Por Carlos Tórtora.-

La historia confirma que los presidentes que encaran la empresa de su reelección lo hacen desde una posición de fuerza y consolidando una gran concentración de poder. Así ocurrió con Juan Domingo Perón en los 50, con Raúl Alfonsín cuando planteó el tercer movimiento histórico en los 80 y con Carlos Menem en el 95.

Mauricio Macri parece ser una excepción. Avanza hacia su reelección con una acumulación de poder que le resulta dificultosa y hasta a veces imposible. La derrota de Carlos Rosenkrantz en la interna de la Corte Suprema puso en evidencia lo difícil que le resulta al presidente lograr un poder hegemónico, terminando más cerca del equilibrio de poderes pero no por vocación republicana sino por incapacidad para dominar a los otros. En la Corte Suprema, uno de sus ministros más destacados, Julio Oyhanarte elaboró en los 60 la doctrina según la cual lo conveniente es que la Corte siga en los temas estratégicos los lineamientos del Ejecutivo. Las mayorías acumuladas por Kirchner y Menem profundizaron en este sentido. Macri tal vez con cierta ingenuidad, intentó un camino distinto para asegurarse que la Corte no le traería problemas. Impulsó a un presidente del tribunal más afín al gobierno, pero dejó por lo menos una mayoría de tres con tendencia a entenderse contra el presidente recién llegado. Otra cosa hubiera sido si el gobierno hubiera recreado una Corte de siete miembros, designando otros dos más cercanos a la Casa Rosada. El recorte de facultades de Rosenkrantz realizado por Ricardo Lorenzetti, Juan Carlos Maqueda y Horario Rosatti tiene valor estratégico porque los factores de poder apuntarían que el gobierno deberá negociar cualquier fallo importante con una mayoría no disciplinada.

Lo ocurrido en la Corte también es una señal para los jueces de los tribunales inferiores -y sobre todo de la justicia federal- que en respuesta la debilidad del gobierno.

Pero esta señal de la Corte no es la única que deteriora el poder presidencial. También el tenso juego entre Macri y María Eugenia Vidal se está dando en el mismo sentido. Con sutileza, la gobernadora hizo consultas formales con la justicia bonaerense acerca de si es viable desdoblar la elección local de la nacional. Una pregunta con una respuesta ya sabida, si es posible jurídicamente y el problema es netamente político. Vidal sabe que el entorno de Macri teme que un desdoblamiento prive al jefe del PRO del arrastre que tiene la boleta de Vidal. La ventaja de desdoblar seria lograr un impactante triunfo anticipado a la elección nacional, lo que no compensa la desventaja señalada. Si ocurre lo más probable, que Macri presione a Vidal para que deje de lado el proyecto de desdoblamiento, ésta quedaría Consagrada como el salvavidas electoral del presidente ya que quedaría demostrado que aquél no puede prescindir de su apoyo en los comicios.

De hecho, el presidente ya poco puede hacer a esta altura para evitar que su eventual reelección dependa de su alumna detenida en gobernadora.

En otro orden de cosas, llamó la atención el mensaje que Miguel Ángel Pichetto le hizo llegar a Cristina Kirchner el viernes pasado al afirmar que ella no debería presentarse como candidata a presidente. ¿Está implícita la amenaza de que el Senado podría reconsiderar su postura de negarse al desafuero de la ex presidente en arias de las causas que se le siguen por corrupción? Parece difícil que el presidente del bloque Argentina Federal pueda desdecirse de sus argumentos contra el desafuero, pero sus palabras tuvieron algo de presión. En el caso de declinar CFK la postulación presidencial, si su reemplazante fuera Felipe Solá o cualquier otro, de inmediato se abrirían las negociaciones para la unidad Con el peronismo federal para la realización de una primaria única en el justicialismo. De más está decir que un hecho semejante derrumbaría la estantería de la estrategia oficial.

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