Por Carlos Tórtora.-

El súbito pase de la diputada del Frente Renovador Mónica López al sciolismo no sólo reactivó una tendencia que hizo furor dos meses atrás: la fuga de dirigentes massistas hacia el oficialismo. Curiosamente, el episodio coincide con una serie de señales en apariencia contradictorias. En las últimas semanas, el fenomenal despliegue mediático y publicitario del candidato de UNA llamó la atención, teniendo en cuenta las consabidas dificultades financieras del massismo para sostener una campaña electoral tan larga y confrontando, por un lado, con la estructura del Estado nacional más la provincia de Buenos Aires, y por el otro, con el gobierno de la ciudad más rica del país. Circuló entonces con fuerza la hipótesis de que, en su desesperación por evitar que Mauricio Macri alcance el 25 de octubre una diferencia menor a 10 puntos con Daniel Scioli, el kirchnerismo habría financiado generosamente al tigrense para que creciera y le restara algunos puntos a CAMBIEMOS, aun corriendo el riesgo de que también mermara el capital electoral de Scioli.

Sin embargo -y como suele ocurrir en estos casos-, ni bien aparecieron algunas encuestas mostrando cierto crecimiento de Massa, en Olivos empezaron a imaginarse que éste podría aprovechar el amesetamiento actual de Macri para alcanzarlo y hasta superarlo (lo que no surge de las encuestas). Y al gobierno realmente no le interesa en lo más mínimo afrontar un ballotage contra un candidato peronista capaz de dividir el voto justicialista. En medio de estas idas y venidas, lo cierto es que está funcionando un fluido canal de negociaciones entre Massa (y por cuerda separada, José Manuel de la Sota) y Carlos Zannini y Eduardo Wado de Pedro.

Un pacto complejo

Las conversaciones giran casi exclusivamente alrededor del ballotage y el marido de Mónica López, el diputado nacional massista Alberto Roberti (secretario general del influyente sindicato de petroleros privados), juega en esto un rol importante. En este contexto, el pase de López al kirchnerismo a tres semanas de la primera vuelta formaría parte de un pacto en plena elaboración. La polémica diputada, que se cansó de denostar a Scioli recientemente y que antes reportara a Francisco de Narváez, estaría dando la primera señal para un acuerdo para el ballotage entre el massismo y el delasotismo. Después de sus fuertes críticas contra el gobierno nacional de las últimas semanas, en el PRO evalúan que a Massa se le haría muy difícil justificar, ante una segunda vuelta, su apoyo al Frente para la Victoria. El único camino para salir de esta encerrona sería que en la jugada apueste fuerte el propio Scioli -sin participación de CFK- convocando a la unidad del peronismo y que De La Sota aceptara la propuesta como una especie de supuesta superación del ciclo kirchnerista. En esa escenificación montada con una abundante publicidad, el gobierno esperaría que la mayor parte de la dirigencia renovadora -interesada en participar del gobierno de Scioli- apure a Massa para que ensaye una pirueta dialéctica y acepte que el peronismo unido debe plantarse para derrotar al supuesto frente antiperonista (por más que ahora Macri aparezca inaugurando un monumento de Juan Domingo Perón junto a Hugo Moyano y Eduardo Duhalde). Esta flexibilización del tradicional discurso no peronista del PRO indicaría que en CAMBIEMOS ya entrevén que, si hay ballotage, al Frente para la Victoria sólo le queda apostar a la opción peronismo-antiperonismo para contener una corrida de las malhumoradas clases medias urbanas en dirección a CAMBIEMOS. En este aspecto, Massa no sólo sería un personaje estratégico por ser el tercer candidato más votado sino porque convoca a un electorado mixto, es decir, en parte peronista y en parte independiente.

Uno de los que más se compenetran con esta operación en gestación es Aníbal Fernández, que está convencido de que el kirchnerismo debe recomponer con Massa y hasta dejarlo correr como precandidato presidencial para el 2019. Un plan indigerible para Scioli quien, sin embargo, vistas sus actuales dificultades para crecer, debería aceptar que el acuerdo con Massa y de La Sota es la única salida con grandes posibilidades de éxito.

A todo esto, el gobierno tampoco deja de dar otros pasos para intentar debilitar a CAMBIEMOS. Adolfo Rodríguez Saá, que en las PASO del 9 de agosto cosechó un modesto 2%, recibiría varios millones de boletas pagas por el oficialismo, con la esperanza de que le quite algunos votos al massismo.

En el plano de la campaña sucia, el marido de María Eugenia Vidal, Ramiro Tagliaferro, es el principal blanco elegido por el cristinismo para denunciar supuestas maniobras de corrupción en la campaña macrista en Morón. Grupos de agresivos periodistas de 6,7,8 y otros programas oficialistas persiguen a Vidal en cada una de sus apariciones en el conurbano preguntándole sobre los supuestos negocios oscuros de su marido. La idea sería provocar una reacción violenta por parte de algún militante macrista y desencadenar de este modo un gran escándalo.

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