Por Carlos Tórtora.-

Con bastante velocidad, las expectativas se adelantan a los hechos y ya el mundo político y los mercados giran alrededor del futuro armado del gobierno macrista. De ganar Macri el próximo domingo, sería la primera vez que un tercer partido llega al poder por el sufragio popular. Lo inédito de la situación también representa para CAMBIEMOS una serie de desafíos y problemas distintos a los que tendría un gobierno peronista o radical. Sintéticamente podemos señalar 10 problemas.

El equipo económico macrista cree en la necesidad de una política de shock, pero a su vez, un paquete que incluya la devaluación, una recomposición inicial de tarifas, baja de subsidios, etc., reduciría la capacidad de los salarios y aumentaría los riesgos de una reacción social con dos motores poderosos: las organizaciones de izquierda y el kirchnerismo, con su estructura de movilización y sus recursos económicos, que continuarán siendo importantes.

La amenaza de estallidos sociales de envergadura ya tiene efectos políticos antes de que Macri se instale en la Rosada. Rápidamente, el macrismo repite la maniobra de Néstor Kirchner en el 2003 y negocia con Hugo Moyano un esquema de contención social que frene a las distintas facciones de izquierda. El pacto con el moyanismo es, por esencia, un arma de doble filo. El veterano líder de los camioneros, como ya lo demostró con los Kirchner, no es de aquellos que caen junto a sus aliados. Si Macri se la ve complicada en las legislativas del 2017 o aun antes, Moyano es un firme candidato a abandonar el barco y con fuertes argumentos, ya que su pertenencia peronista prácticamente lo obligaría a dejar a su suerte a un gobierno no peronista en caso de no tener éste éxito.

La debilidad legislativa de CAMBIEMOS -con 42 diputados y 4 senadores nacionales- obliga al macrismo a depender de los massistas y, sobre todo, de sus aliados radicales, para alcanzar las mayorías para sancionar leyes. El problema es que los radicales ya lo dicen con todas las letras: ellos aportarían gobernabilidad a cambio de un gobierno de coalición, es decir, con parte del gabinete nacional para la UCR. Esto a Macri le produce alergia, porque asemejaría su esquema de poder al de la Alianza en el ‘99. Es decir, un gobierno bicéfalo. Pero el tema más álgido es que a nadie se le escapa que, salvo en lo que hace a algunas generalidades, la UCR y el PRO difieren no poco en sus visiones de las políticas económica, exterior, de seguridad, educación, etc. Los radicales siguen adhiriendo a la internacional social demócrata y el PRO, aunque intente parecer de centro izquierda, claramente no lo es y las circunstancias lo empujan en otra dirección. ¿Cuánto tardaría el radicalismo en manifestar sus críticas a la economía macrista? Es imposible decirlo pero es fácil deducir que no demasiado.

Esto no quiere decir que CAMBIEMOS esté condenada a terminar en una crisis virulenta como la que precedió a la caída de la Alianza. Pero sí que las diferencias son sustanciales y que el final de las mismas es impredecible. Sobre todo teniendo en cuenta que la cúpula radical, luego de la reciente excelente cosecha de cargos nacionales, provinciales y municipales, se prepara para ir por el gobierno en el 2019, especulando con que se acerca una larga crisis peronista. El PRO es hoy a la vez un aliado y el principal rival del radicalismo con vistas a la próxima elección presidencial

Una lista larga

Curiosamente, la dispersión del poder peronista que ya se asoma en el horizonte no es en absoluto un beneficio claro para Macri. CFK soñó con Aníbal Fernández gobernador y timonear el PJ con los resortes del poder bonaerense. Este plan lo hizo trizas María Eugenia Vidal y ahora, con Santa Cruz y algunas provincias menores más, Cristina pasa a ser un factor de poder que deberá competir con los emergentes Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey y otros que aparecerán. Las guerras civiles en el peronismo, como la que lo sacudió entre la derrota de Ítalo Luder en el ‘83 y la victoria de Carlos Menem sobre Antonio Cafiero en el ‘88, suelen ser intensas y explosivas. Un Macri presidente deberá entonces negociar con facciones peronistas que compiten entre sí por acercarse al gobierno o confrontar con él hasta que surja un nuevo liderazgo que sustituya a Cristina, lo que puede tardar años. Como ejemplo está Massa, un líder bonaerense que intentó crecer rápidamente en el interior pero no llegó a instalarse firmemente. Un peronismo líquido es un factor de inestabilidad importante, sobre todo si la relación entre el PRO y la UCR se va complicando.

Como es obvio, en el horizonte están las legislativas del 2017, la oportunidad para el PRO de construir una mayoría legislativa propia, lo que no le será fácil, porque sólo gobierna dos distritos, aunque uno de ellos, Buenos Aires, contiene el 37% del padrón nacional. Al revés de lo que suele ocurrirles a los partidos que ganan una elección presidencial, el macrismo debe salir a buscar su mayoría legislativa propia. Si no la consigue, correría el riesgo de tener un gobierno que no pueda perpetuarse cuatro años más.

En este listado de factores de riesgo hay que contabilizar el probable estallido de la bomba de la corrupción. En el inminente traspaso del poder, es probable que se descubran cientos de ilícitos de todo tipo y la destrucción de sus pruebas, algo que ya se está dando en diversos municipios del conurbano. Macri puede encontrarse entonces ante una imparable multiplicación de las causas por corrupción. Por un lado, esta situación mantendría ocupada a la opinión pública, que tiene no pocos rencores con los dueños de la década ganada. Pero por el otro, la judicialización puede encender una hoguera en un peronismo donde hoy prevalece el sálvese quien pueda.

Por último, el macrismo hereda un Poder Judicial partido en dos entre kirchneristas y antikirchneristas, donde las cuentas pendientes son muchas y grandes. Todo parece indicar que esta crisis recién empieza y que la siembra de jueces, fiscales y funcionarios, realizada sobre todo por La Cámpora, presentará una férrea resistencia y que el gobierno posiblemente actúe con cautela para que no lo acusen de intentar formatear una justicia a su gusto.

En los procesos políticos modernos, el romance de la sociedad con el presidente electo dura cada vez menos. En el caso de Macri, si gana, corre el riesgo de enfrentarse a la rápida impaciencia de la sociedad. A diferencia de Menem y Alfonsín, él carece de un liderazgo carismático. Y a diferencia de los Kirchner, el PRO no pretende electrizar a la sociedad con un relato político épico. Su preferencia por el eficientismo y la política gerencialista lo acerca más a los gobiernos tecnocráticos que hoy se imponen. Pero lo priva, a la vez, de una de las principales armas del populismo argentino: su capacidad para construir un modelo que anule a la oposición en tanto cuente con recursos para financiarlo.

Share