Por Carlos Tórtora.-

En un esfuerzo mediático renovado, el oficialismo trató de imponer en la agenda de esta semana la existencia de atisbos de reactivación económica que, según la óptica oficial, comenzarían a convertirse en una firme tendencia hacia fin de año. Esto en medio de la pronunciada baja de la imagen positiva de Mauricio Macri en la provincia de Buenos Aires y de la secuencia de hechos delictivos graves que indican un fracaso parcial en uno de los principales objetivos definidos por el gobierno nacional: reducir los niveles de inseguridad.

El anuncio por la nueva conducción cegetista de un paro nacional sin fecha indicó también que empieza una nueva negociación entre la cúpula sindical y la Casa Rosada. La instalación en la opinión pública de que se acerca un veranito económico tiene en lo político objetivos absolutamente precisos. Uno de los principales, disuadir a Sergio Massa de que presente su candidatura a senador nacional por Buenos Aires. Si el tigrense evalúa que se encontrará con un PRO fortalecido por una economía que empieza a alentar el consumo, es posible que apueste a no arriesgar y deje pasar el turno, impulsando alguna alquimia con, por ejemplo, Margarita Stolbizer para senadora y Malena Galmarini encabezando la lista para diputados nacionales. Sin un candidato fuerte para la senaduría, el macrismo parece temerle sólo a Massa, porque tiene el antecedente de haber derrotado al kirchnerismo en el 2013, cuando esto parecía más que difícil. éste sigue haciendo equilibrio y negocia ahora con el gobierno el borrador del próximo presupuesto. Después de haber sufrido múltiples deserciones, Massa sabe que el poder puede dañarlo de diversas maneras, como ocurrió esta semana con la ruptura del Frente Renovador en Morón. Aparte, si el líder renovador rompiera con el gobierno, no está claro si los cientos de funcionarios que colocó en el gobierno provincial dejarían sus cargos o, en cambio, abandonarían al Frente Renovador en muchos casos.

No por nada Florencio Randazzo, con 7 u 8 puntos de intención de voto para senador nacional, reapareció esta semana en el ámbito del Grupo Esmeralda, que impulsa entre otros el lomense Martín Insaurralde. Si Massa se baja, Randazzo tendrá espacio para disputar el segundo lugar tal vez con CFK, que esta semana dejó trascender que no se presentará. A su vez, el recién casado Juan Manuel Urtubey está dejando en claro en sus reuniones en Buenos Aires que no levantará banderas propias en el 2017.

En síntesis, que para ganar en Buenos Aires y poder entonces extrapolar el resultado como un triunfo nacional, el gobierno necesita darle a Massa argumentos suficientes como para dar un paso al costado y a la vez sumar a sus filas a más intendentes peronistas, como fue el caso esta semana del de San Nicolás, Ismael Passaglia, y de la reactivación de Gerónimo «Momo” Venegas como convocante del PRO.

María Eugenia Vidal, entre tanto, deja correr que va por su reelección como gobernadora pero en realidad pensaría en suceder a Macri, porque no ignora que los segundos mandatos en Buenos Aires suelen terminar muy mal. Vidal intenta articular una fórmula de acuerdo con los intendentes del PJ que pase por el siguiente eje: darles lo que para ellos es esencial, esto es, los primeros lugares en las listas para concejales de CAMBIEMOS, a cambio de que apoyen a las listas de diputados y senadores nacionales que serían íntegramente macristas. La idea es viable pero algo ingenua, porque una vez que obtengan lo que quieren, bien podrían los barones del PJ hacer doble juego o proclamar que apoyan al PRO pero trabajar subrepticiamente para alguna fórmula peronista.

Los cambios en el escenario

Lo que parece estar en franca caída es la idea que motorizó el gobierno desde el día que asumió, o sea, la polarización electoral con el cristinismo. Jaqueada por los escándalos de corrupción y las múltiples deserciones, la presidente conserva apenas su núcleo duro y el alejamiento formal de la intendente de La Matanza Verónica Magario fue toda una señal de cómo los resortes del poder territorial se le van escapando de las manos.

Cualquier asomo consistente de reactivación económica terminaría reduciendo aún más al kirchnerismo. La anarquía peronista parece entonces aumentar día a día, lo que objetivamente aumenta el margen del gobierno para imponerse en las urnas.

Sin embargo, la frialdad empresaria y el escaso entusiasmo que despierta Argentina en los mercados externos, junto con las señales que hablan de un blanqueo apenas discreto en números, hacen que Macri necesite de un triunfo electoral contundente que le dé garantías a los operadores económicos de que la segunda mitad de su mandato no será un pato rengo.

Para eso también debe conseguir quitarle las espinas a su relación con Francisco, que suele predicar que el macrismo entraña el riesgo de un aumento peligroso de la brecha social. En su inminente encuentro en Roma, ambos hablarían acerca de cómo descomprimir una relación que es tensa. En el entorno de Bergoglio sigue predominando la idea de que Macri estaría condenado a ser un presidente bisagra y que en la Argentina están por surgir fuertes movimientos sociales que cambiarán el rumbo de la política, pero con fuerte signo progresista.

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