Por Carlos Tórtora.-

La actual situación económica local quedó bien sintetizada por el informe de esta semana de la calificadora internacional de riesgos Moody’s. Esta indicó que “con niveles de sentimiento y confianza inestables, los ajustes políticos en curso y el riesgo de un repentino retroceso en el progreso, el plazo para una eventual normalización de las condiciones crediticias es incierto” en los países de América Latina.

En relación a Argentina, precisó que “las condiciones crediticias siguen siendo difíciles, aunque los cambios políticos en curso y las expectativas de un entorno favorable al mercado están impulsando la confianza de las empresas y de los inversores allí”.

En otras palabras, que el cambio de expectativas prometido por el gobierno para el segundo semestre es mucho más débil de lo esperado. Esta sensación de estancamiento tiene mucho que ver con la pérdida de la iniciativa política por parte del gobierno, que el fallo de Corte Suprema sobre el aumento de tarifas terminó por poner en evidencia. Como ocurre en todo país presidencialista, este fenómeno se plasma en el debilitamiento de la imagen presidencial. Macri tuvo poco protagonismo en la crisis de las tarifas y delegó bastante en Marcos Peña, mientras se prepara para su gira a China y Qatar. Como siempre ocurre cuando las cosas andan a los tumbos, el partido gobernante hizo una cumbre en cuyos pasillos volvió a insinuarse la diferencia de estrategias. Peña, Emilio Monzó, Jaime Durán Barba y el entorno personal del presidente apuestan a seguir diferenciando al PRO como proyecto político ajeno a la UCR y el PJ, portador de la nueva política. En torno a María Eugenia Vidal, en cambio, (con mejores números que Macri), crece la visión de que hay que recrear alguna forma de pro-peronismo para poder permanecer en el poder. Horacio Rodríguez Larreta y Octavio Frigerio piensan en estos términos. La discusión es profunda porque esconde otra disyuntiva: si por problemas de salud o por falta de interés Macri termina no intentando su reelección, el eje del poder en el partido gobernante se iría trasladando hacia una dirigente que, más allá de su muy buen marketing, no deja de ser un misterio por su escasa trayectoria y la ausencia de un perfil político claro. Vidal parece jugarse su futuro político nacional en la difícil operación de impedir que Sergio Massa le gane a CAMBIEMOS la senaduría nacional por Buenos Aires el año que viene. El minué de aproximaciones y alejamientos entre ambos personajes no cesa un día. Para el tigrense, dar un paso al costado y no ser candidato el año que viene le permitiría aumentar su capacidad de negociación con el gobierno, pero podría perder el tren de la historia, porque el peronismo busca un jefe que se haga cargo de la oposición para no tener que depender de los arrebatos de CFK, la elegida por Macri como la rival ideal. Con las diferencias del caso, Macri sigue el ejemplo de Carlos Menem con Raúl Alfonsín, al cual siempre distinguió como jefe de la oposición, porque su turbulenta salida del poder le hacía imposible volver al mismo.

La vuelta de la violencia

El gobierno se dedicó esta semana a deslucirse con los casos de Gabriela Michetti y Juan José Gómez Centurión, demostrando que su prolijidad está lejos de la nueva política anunciada. Pero la realidad profunda marcha por otros carriles y lo que reapareció con fuerza fue el protagonismo de la calle en distintas variantes.

El martes, en Rosario, reapareció el fantasma del “que se vayan todos”. Bajo el lema de «Rosario sangra», se convocaron miles de personas a través de las redes sociales en una marcha masiva. Los manifestantes fueron a los tribunales provinciales y recorrieron los distintos barrios de la ciudad. El reclamo se desató ante una ola de crímenes vividos recientemente.

Según informes de inteligencia, marchas similares se preparan en distintas ciudades del país.

Otra gimnasia, en este caso revolucionaria, fueron los violentos cortes que las agrupaciones Aníbal Verón y Barrios de Pie hicieron el miércoles en la Autopista La Plata . ¿Tiene conexión este episodio con la toma de tierras iniciada en Moreno por unas 500 familias en los barrios 25 de Mayo y la Gloria II?

No olvidemos tampoco la agresión con piedras a Macri en Mar del Plata.

En su obsesión por mantener la paz social sin verse obligado a reprimir, el macrismo sigue subsidiando generosamente a la mayor parte de los movimientos sociales que tienen sus terminales políticas en la oficina de CFK o en la izquierda revolucionaria. El Movimiento Evita de Emilio Pérsico y Fernando “Chino” Navarro son un buen ejemplo. Ahora bien, hay motivos para suponer que estos grupos no renunciaron a su objetivo de volver al poder y usan los fondos del gobierno para prepararse para voltearlo. La estrategia del PRO consiste en comprar tiempo hasta que una impactante reactivación económica diluya a los movimientos sociales y les quite representatividad. Pero el boom económico se retrasa y los profesionales de la agitación intuyen que llegó la hora de capitalizar el malestar popular.

Parecidas, aunque con diferencias importantes, son las motivaciones de la marcha de la resistencia liderada por Hebe de Bonafini y Máximo Kirchner. Se trató, en este caso, de amenazar con la violencia callejera para evitar que CFK termine entre rejas. Y un poco más. Ella se viene reuniendo con todos sus ex funcionarios, que ahora están a tiro de terminar en el banquillo, empezando por Daniel Scioli, para decirles que, si el cristinismo gana la calle y demuestra que todavía arrastra a buena parte del peronismo, se podrá negociar la impunidad, porque muchos jueces y fiscales no querrán disparar con sus decisiones un derramamiento de sangre. Achicado y descalificado, al cristinismo le queda usar el viejo manual revolucionario de Lenin que asegura que una minoría organizada y con objetivos claros siempre termina imponiéndose a una mayoría dispersa y confusa, como es hoy el peronismo.

Ante la realidad de una sociedad que está a las puertas de un ciclo de violencia, la cúpula del gobierno sigue aferrada a la idea de que la clave del control social pasa por el predominio en las redes sociales y el consenso de los independientes. Tanta ingenuidad política puede costar muy cara. Sobre todo cuando se ha perdido el factor esencial para conducir políticamente un proceso: la iniciativa.

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