Por Rodolfo Patricio Florido.-

Cuando el peronismo empieza a pensar más en cómo regresar que en cómo quedarse, va quedando claro que sienten que la alquimia kirchnerista-sciolista está llegando a su fin. Sólo les queda el debate o pensar que las encuestadoras están tan equivocadas como estuvieron en las elecciones de primera vuelta pero ahora en sentido contrario.

En cuanto al debate, es poco probable que pueda influir de manera determinante en cambiar las voluntades ya decididas. Si todo resultara así, el peronismo deberá restañarse las heridas y buscar si le dan continuidad al kirchnerismo representado en el Frente para la Victoria o buscan una nueva alquimia de la mano de Sergio Massa, José Manuel de la Sota y el salteño Urtubey.

O sea, un nuevo peronismo con una matriz más ortodoxa, menos confrontativa, menos transversal y generacionalmente (con la excepción de De la Sota) más relacionado con la democracia llegada en 1983 que con el pasado.

Si así fuese, no serían pocos los gobernadores peronistas que deberán optar si darle continuidad a su relación con el cristikirchnerismo y este último quizás deba también repensar su relación de fuerzas legislativas cuando muchos legisladores abandonen su bloque. Hay algo que está claro: nada será igual. Resta aún ver qué sucederá con una Cristina sin el poder ni la disposición de los fondos públicos, ni las cadenas nacionales, ni los canales oficialistas que buscarán sobrevivir sin los ingentes y desproporcionados recursos de publicidad oficial que recibían sin contraprestación de rating. Nada de esto será fácil.

En este contexto, Daniel Scioli pasará de ser la esperanza de alguna forma de continuidad a transformarse en el derrotado sin distrito propio ni recursos. Eso en el peronismo es muy duro y hasta cruel. Sus teléfonos dejarán de sonar, las visitas a Villa la Ñata serán esporádicas, no tendrá avión ni helicóptero para desplazarse ni para prestar. Difícilmente obtenga siquiera alguna futura candidatura más allá de alguna diputación pero sin encabezar lista alguna. El kirchnerismo no le perdonará la derrota y el massismo le recordará su kirchnerismo.

Algo similar le podría haber pasado a Massa, pero no le pasará. Su tercera posición desde un peronismo ortodoxo y outsider del kirchnerismo, más el hecho de que su caudal electoral termine por apoyar a Mauricio Macri, tiene dos lecturas complementarias entre sí.

Por un lado, deberá recorrer caminos similares al de CAMBIEMOS, porque la mayoría de sus votantes se mostraron más independientes que militantes.

Por otro lado, la reconstrucción del peronismo, sin más lideres que los tres mencionados (Massa, De la Sota y Urtubey) tendrán espacio y tienen posibilidades ciertas de caminar el país buscando heridos, derrotados e incluso triunfadores que transitaron el espacio del FPV y que quedarán huérfanos. Incluso, muchos de ellos se alegrarán de perder una madre política que les entregaba recursos pero que al mismo tiempo les recordaba fuertemente su carácter de dependientes absolutos de esa voluntad matriarcal casi hegemónica.

Randazzo es un ejemplo de esto. No son pocos los que no comprenden que los dardos que Randazzo le tira a Scioli y por elevación a su mismísima Jefa, Cristina, tienen por objetivo su propio posicionamiento post ballotage, considerando Randazzo que Scioli pierde. Ya sin cargo, sin espacio territorial y sin una agrupación que lo contenga, Randazzo lo que quiere es posicionarse en la reorganización del peronismo. Y su jugada… no será con Cristina. Seguramente, o cuando menos muy probablemente, apueste a que el massismo lo reciba y lo entronice a la búsqueda, dentro de cuatro años, de una gobernación bonaerense que sólo estará cerca si María Eugenia Vidal fracasa. En otras palabras, dependen más del fracaso de otros que de sus propias propuestas renovadas.

Luego de lo que pareciera tomar forma de derrota, la así llamada “liga de gobernadores” (Gioja, Insfrán, Urtubey, Closs, Manzur, etc.,) buscará imponer su peso, pero hoy por hoy ese peso es también un peso devaluado. Sólo Urtubey se ha fortalecido en su distrito. Además, sus dichos y confrontación indirecta con el kirchnerismo le pueden incluso permitir agrupar los probables restos de un sciolismo que, de perder, será un aparato golpeado y deshilachado en busca de una nueva conducción que le encuentre un camino posible a sus ambiciones sectoriales.

Por eso, una derrota de Daniel Scioli en el ballotage -lo que hoy no sorprendería a nadie- empezará a definir el futuro del peronismo sin el kirchnerismo. Y si alguna circunstancia impensable y de último momento dejara a Scioli en la Presidencia, el kirchnerismo cristinista será desplazado por la verdad profunda de un Scioli que, quizás por sus mismas debilidades personales, aceptó a un Aníbal Fernández que fue una mochila de piedras y a un Zannini que no le permitió mostrar un rostro distinto por más esfuerzos que hiciera. Scioli llegó por obsecuencia y por la falta de un candidato kirchnerista puro que midiera electoralmente. Y si Scioli pierde, también habrá perdido por no haber tenido la fortaleza o el carácter para diferenciarse antes de llegar al poder y así poder elegir a quienes lo secundarían en lugar de aceptar todas las imposiciones para ser bendecido por una Presidente que nunca lo quiso. Cuando todo haya terminado, quizás ahí Scioli encuentre el valor para reconocer sus errores. Pocos creen que ese valor lo encuentre alguna vez y más aún si la derrota lo golpea en lo más profundo de su alma, porque sabrá que ese destino es el que él mismo se construyó. Tuvo todo, absolutamente todo para ganar, pero sus propios miedos auto-exculpados en una verticalidad no gratificada lo depositaron en un ballotage que hoy parece haber sellado su destino.

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