hoy para que CFK haga flamear nuevamente las banderas populistas contra los fondos buitres y la supuesta conspiración internacional, lo que en definitiva sería una forma de consolidar el dispositivo electoral del FpV. Pero el 11 de diciembre hay indicios de que los acreedores y la justicia de los EEUU empezarán a exigirle a Scioli, Macri o Massa que les dé definiciones y que el gobierno se siente a una mesa de negociaciones para convenir el pago del fallo de U$S 1330 millones que Griesa dictó a favor de NML y Aurelius.

Al mismo tiempo, el sindicalismo, tal vez a esa altura unificado en una nueva CGT, avanzaría rápidamente sobre el nuevo gobierno, reclamando actualizaciones salariales inmediatas, sobre todo después de aceptar, como todo parece, la línea de máxima del 26% de aumento que Kicillof hoy pretende imponer.

En síntesis, es válido preguntarse si un presidente, en el caso de que sea Scioli, que no controla su propio partido ni el Congreso de la Nación ni parte de los cargos estratégicos del Ejecutivo, podría tener éxito siguiendo recetas gradualistas.

En el 2003, Néstor Kirchner asumió con sólo el 22 por ciento de los votos -o sea, por abandono de Carlos Menem, que había ganado la primera vuelta- y lo hizo como delfín de Eduardo Duhalde. El gradualismo no figuró entonces en su vocabulario. Sabiendo que el duhaldismo pretendía manipularlo, lo primero que hizo fue exiliar al ex presidente a Montevideo a un cargo simbólico en el MERCOSUR. Luego, se apropió de los fondos bonaerenses para auxiliar las finanzas de los municipios y desguazó en menos de un año la estructura de poder montada por Duhalde durante una década. Su mensaje a los alcaldes fue simple y brutal: “ahora la chequera la tengo yo, así que ya saben a quién tienen que obedecer”.

Cuesta pensar, aunque no es imposible, que Scioli repita con CFK lo que su difunto marido hizo con Duhalde.

Entre Cristina y Scioli existe una relación que jamás llegó a la confianza. En privado, este último reconoce que casi nunca habla con aquella. En Brasil, Lula preparó e hizo presidente a su discípula Dilma Rousseff. En la Argentina, CFK intentaría hacer presidente a un dirigente que no sólo no piensa lo mismo que ella sino más bien lo contrario. La evolución de este experimento, si triunfa el Frente para la Victoria, puede escribir un capítulo de inestabilidad política y económica de alcances impredecibles.

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