Por Carlos Tórtora.-

Con la designación de Luis Caputo como presidente del Banco Central, Mauricio Macri dio varias señales. Al FMI y a los mercados les dijo que la política monetaria queda en manos del negociador del endeudamiento eterno, por lo cual las garantías son mayores. Pero, por las mismas razones, el presidente está liquidando, en medio de la crisis, la independencia del BCRA, al colocar allí a un hombre de su extrema confianza, lo que hace no creíble que Caputo pueda tomar decisiones con un criterio distinto al de la Casa Rosada. El tiempo dirá cuál es el costo que pagará el gobierno por recortar la autonomía del BCRA. Por último, colocarlo a Caputo en el ojo de la tormenta también es un reconocimiento implícito, por parte del presidente, de que está jugando sus cartas más fuertes.

La marcada desconfianza de los mercados luego del acuerdo con el FMI también sirvió para que se blanqueara el escenario real del gobierno. Atrás queda la ilusión de que se puede realizar un ajuste del gasto en el segundo semestre para luego aflojar al entrar en el año electoral. La realidad obliga a Macri a optar entre un ajuste estructural que lo dejaría en una pésima posición electoral o bien defraudar al FMI y realizar un ajuste cosmético que probablemente sea recibido con más desconfianza y nuevas convulsiones cambiarias. Aunque el tema es tabú, en la mesa chica del PRO ya se habla de María Eugenia Vidal como eventual candidata a compañera de fórmula de Macri o bien directamente como su reemplazante. El macrismo sueña con un triunfo en primera vuelta que la realidad económica parece negarle. Ni con Macri ni con Vidal sería viable que el PRO haga que se cumpla el Artículo 97 de la Constitución Nacional: “Cuando la fórmula que resultare más votada en la primera vuelta hubiere obtenido más del cuarenta y cinco por ciento de los votos afirmativos válidamente emitidos, sus integrantes serán proclamados como presidente y vicepresidente de la Nación”.

Los consultores y la dirigencia, tanto opositora como oficialista creen que, salvo cambios muy importantes en la economía, habrá segunda vuelta. Entrando en las hipótesis, si Cristina Kirchner disputara la misma con Macri, el peso de los procesos por corrupción que arrastra el kirchnerismo empujaría a buena parte del voto independiente hacia Macri, que también empieza a estar acosado por denuncias de distinto tipo. En cambio, si la candidata fuera Vidal, su imagen no vinculada a la corrupción le aseguraría una amplia ventaja sobre CFK y, como la gobernadora coquetea con el peronismo, parte del voto de esta extracción migraría hacia ella. De más está decir que, si el candidato fuera Macri y fuera a segunda vuelta contra un postulante del peronismo racional -esto es Juan Manuel Urtubey, Sergio Massa o Miguel Ángel Pichetto-, parte del voto independiente se inclinaría hacia este sector, que también capturaría a los kirchneristas más moderados si reciben un guiño de que serán escuchados.

El riesgo de un acuerdo

Así las perspectivas, parece obvio que, con Macri o con Vidal como portaestandartes, el macrismo necesita que al ballotage llegue CFK, porque ésta carece hasta hoy de capacidad para captar a los independientes y hasta puede hacer que muchos peronistas moderados voten a Cambiemos, sobre todo si Vidal es candidata. Pero ante todo, el gobierno lucharía para que se dé el escenario del artículo 98 de la Constitución Nacional, que dice: “Cuando la fórmula que resultare más votada en la primera vuelta hubiere obtenido el cuarenta por ciento por lo menos de los votos afirmativos válidamente emitidos y, además, existiere una diferencia mayor de diez puntos porcentuales respecto del total de los votos afirmativos válidamente emitidos sobre la fórmula que le sigue en número de votos, sus integrantes serán proclamados como presidente y vicepresidente de la Nación”.

Una gran paridad de fuerzas entre los dos peronismos podría hacer realidad un triunfo en primera vuelta contra dos candidatos peronistas que no alcancen el 30 por ciento.

Este diseño electoral de la Constitución explica la ambivalente actitud de la Casa Rosada hacia los dos presidenciables más notables del peronismo “bueno”: Massa y Urtubey. El coqueteo permanente con el tigrense gira en torno a la gobernabilidad bonaerense, que éste en parte garantiza, aun cuando su reciente 11 por ciento en las urnas disminuyó su cuota de poder. Urtubey, por su parte, reitera el discurso más comprensivo hacia el macrismo. Sobre él pesa la espada de Damocles del intendente de Salta, Gustavo Sáenz, un ex massista que la Casa Rosada podría apoyar para que sea gobernador en el 2019.

La semana pasada y en forma reservada, Urtubey habría recibido el apoyo de cinco gobernadores para su candidatura presidencial. Estos son Gerardo Zamora (Santiago del Estero), Hugo Passalaqua (Misiones), Rosana Bertone (Tierra del Fuego), Juan Manzur (Tucumán ) y Gustavo Bordet (Entre Ríos).

Mientras tanto, Cristina, en medio de las convulsiones cambiarias, dio un giro y volcó toda su estructura para controlar el congreso justicialista realizado en Ferro, con lo cual el cristinismo abandonó su postura de atrincherarse en Unidad Ciudadana para volver a reivindicar la conducción del PJ, una forma de complicarle la vida de complicarle la vida al trío compuesto por Massa, Urtubey y Pichetto.

De todos los temores oficiales, tal vez el más grande sea la posibilidad de un acuerdo entre los dos peronismos para que, en la segunda vuelta, el que quede tercero apoye al que tiene chances. Los bloques del cristinismo, el massismo y Argentina Federal votaron juntos por la ley correctiva del tarifazo que luego Macri vetó. Y todo indica que CFK y Pichetto van a defender la despenalización del aborto en el Senado.

Pese a que había motivos para esperar lo contrario, la coexistencia entre los dos peronismos funciona aun con las enormes diferencias que los separan.

En medio de la imparable trepada del dólar y del comienzo del plan de lucha sindical, el gobierno pudo anotarse un punto a su favor con la media sanción de la despenalización del aborto. Ahora todas las presiones van sobre el bloque mayoritario de senadores del PJ, que debe optar entre sumarse a la ola abortista y enfrentarse con la Iglesia, desdiciéndose así de la palabra empeñada ante los obispos, o bien chocar con la ola.

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