Por Carlos Tórtora.-

El laberinto k de las candidaturas lejos de despejarse se complica más con el transcurso del tiempo. La ilusión de la candidatura de Sergio Massa empezó a disolverse con el 6,6% de inflación de febrero. El ministro de economía representaba la expectativa de captar a parte del voto moderado y achicarle así el caudal de JxC. En esto Massa se distinguía del resto de los presidenciables peronistas que, con la sola excepción de Daniel Scioli, sólo mueven votos peronistas.

El eclipse de Massa se reflejó en un crecimiento del operativo clamor por Cristina Kirchner. La vicepresidenta sigue con su pronóstico fatal: perder el ballotage contra cualquier candidato opositor.

Buenos Aires en riesgo

La presunción de que CFK no se suicidará aceptando la candidatura hace que en el oficialismo se piense cada vez más en buscar un candidato para perder. Alberto Fernández se ofrece contento para este rol. Él creería que puede obtener un buen resultado y lograr así su supervivencia política. Por la imaginación del presidente pasa asumir el rol de enterrador del kirchnerismo y ganar así votos anti-Cristina. Ella, más allá de cualquier especulación, no puede admitir la idea de que Alberto sea el candidato y menos aún que haga campaña contra el kirchnerismo.

Pero la idea de buscar un candidato para perder encierra otros problemas aún más graves. Un candidato con poca capacidad de traccionar votos debilitaría por ejemplo la candidatura de Axel Kicillof, poniendo en riesgo el objetivo de mínima k: la supervivencia en Buenos Aires. Las dos veces que el peronismo fue a las urnas con candidatos poco carismáticos, con Ítalo Líder en el ‘83 y con Eduardo Duhalde en el ‘99, resultó derrotado por amplio margen. Ahora, como se ve, no se trata sólo de hacer un papel digno. Está en juego hasta el triunfo en Buenos Aires.

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