Por Carlos Tórtora.-

Si bien no se puede hablar de tendencias definitivas, a menos de un mes de que se vote, las perspectivas para el oficialismo son mejores que las que tenía la noche del 13 de agosto pasado, en el recuento de votos provisorio, cuando debió montar un escenario de cotillón para darlo por ganador a Esteban Bullrich manipulando sin escrúpulos el suministro de información, que terminó dando por ganadora a CFK. Ahora casi todo es distinto: los intendentes K del conurbano, con fino instinto para estas cosas, percibieron que la ex presidente subiría menos su caudal que Cambiemos y empiezan entonces a hacer sus clásicos dobles y hasta triples juegos. Sergio Massa tiene obvios problemas para no bajar del 10% que le daría al menos cierta dignidad a su caída y Florencio Randazzo estaría quedando reducido a apenas 2 puntos. Una parte de los votantes que abandonan a Massa son independientes que se acercan a Bullrich en tanto que otros, la minoría, vuelven al kirchnerismo.

De quedar CFK segunda el 22 de octubre, los astros parecen alinearse para que Macri tenga una gran oportunidad. Es sabido que la moderada Liga de Gobernadores no será una barrera política para los planes del oficialismo. Para empezar su principal figura, Juan Manuel Urtubey habría decidido que en el 2018 tampoco acelerará su carrera presidencial. El ajuste económico que se prepara junto con la reforma impositiva y la pulseada entre María Eugenia Vidal y sus colegas del interior por la participación le dejan poco margen a éstos para ponerse molestos con el gobierno. El sindicalismo está ya anoticiado de que la Casa Rosada planea paritarias con techo del 15% y que está dispuesta a disciplinar a una CGT hoy en retirada y sin oxígeno político. En las últimas horas, sonó en los oídos de los caciques sindicales una nueva advertencia sobre el interés judicial en sus asuntos: la interna familiar en la sucesión de Gerónimo Momo Venegas, un buen amigo de Macri, que puso al descubierto una trama de negocios que puede sacudir a la cúpula de la UATRE.

Alimentando más todavía la confusión peronista, el inminente vencimiento de los mandatos de las autoridades del PJ bonaerense y la precaria situación jurídica de la cúpula del PJ nacional abrirían un capítulo clásico de cuando el peronismo está en el llano: la lucha por el control del sello partidario. Dos figuras históricas se interesan por tener un rol protagónico en esto: Eduardo Duhalde y José Manuel de la Sota. El primero siempre gira en torno a un acuerdo con el PRO y el segundo tiene escasa autonomía de vuelo: viene de ser derrotado en su provincia por Cambiemos por casi 20 puntos y además se comenta que la ola de Odebrecht podría alcanzarlo en un par de contrataciones. Para satisfacción de Macri y como ya señalamos, Massa está a punto de bajar de nivel para pasar de presidenciable a una figura estelar del peronismo bonaerense, apto para ser compañero de fórmula de algún candidato del interior.

Con las incógnitas de otras veces

Con este cuadro, sólo tiene que aumentar en algo sus resultados de las PASO y crear condiciones para que CFK, malherida pero por ello mismo peligrosa, siga resistiendo a sus confundidos adversarios y mantenga a José Luis Gioja al frente del PJ Nacional intentando que Fernando Espinoza prorrogue las elecciones en el PJ bonaerense. Así las cosas, una parte importante de la dirigencia peronista comprendería -si es que no lo comprendió ya- que el camino electoral del 2019, con Cristina candidata, le significará a muchos intendentes legisladores y algunos gobernadores, perder su reelección. Y enfrentarla a ella les ocasionaría el mismo perjuicio, porque el voto peronista quedaría dividido. De hecho, hoy la pelea por disputarle a Macri y a Vidal desde el PJ tiene poco atractivo, porque prácticamente nadie cree que valga la pena intentarlo. La única salida para la subsistencia de la actual cúpula del PJ sería correr al abrazo con Macri, si éste le garantiza conservar sus cargos y no intenta arrebatarle sus sillones. La oportunidad para recrear lo que Raúl Alfonsín bautizó pomposamente como “tercer movimiento histórico” está servida. Con la cooptación de una parte importante del PJ bonaerense, el PRO se aseguraría la reelección presidencial y la mayoría en las dos cámaras provinciales y en la Cámara de Diputados de la Nación. Claro está que el mejoramiento de la economía por ahora es demasiado tenue como para darle a esta operación un coro de aplausos populares que hoy está lejos de tener. Los últimos intentos macristas para construir un polo Pro-peronista no fueron felices. Jesús Cariglino, Mario Ishii, Aldo Rico y otros dieron vueltas alrededor del tema pero sin mayores concreciones. Esto no impidió que Cambiemos fuera incorporando oficialmente a figuras peronistas con mucha trayectoria como Osvaldo Mércuri en Lomas y Carlos Brown en San Martín. En la mesa chica de Olivos, a todo esto, se impuso claramente el pensamiento ortodoxo de Marcos Peña y Jaime Durán Barba acerca de que el peronismo tiene efectos tóxicos y que hay que insistir con los productos genuinos como Esteban Bullrich. Esta forma de pensar es incompatible con una apertura del PRO a los jefes peronistas que buscan sobrevivir al “efecto CFK”. Macri observa y estudia. El 2019 está lejos y cerca según como se lo mire. El presidente quiere ganar esta vez sin tener que ir a una siempre traumática segunda vuelta y eso, con los números a la vista, sólo es posible si se cuenta con un porcentaje alto del voto peronista.

Hasta ahora la fórmula que se impuso en el oficialismo fue coquetear con el peronismo pero sin abrirle a éste las puertas del poder. Desde su rincón de ya segura ganadora porteña, Elisa Carrió parece esperar que Macri se abrace con los sobrevivientes del PJ para levantar su bandera preferida, la disidencia. La tormenta de citaciones judiciales que se hará sentir en el último trimestre y que servirá para intentar distraer del ajuste conmocionará aún más al peronismo, cuya dirigencia no se caracterizó por haber rechazado los acuerdos con Julio de Vido y los suyos durante las tres presidencias K.

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