Por Mauricio Ortín.-

Dado que no puede sucederse a sí mismo, el kirchnerismo (no el populismo) se apagará definitivamente el 11 de diciembre de este año. Con Cristina imposibilitada legalmente para un nuevo mandato; Néstor, en el otro mundo y Máximo (que parece que lo cortaron verde) jugando con la play station, los populistas buscan un nuevo autócrata a quien rendirle culto y de quien recibir favores. El peronismo nació y se hizo del poder organizándose en una suerte de pirámide y siempre con un jefe en su vértice superior. El cual es perfectamente identificable no tanto por sus virtudes morales o políticas sino por el hecho de que ejerce el Poder Ejecutivo de la Nación. Lo mismo vale para los subjefes regionales y los gobiernos provinciales. No así en cambio cuando son oposición y todos se sienten jefes. Menem, de “General” de Cristina y de Néstor, pasó a soldado raso de un salto y sin chistar. Es que la jefatura perfecta, en el peronismo, tropieza irremediablemente con la Constitución Nacional. Mas, si bien ésta dicta que el ciclo de una jefatura o “era” no puede durar más de ocho años (dos períodos presidenciales), el matrimonio Kirchner se las arregló (alternándose Cristina y Néstor) para extenderlo a doce (y, quién sabe cuánto más si Néstor no hubiera fallecido). El intento de modificarla para obtener un tercer período chocó con los votos obtenidos en 2013 por el “desertor”, Sergio Massa. Así las cosas, al kirchnerismo no le ha quedado otra opción que poner todos los huevos en la canasta de Scioli y rezar. La imposición de Zannini como vicepresidente tiene la función de atenuar en lo posible el efecto que provocará el desbande K negociando con Scioli, la impunidad para la gestión anterior a cambio de dejarlo gobernar. O acepta o hará lo posible para podrirle la gestión. Mas, el destino de Cristina, como el de todo populista que perdió el poder a manos de otro, está fijado. Duhalde también intentó controlar a Néstor, poniéndole a Scioli como vice y a Aníbal Fernández y a Lavagna como ministros. Así le fue. Muerto el rey ¡viva el rey!, ésa es la lógica del poder de cualquier organización fascistoide originaria de una sociedad políticamente primitiva.

Si Scioli fuera presidente, inmediatamente se desataría una competencia rabiosa entre los gobernadores, diputados, senadores del Frente Para la Victoria (inclusive algún radical K como Leopoldo Moreau) para determinar quién le succiona más calcetines en el menor tiempo. Es difícil, pero no imposible, que puedan batir el récord impuesto por el mismo Scioli con los calcetines, medias y escarpines de Menem, Cristina y Néstor.

El hecho es que después del 11 de diciembre, Cristina no tendrá más la cadena nacional, Fútbol Para Todos, 6-7-8, la TV oficial (la pública y la privada), Página 12, Víctor Hugo, etcétera, para auto elogiarse y defenderse denostando a sus críticos. Por el contrario, el Grupo Clarín, el diario La Nación, Lanata, Longobardi y tantos otros estarán vivitos y coleando. Los jueces federales, por su parte y como en cada cambio de “era” volverán a la vieja y efímera practica del “garrochismo”.

Si ganara Macri, el escenario para el kirchnerismo sería igual o peor. Los gobernadores peronistas que son cualquier cosa menos suicidas, como a Menem, le quitarán a Cristina hasta el saludo. La “Década ganada K” se convertirá en la “Segunda Década Infame” (en mi opinión, la más infame de todas) y comenzará el desfile por los tribunales de los que dejaron los dedos marcados aquí y allá. No es mucho, pero es algo.

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