Por Carlos Tórtora.-

Dos hechos políticos marcan el rumbo de la reconfiguración del escenario de la política nacional. Por un lado, Sergio Massa está dándole los últimos retoques -o sea la letra chica- de su alianza con el kirchnerismo. Por el otro, Miguel Ángel Pichetto transparentó la negociación subterránea para que lo que quede de Alternativa Federal apoye a Mauricio Macri en el casi seguro ballotage y se incorpore luego a un eventual segundo gobierno de coalición de Macri.

Ambas maniobras son el blanqueo de una realidad: la polarización avanza y la tercera posición -ni Macri ni Cristina- se va diluyendo a su mínima expresión. Cuenta en este proceso el giro de la mayor parte de los gobernadores peronistas, que sostenían la tercera posición pero ahora están más preocupados por atender las llamadas de Alberto F. La salida de Massa de Alternativa Federal la debilitó en grado extremo. Con Urtubey y Pichetto dedicados a negociar un cogobierno con Macri, la bandera antigrieta quedó en manos de un solitario Roberto Lavagna, que quedó debilitado por su negativa a competir en una PASO con Massa y Urtubey.

Camouflage

El triunfo de la grieta es evidente desde el momento en que el kirchnerismo logra enmascararse detrás del discurso republicano de Alberto F. Lobo con piel de cordero, el cristinismo va a las urnas con consignas moderadas y mensajes que tranquilicen a los mercados intentando una operación semejante a la que realizara Manuel López Obrador cuando llegó al poder en México.

Nadie puede saber hoy con exactitud si los cristinistas sólo mantendrán su buena conducta hasta asegurarse la victoria electoral y al día siguiente empezarán a tomarse revancha. Lo cierto es que la inclusión de Massa es una forma de anestesiar la reacción anti k de importantes sectores de la clase media que podrían ser sensibles a la campaña del miedo que maneja el gobierno.

Share