Por Jorge Raventos.-

Mauricio Macri concluyó el mes de abril con viento en las velas. Venía de festejar junto a Carlos Reutemann el triunfo del Pro (y de su candidato a gobernador, Miguel Del Sel) en las PASO santafesinas (una victoria que probablemente se ampliará cuando se computen las 800 mesas que se les extraviaron a los administradores socialistas de la provincia). Después de eso, el Pro recaudó casi uno de cada dos sufragios emitidos en la Capital Federal, relegó al tercer lugar al kirchnerismo porteño y en la interna del macrismo se coronó su preferido, Horacio Rodríguez Larreta, que cuarenta días antes estaba diez puntos atrás de Gabriela Michetti y parecía condenado a la derrota. El apoyo explícito de Macri -un gesto que muchos consideraron un error del jefe de gobierno y que fue, en verdad, una señal de autoridad política- resultó muy significativo. Como para ampliar la fiesta, la segunda fuerza electoral -una junta de radicales, “lilitos” de la señora Carrió e independientes, con Martín Lousteau como candidato local-, con su 25 por ciento de los votos, integra el espacio que terminará confluyendo en la postulación presidencial de Mauricio Macri, lo cual parecería augurarle a éste una óptima cosecha de votos para esa instancia en el territorio que gobierna. Parecería: conviene mirar un poquito bajo el agua.

Nielsen no es Massa ni Abrevaya es Stolbizer

Los magros resultados obtenidos por Guillermo Nielsen, el candidato del Frente Renovador en la ciudad de Buenos Aires (0,9 por ciento), condujeron a muchos analistas a redactar una prematura partida de defunción para las posibilidades de Sergio Massa. Probablemente ese sea un juicio precipitado y simplificador. En rigor, massismo y macrismo tienen identikits parecidos, pero en términos de política local porteña el espacio que podrían ocupar los renovadores en el distrito ya está abarcado por la fuerza de Macri. Así, el destino de la candidatura de Nielsen estaba escrito de antemano. Pero de ello no se deduce que la representatividad de Massa en la Capital esté reflejada en el porcentaje que consiguió Nielsen (así como seguramente Margarita Stolbizer no está condenada a sacar en la Capital el 0,4 por ciento que obtuvieron sus representantes). Es probable que una amplia cantidad de massistas de la ciudad de Buenos Aires hayan preferido votar en la interna del Pro (se sabe que muchos trabajaron para Gabriela Michetti).

Massa dedicó la semana posterior a las PASO porteñas a demostrar que los éxitos de Macri en Santa Fe y Capital no implican que él haya desaparecido del escenario. Un paso importante fue el anuncio público de su acuerdo con José Manuel De la Sota para construir un espacio común (Unidos para una Nueva Argentina, UNA) que, independientemente de que llegue o no a competir en la segunda vuelta de las presidenciales, ofrece un espacio alternativo al electorado disgustado con el oficialismo nacional que no confunde kirchnerismo con peronismo y que, en muchos casos, simpatiza con las ideas justicialistas o se considera emparentado con la descendencia de Juan Perón.

El aporte de Massa y De la Sota

Ese es un gran aporte que UNA ofrece a la causa común de quienes quieren garantizar la derrota del oficialismo. Las estrategias de polarización, avaladas desde el “no peronismo”, le permiten al núcleo duro K escudarse tras el electorado de tradición peronista y capitalizar su número e influencia. Lo que Massa y De la Sota procuran es abrir las tranqueras para liberar a esos amplios sectores y contribuir al aislamiento político del aparato K.

En cualquier caso, aunque ninguno de los dos impulsores de UNA disimula sus raíces en el peronismo, tanto Massa como De la Sota subrayan una convocatoria amplia, “más allá de las banderías”: saben que el padrón está poblado de hombres y mujeres que desconfían de los sectarismos políticos o, lisa y llanamente, de la política. Buscan también disputar esos fragmentos del electorado a la alianza que confluye en la candidatura presidencial de Macri.

Massa dedicó el viernes primero de mayo a exhibir en el estadio de Vélez Sarsfield su capacidad de convocatoria, la solidez de la estructura de intendentes que lo respalda, la propuesta de su espacio político y también el fuerte vínculo que mantiene con líderes radicales de provincias y candidatos a gobernador como el formoseño Luis Naidenoff, el tucumano José Cano y el jujeño Gerardo Morales (“Muchos estamos con vos”, lo saludó Morales desde un video).

Fue un acto de posicionamiento: sin nombrar a sus competidores directos (Daniel Scioli y Mauricio Macri) Massa aludió a ellos ubicándose en “la amplia avenida del centro”, diferenciándose tanto del “continuismo” y “la impunidad” como del “ajuste” y el “retroceso”. Propuso el “cambio justo”, resumido en una fuerte corrección del rumbo en materia de seguridad y severidad con la delincuencia y la corrupción, en la ampliación de las medidas destinadas a ayudar a los sectores más vulnerables, a dar crédito para la vivienda propia y para el desarrollo de las empresas medianas y pequeñas y también a reducir gravámenes a la producción, erradicar el impuesto a los salarios y “hacer pagar impuestos a la especulación financiera y el juego”.

Obviamente, se trata de aprontes mientras avanza el calendario electoral.

La clave bonaerense

La demostración de que Massa sigue en juego hay que buscarla -más que en un acto importante o en la concreción de un espacio político de grandes proyecciones- en un dato de la realidad que presenta un verdadero dilema para el tigrense: su peso político en la provincia de Buenos Aires y el carácter decisivo de este distrito en la elección nacional.

En virtud de esa indudable influencia en la provincia (la “ madre de todas las batallas”), que el tigrense probó dos años atrás derrotando al kirchnerismo y sepultando los sueños re-reeleccionistas, se han imaginado diferentes fórmulas que lo ubicaban a Massa como candidato a gobernador. Una, acompañando a un Scioli que se rebelara contra la Casa Rosada, en una estrategia de “unidad del peronismo”. Otra, acompañando la candidatura presidencial de Macri, en una estrategia de “unidad de la oposición”.

Esas conjeturas han naufragado: Scioli decidió no cambiar de caballo en mitad del río y será, a gusto o por dictado de las circunstancias, el rostro humano del oficialismo hasta las elecciones. Ya le llegará el momento de cambiar la K por la S.

En cuanto a la otra táctica, la de la unidad opositora, Macri no deja de rechazarla: ni él ni sus aliados (Sanz, el jefe del radicalismo; Elisa Carrió, la estrella de la Coalición Cívica) quieren abrir las puertas de su espacio al massismo.

Por fin: el propio massismo -como se vio en Vélez Sarsfield- le reclama a Massa que no se baje de la candidatura presidencial.

Ahora bien, ¿quién se ocupa de ganar la provincia de Buenos Aires? Así como parece indudable que si Massa compitiera por la gobernación ganaría tranquilo, no es tan seguro que un candidato de su línea, inclusive participando en una boleta que lo lleve a Massa como candidato a Presidente, obtenga el mismo resultado. El Pro no tiene candidatos competitivos. Macri parece confiar en que la atracción de su nombre en la papeleta presidencial puede permitirle a él no sólo alcanzar un número relevante de sufragios en el distrito, sino imponer un candidato a gobernador, como ocurrió en 1983 cuando el arrastre de Raúl Alfonsín colocó en la casa de Dardo Rocha al médico Alejandro Armendáriz.

Este cálculo da por supuesto que los bonaerenses (tanto los votantes como las estructuras políticas intermedias) se desentienden del candidato a la gobernación, que les resulta básicamente indiferente ese nombre. En suma, que es el candidato presidencial el que suma apoyos (por arrastre), no el candidato a gobernador (por empuje y también por arrastre).

Sobre este tema hay diferentes bibliotecas y criterios. Es cierto que en condiciones de polarización nacional los candidatos presidenciales ejercen una influencia mayor (¿pero cómo opera esa lógica cuando la “polarización” la encarnan tres fuerzas?). Otro aspecto: ¿la idea del peso dominante de la figura nacional no se matiza o se relativiza en tiempos en que crece la influencia de lo local?

Probablemente estas cuestiones son tema de discusión en las fuerzas políticas competitivas. Y no sólo en ellas, sino también en los sectores más sensibles de la sociedad. Es que se juega mucho en la resolución de este dilema. Porque el centro del debate va más allá de candidaturas y puestos. Se trata, en rigor, de saber si la Argentina podrá abrirse a un nuevo sistema político en sintonía con los tiempos y con la marcha del mundo.

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