Por Jorge Raventos.-

“Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan
diversas religiones y que hablan en diversos idiomas.
Han tomado la extraña resolución de ser razonables.
Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades
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Acaso lo que digo no es verdadero, ojalá sea profético.”

Jorge Luis Borges, Los conjurados.

Para los miles de personas que desde hace días padecen en carne propia el desborde de las aguas en una amplia zona de la provincia de Buenos Aires, las pugnas electorales han pasado forzosamente a un plano secundario: prevalece la urgencia. Se han perdido vidas, viviendas, bienes trabajosamente reunidos a lo largo de vidas de trabajo.

La política a veces se beneficia del paso del tiempo: en abril de 2013, cuando las inundaciones arrasaron partes de la ciudad de La Plata, su intendente, Pablo Bruera (que hasta difundió información falsa, alegando que estaba trabajando por los damnificados cuando en realidad disfrutaba de vacaciones en Brasil) parecía condenado. El domingo 9, en las PASO, fue el precandidato más votado de la capital bonaerense.

El gobernador Daniel Scioli regresó de inmediato desde Roma para ponerse al frente de su gobierno en circunstancias tan graves. El precio de haber viajado cuando el temporal ya estaba en curso lo pagará de su capital político: no sólo le pasaron la factura sus competidores, sino su propia fuerza. La Casa Rosada dejó trascender su malestar por el viaje (si bien la Presidente, que permaneció en el país, ni siquiera usó la cadena nacional para aproximarse con un mensaje a las víctimas); Aníbal Fernández, jefe de gabinete y candidato oficialista a gobernar la provincia lo recibió, cuando volvió de Italia, con una broma ácida también publicitada: “¿Trajiste alfajores?”

Estado, estatismo y competencia

Fueron días en que volvió a ponerse de manifiesto que el estatismo que se ha predicado propagandísticamente durante tantos años se ha traducido en un gobierno grande, invasivo y caro, pero en un estado ineficaz y a menudo ausente. Los damnificados repiten que quedaron “a la buena de Dios” y que fueron sobre todo la autoorganización y el empuje solidario de la sociedad los que permitieron atravesar el durísimo trance.

Faltan más de dos meses hasta la elección presidencial. Se verá cómo repercuten los hechos cuando se cuenten los votos de octubre.

Las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias del domingo 9 dejaron una fotografía del paisaje político que despierta la peligrosa tentación de dibujar pronósticos apresurados. Por ahora conviene abstenerse de esas cábalas: lo que exhibe esa instantánea ni es concluyente ni, por su propia naturaleza, refleja las tendencias que el retrato congela.

Paradójicamente, por este motivo los principales competidores de la elección se mostraron unánimemente felices por los resultados.

En las carpas oficialistas se subrayó tanto el porcentaje alcanzado (un 38,4 que, sin embargo, no llegó al anhelado 40 por ciento) como la decena de puntos de ventaja del Frente para la Victoria sobre su inmediato perseguidor, el espacio Cambiemos, formado por el macrismo y sus socios radicales y “lilistas”. La suma de ambos hechos alimenta la esperanza de Daniel Scioli de triunfar en octubre sin necesidad de round suplementario.

En el bunker del Pro se celebró el segundo puesto de Mauricio Macri y la circunstancia de que, con los números de las PASO, habría segunda vuelta. En esa doble condición reside la ilusión del macrismo y sus aliados, convencidos de una estrategia en dos pasos que, imaginan, les garantiza el éxito: obligar a Scioli a dirimir la presidencia en ballotage y ocupar en esa instancia el polo de la oposición. El Pro festejó asimismo (no sin sorpresa), su penetración en territorio bonaerense, inclusive en el problemático conurbano, donde algunos candidatos propios ganaron o casi empataron en municipios comandados por veteranos caudillos del aparato oficialista y donde María Eugenia Vidal terminó la jornada como la candidata a gobernadora más votada (hubo, claro, arrastre del candidato presidencial, pero también aportaron la figura y aptitudes de la candidata).

Por su parte, UNA (Unión por una Nueva Alternativa, el espacio que conformaron Sergio Massa y José Manuel De la Sota) destacó que, con un veinte por ciento de los sufragios, había conseguido refutar categóricamente las profecías que anticipaban su volatilización frente a la diagnosticada polarización entre Scioli y Mauricio Macri.

Massa primereó además convocando a Macri y a Margarita Stolbizer (candidata del sello Progresistas) a discutir un programa de coincidencias (“políticas de estado”) y desafío a todos sus competidores a que transparenten sus propuestas. El fuerte de los renovadores en lo que va de la campaña ha residido en la exhibición de sus equipos y en la constante formulación de propuestas sobre temas de alto interés para el electorado: seguridad, justicia, jubilaciones, corrupción, inflación, cepo cambiario, etc.

La foto y la película

Más allá de la foto y las cifras de las primarias, vale la pena tomar en cuenta las tendencias que estaban en curso antes de que las urnas hablaran. El Frente para la Victoria aparecía detenido y perturbado en su relación con el electorado independiente por las denuncias que afectan a quien, después del domingo, se ha convertido en su candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires así como por algunas expresiones de kirchnerismo explícito de Daniel Scioli. Además, aunque las inundaciones ya habían comenzado el domingo 9, los efectos más catastróficos se vivieron después del comicio: las urnas no registraron el efecto, salvo en las cifras de ausentismo.

Por su lado, el espacio Cambiemos no había terminado de digerir el viraje táctico verbalizado por Mauricio Macri después del ballotage porteño. Ahora se sabe que, pese a esos problemas, estaba penetrando en territorio bonaerense (aunque decaía en sitios como Santa Fe y Córdoba y en otros distritos del norte y el sur del país donde esperaba resultados más alentadores).

El massismo, por su parte, venía creciendo después de superar dos o tres meses de amesetamiento y la fuga de parte de su elenco de intendentes. Lo hacía afilando su discurso y volviéndolo, si se quiere, doblemente opositor: ocupaba un espacio que el giro de Macri dejaba parcialmente vacante.

En la etapa que se abre hacia octubre esas tendencias seguirán operando. Por supuesto, los candidatos que lo necesiten procurarán corregir la puntería y hacer olvidar errores.

Indudablemente Scioli (el que aparece con las mayores chances de consagrarse) tendrá un límite en la presencia de Aníbal Fernández y en la presión K en esta etapa decisiva de la definición electoral. El “reto” que la Casa Rosada dejó conocer por su vuelo a Italia en medio de las inundaciones es una muestra de esa tensión, sofocada pero no erradicada.

Macri tiene que hacer cálculos: ¿puede acortar la ventaja que le sacó Scioli contando sólo con el voto no-peronista?

Si bien se mira, algo puede beneficiarse indirectamente del esfuerzo de Massa por recuperar voto peronista del caudal que el FPV mostró en las PASO. Hay muchos jefes territoriales bonaerenses (Otahecé, Mariano West, entre otros) que quedaron descartados en la puja interna del oficialismo y quizás sientan la tentación de tomar revancha de quienes los derrotaron. La lista provincial de UNA que encabeza el sólido y experimentado Felipe Solá puede ser un instrumento para ello: esos movimientos restarían fuerza al oficialismo y el beneficiario en primera instancia podría ser Cambiemos, que tiene que descontar más de ocho puntos frente a Scioli. La fórmula Fernández-Sabbatella –resistida tanto por votantes independientes como por una porción del peronismo clásico- también contribuirá a cierto éxodo. Massa muestra, a su vez, que puede cuidar su propio caudal: De la Sota se convertirá en jefe de su campaña y sumará sus propios cuadros técnicos al ya fuerte equipo del tigrense. De la Sota puede ser una llave maestra para recaudar voto peronista histórico que en primera vuelta acompañó al oficialismo.

Ilusiones pitagóricas

Lo que parece razonable descartar son las operaciones que ya perdieron su oportunidad. Acuerdos electorales entre Cambiemos y UNA como los que todavía elucubran los sectores más preocupados por una victoria de Scioli no son practicables. La política no es un triángulo rectángulo ni admite soluciones pitagóricas.

Esta semana, la penetrante Beatriz Sarlo sugirió que si Massa renunciara a la candidatura presidencial y el macrismo le dejara campo libre a Felipe Solá en la provincia de Buenos Aires (bajando la postulación de María Eugenia Vidal) producirían una convergencia invencible. El planteo, surgido de una intelectual prestigiosa que, por lo demás, no simpatiza ni con Cambiemos ni con UNA ni con el FPV (declaró oportunamente que votaría por Margarita Stolbizer), fue más atendido por los medios que por los involucrados: tanto desde el territorio renovador como desde el macrista rechazaron esa posibilidad.

También habría que descartar una catástrofe del sector externo que facilite las cosas a los dos espacios opositores: más allá de que el dólar blue haya superado la barrera de los 15 pesos, hasta el riguroso Miguel Ángel Broda admite que el gobierno tendrá éxito en empujar ese riesgo más allá de su período de gestión.

Otro rincón donde los tres competidores pueden rascar la olla para incrementar su caudal en octubre son los ciudadanos que omitieron el voto el domingo 9 pero seguramente no faltarán en la primera vuelta de las presidenciales. Las PASO mostraron un ausentismo(26%) mayor al promedio de los comicios de 2011 (20, 7%), 2013 (20,5%) o 2007 (23,6%). Si en octubre se volviera a cierta normalidad en esa materia, se incorporarían entre 2 y 5 por ciento de votantes: un botín codiciable para los candidatos que quedaron rezagados. Pero una nueva incógnita: ¿por quién se inclinarán esos votantes remisos?

En cualquier caso, hay que recordar que, gane quien gane, el ciclo actual termina irremisiblemente. Los tres competidores principales se critican, pero han decidido hacerlo con altura, sin golpear por debajo del cinturón (algo que les genera costos entre sus propios partidarios más iracundos). Han decidido debatir públicamente sus propuestas y divergencias, algo inédito en más de tres décadas de elecciones presidenciales. Tanto la sociedad como los mercados intuyen que las diferencias entre ellos (sin ser, en modo alguno, despreciables) son poco significativas por comparación con el cambio que cualquiera de los tres deberá marcar con el ciclo que finaliza. Razones por las cuales puede entreverse desde diciembre la perspectiva de un nuevo sistema político.

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