Por Carlos Tórtora.-

Los episodios de violencia de la semana pasada, sumados a la crisis de la CGT, la asunción de una nueva conducción del PJ bonaerense, la realineación de Sergio Massa más cerca del kirchnerismo y el incómodo rol de los gobernadores yendo al Congreso a presionar a sus diputados para que votaran a favor de la reforma previsional, marcan un contexto de cambio político en la principal fuerza opositora que va a alterar desde ya el escenario nacional.

Hasta ahora, el macrismo se manejó con un esquema dual: por un lado, se esforzaba por mantener viva la confrontación con CFK para que ésta siguiera siendo la figura central del peronismo, cargando con su mochila de causas por corrupción y el hartazgo de una dirigencia que es consciente de que hace falta renovación. Por el otro, el Gobierno siempre se ocupó de contar con el apoyo de sectores del peronismo que le aseguraran no sólo votos para legislar, sino una base de sustentación electoral de properonistas. Lo primero, la polarización con Cristina sigue en pie. Lo segundo está en crisis. Para empezar, Massa empezó a entender claramente que Macri lo iba relegando como principal interlocutor peronista sustituyéndolo por los gobernadores y entonces volvió al plano opositor. La liga de intendentes del conurbano, por su parte, consiguió tomar la conducción del PJ de Buenos Aires con Gustavo Menéndez como presidente y allí conviven cristinistas y poscristinitas. Tanto el massismo como la liga de intendentes siguen profundizando sus lazos con María Eugenia Vidal pero se alejan lo más que pueden de Macri y su entorno. Así es que, para asegurarse la gobernabilidad, la gobernadora mantiene cerca a casi todas las franjas del PJ, mientras que los ortodoxos, con Marcos Peña y Durán Barba a la cabeza, insisten en que Cambiemos debe eludir el abrazo del oso con el peronismo. Como es obvio, el presidente está obligado a hacerse el distraído ante los acuerdos de Vidal con la dirigencia peronista, porque el control de Buenos Aires sigue siendo fundamental para un partido como el PRO, que sólo gobierna allí y en la Capital Federal.

El cambio, en las expectativas después de la crisis por la reforma previsional, es bastante marcado. El peronismo percibe que el malestar social ya pasó a la clase media, que volvió a las cacerolas, y se espera entonces el comportamiento de varios indicadores. El primero son las mediciones acerca de si el presidente bajó en su imagen positiva y cuántos puntos. Otro es qué efecto tendrán los tarifazos de gas y electricidad cuyas facturas empezarán a llegar en febrero. Por último, hay bastante expectativa por lo que diga el Papa sobre Argentina en las próximas semanas, probablemente durante su visita a Chile el 15 del mes que viene. Hecho éste que, dicho sea de paso, agitaría profundamente el conflicto mapuche.

Los sindicalistas, por su parte, no dudan que la CGT tuvo en esta última crisis un rol casi tan deslucido como los gobernadores peronistas y que tanto la CTA como el sindicalismo de izquierda van ganando terreno ante una central gremial de perfil difuso. A su vez, las presiones judiciales sobre Hugo Moyano y varios secretarios generales de gremios podrían debilitarse si los indicadores muestran a un Macri en baja y con la calle convulsionada. La justicia federal refleja las ecuaciones de poder con mayor precisión que un barómetro y el principal capital político de Macri consistía en que prácticamente nadie dudaba de su reelección. Hoy, hasta el comportamiento del dólar está dando señales de alerta. Otros protagonistas importantes en este proceso de agitación social son los movimientos sociales, donde están apareciendo nuevos referentes, como el diputado nacional Leonardo Grosso o el amigo del Papa Juan Grabois, que no responden a Emilio Pérsico, Fernando “Chino” Navarro, Edgardo Depetris ni Luis D’Elía. Los nuevos dirigentes sociales no quieren hacerse cargo de la herencia de la década K y a su manera son poscristinistas.

Cada vez se jugaría más fuerte

En síntesis, si el Gobierno no consigue resultados económicos rápidos y se profundiza entonces la actual tendencia, cada vez le serían menos útiles al oficialismo los gobernadores cautivos y una CGT colaboracionista, porque la dirigencia peronista, para conservar su mercado electoral, se mostraría progresivamente más opositora.

Desde ya que esto no obsta para que continúe aumentando la lista de habitantes kirchneristas de Ezeiza y Marcos Paz. La detención de Cristóbal López encierra un mensaje para muchos empresarios que estuvieron estrechamente vinculados a los negocios que orquestaba Julio De Vido, que por algún motivo amenazó con hablar y finalmente no lo hizo.

En el ámbito de la justicia bonaerense, donde las presiones políticas se hacen sentir más aún que en Comodoro Py, cada vez se habla más de que la denuncia que iniciara Elisa Carrió contra Daniel Scioli por enriquecimiento ilícito y lavado está madurando rápidamente. El fiscal platense Álvaro Garganta trabaja intensamente y reunió abundante material probatorio que evalúa la jueza Marcela Garmendia. Scioli se ausentó las sesiones para tratar la reforma previsional en lo que habría sido un esfuerzo desesperado por congraciarse con el Gobierno. Su procesamiento y detención serían un poderoso factor de distracción en un verano tenso. El ex motonauta es un solitario y no cuenta con la solidaridad de CFK y tampoco con el respaldo del peronismo moderado. Lo relevante del caso Scioli es que podría ramificarse hacia una serie de intendentes y convulsionar la primera línea del justicialismo bonaerense.

Al Gobierno le llegó ahora el tiempo de testear si sigue siendo válido su principal recurso: confrontar a la sociedad con el saqueo de la década K para salir ganando en la comparación. Hasta ahora esta fórmula dio resultados extraordinarios.

Share