Por Carlos Tórtora.-

Las señales que están marcando la breve transición hasta el 10 de diciembre se van acumulando cada una con su significado propio. En 24 horas, Mauricio Macri barrió con cualquier discusión que intentaron plantear los radicales sobre la formación de un gabinete de coalición. El presidente electo habló en nombre propio, no de Cambiemos -que ya parece haber pasado a la historia- y empezó a dar definiciones y nombres de su futuro gabinete, del cual se apartó (en Justicia) Ernesto Sanz y se habla de que el más macrista de los radicales, el cordobés Oscar Aguad, asumiría en Defensa en lugar de Julio Martínez. O sea, un gobierno 100% del PRO donde la sorpresa podría ser José Manuel de la Sota, si acepta ser canciller. El jefe del peronismo cordobés quedó impactado por el 71% de votos que Macri cosechó en Córdoba y no se sentiría atraído por la aventura que le propone Sergio Massa de lanzarse a reorganizar un PJ que parece destinado a una larga crisis. Si De La Sota ingresa al gabinete nacional, la defunción de CAMBIEMOS quedará aún mucho más clara.

La tensa situación se reflejó en algunos comentarios veladamente hostiles de Elisa Carrió. Algunos de los seguidores de ésta ya especulan con que Lilita se está preparando para repetir una maniobra que conoce de memoria: tomar distancia primero y luego romper lanzas con el poder. Entre sus quejas -por ahora en un círculo cerrado- está que Macri se refirió ayer al castigo de la corrupción futura de cualquier funcionario público pero nada dijo de la corrupción pasada, lo que para Carrió sería un signo de tolerancia con el kirchnerismo.

Lo cierto es que ni la UCR ni mucho menos la Coalición Cívica tienen hoy espacio en la opinión pública para confrontar con el PRO, que vive su hora más gloriosa.

Sciolistas disponibles

En otro campo, CFK aprovechó la apoteosis de Macri para posponer cualquier pase de facturas y mostrarse junto a Daniel Scioli. Su razonamiento es simple: ella se considera la dueña de casi el 50% de los votos y creería que atacarlo a Scioli ahora por su derrota sería precipitar una crisis partidaria que no le conviene. Si Macri la trata con todos los honores, Cristina aprovecharía para retirarse a lo grande, dejando la pelea por el control del peronismo para cuando la empiecen sus adversarios. Lo curioso es que nadie lo ha hecho todavía. Los gobernadores, en voz baja, comentan: “ella está terminada”, pero igual que viene ocurriendo desde hace doce años, ninguno alzó la voz ni inició una rebelión.

Este estilo nuevo, ajeno a la vieja tradición peronista, incluye deslizamientos asombrosos. Buena parte de la dirigencia -y sobre todo del funcionariado sciolista- estaría no sólo colaborando activamente con los nuevos equipos de gobierno de María Eugenia Vidal sino que empezarían a tejerse hipótesis más audaces. El saliente jefe de gabinete de Scioli, Raúl Pérez, estaría entre los promotores de que el sciolismo se convierta en “la pata peronista” de la gobernadora, para que ésta frene las presiones del massismo y del cristinismo.

Con muy escaso territorio bajo su control y casi sin aparatos políticos propios, el sciolismo no encuentra ningún destino en el interior del PJ, más aún con un jefe que no tiene por hábito conducir. Su salida, entonces, sería convertirse en funcionales al PRO. Es más, para ser precisos, convertirse en funcionarios del gobierno del PRO.

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