Por Carlos Tórtora.-

La política oficial para evitar saqueos de fin de año implicó un enorme esfuerzo y despliegue de medios en las últimas semanas, destinado a calmar los ánimos de los grupos piqueteros, que ya le tienen tomado el tiempo al gobierno: amenazan con salir a la calle en las situaciones más sensibles para poder negociar mejor.

Simultáneamente, Horacio Rodríguez Larreta dirigió un claro mensaje al votante porteño medio al anunciar que el año que viene no se permitirá la orgía de piquetes y cortes que se vio en los últimos meses. En este punto se ve la dualidad: los movimientos sociales tienen sus bases en el segundo cordón del conurbano y allí presionan para la negociación de alto vuelo. Pero su vidriera política es el centro porteño, al cual no pueden renunciar, porque perderían toda figuración. En suma, que es más fácil controlar los estallidos sociales que reducir los cortes en la Capital. En este sentido, el macrismo sufre ahora por su impotencia. Mientras CFK fue presidente, las culpas iban y venían y Macri siempre apareció como beneficiado por la complicidad K con los grupos de izquierda. Pero ahora el costo político de vivir en una ciudad intransitable lo paga totalmente el PRO. Y el costo en las encuestas es cada vez más alto.

En el espectro piqueteril no se impresionan por las amenazas, porque están convencidos de que el macrismo tiene aversión ideológica a utilizar la represión y quedar arrinconado como el típico gobierno de centroderecha.

Nadie cree en la mano dura

Este complejo new age del macrismo lo pone en una situación límite. Puede tal vez evitar el saqueo a los supermercados bonaerenses, pero no la fiesta de cortes que martiriza a los porteños. Lo primero, si se quiere, es de un nivel de violencia superior pero lo segundo es una factura cada vez más difícil de levantar. Favorecido por la ausencia de competencia en los sectores moderados, el PRO hasta ahora no sufrió demasiado el desgaste pero el panorama está cambiando y el déficit de orden pesa cada vez más en la balanza electoral.

Para algunos, esta guerra Macri la tiene perdida, ya que nadie cree en que habrá represión y procesamientos masivos. Para tener credibilidad, el gobierno necesita algo más que el proceso a Milagro Sala. Y no lo tiene. El balance es que la contención de los estallidos sociales -cara, muy cara- es hasta ahora un éxito; pero la restauración del orden público es sólo una frase que ni siquiera se escucha demasiado, porque nadie quiere pagar los costos.

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