Por Carlos Tórtora.-

El clima político continúa enrareciéndose. Esta semana hubo señales fuertes. Hebe de Bonafini emergió para pasar de ser una imputada por defraudar al estado a otra vez un ícono de la izquierda. El presidente de la Nación fue agredido a piedrazos en Mar del Plata. CFK empezó una sostenida actividad proselitista como para dejar en claro que será candidata. El Gran Buenos Aires está cruzado de punta a punta por rumores sobre hipotéticos estallidos de violencia social. El Observatorio de la Deuda Social de la UCA marcó el aumento de los nuevos pobres. La reunificación de la CGT, prevista para el próximo 22, huele a la inevitable iniciación de un plan de lucha, por más que el gobierno haya arrojado el barril de aceite del pago de los fondos de las obras sociales para calmar los ánimos. Como telón de fondo, un fallo de la Corte Suprema de Justicia que le abriera al gobierno el camino para ratificar el tarifazo crearía condiciones ideales para la protesta social y, si el pronunciamiento trabara los aumentos, el macrismo quedaría debilitado y con las cuentas más en rojo.

Este contexto marca un cambio sustancial con relación a los primeros seis meses de la presidencia de Macri. Sencillamente, la etapa de romance entre el poder y la sociedad terminó. Ahora cada jugador se prepara para mover sus piezas en función de dos hipótesis: el gobierno se fortalecerá en la elección de medio término o, a la inversa, un flojo resultado instalará la idea de que puede empezar una retirada desordenada del poder. Como los economistas no se ponen de acuerdo en relación a cuándo se sentirá con fuerza la reactivación económica, la lucha por el poder vuelve a adquirir sentido. Si el PRO ingresa en el 2017 con una economía marcada por la recesión y la desocupación, el postmacrismo empezaría a entrar en los cálculos de toda la dirigencia.

Ante el aumento de los índices de riesgo, Macri ha concentrado cada vez más la toma de decisiones en determinadas áreas. Por ejemplo, la comunicación social, tanto en Buenos Aires como la Capital y la Nación, depende directamente de Marcos Peña. Y la acción social en los tres niveles está en manos de María Eugenia Vidal, que le marca la política a la Ministro de Desarrollo Social Carolina Stanley.

En otras áreas, en cambio, Macri se muestra vacilante y no le entrega plenos poderes a nadie. Es el caso de la justicia, donde se hace sentir el peso de los distintos lobbies judiciales porque el gobierno carece de un hombre fuerte. El ministro del área, Oscar Garavano, no lo es y el operador presidencial Daniel Angelici intenta avanzar pero encontrando muchas resistencias.

El reloj de arena

Así las cosas, a poco menos de un año de las elecciones, la incógnita central es quién se quedará con las banderas de la oposición en Buenos Aires, que será el campo de batalla electoral dominante en todo sentido y las estrellas serán los candidatos a senadores nacionales. Como suele ocurrirle a todos los gobiernos, éste también intenta repetir la jugada que antes le dio resultado: que la oposición quede en manos de CFK, perseguida judicialmente, desprestigiada y rodeada de impresentables como Bonafini, Guillermo Moreno y otros. La otra alternativa es que Massa, un tiempista profesional, levante vuelo por ejemplo a fin de año y pase a conducir una oposición que huela a futuro y a renovación. Con gran persistencia, Vidal y su mano derecha, el ministro de gobierno Federico Salvai, practican con el tigrense la política del abrazo del oso. Esto es, el Frente Renovador no sólo es garante de la gobernabilidad provincial y nacional sino que ocupa cientos de cargos con los cuales financia su estructura política.

Ahora a Massa se le empieza a agotar el tiempo y debe elegir: los sectores peronistas críticos del PRO y la clase media decepcionada por Macri buscan un jefe opositor y no lo encuentra, porque le parece absurdo ir detrás de una anacrónica Cristina. Pero Massa no rompe con el gobierno para no quedarse sin su sustento logístico y este abrazo del oso puede costarle caro, porque el gobierno bonaerense no para de seducir a intendentes peronistas que, si algo no quieren, es llegar a las elecciones sin un paraguas de poder que los cubra.

Preguntas son las que sobran. Si Massa rompe con el gobierno, podría sufrir una seria sangría de dirigentes, porque muchos de sus hombres se negarían a dejar los cargos que hoy usufructúan.

En cambio, si continúa así mucho más, la base opositora que lo espera puede empezar a tomar distancia y siempre existe el riesgo de que aparezcan otras opciones. Tal vez por esto volvió a mostrarse en Mar del Plata con su aliado José Manuel de la Sota. La política odia el vacío y la oposición hoy sufre de ausencia de liderazgo, una situación que difícilmente pueda continuar más allá de fin de año.

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