Por Carlos Tórtora.-

Si algo demostraron las PASO en Buenos Aires es que este distrito está viviendo un terremoto político, en el cual no pocos eternos caciques, como Hugo Curto (Tres de Febrero) y Raúl Otahecé (Merlo) ven peligrar sus sillones. Ya pensando en octubre, la mayor parte de los intendentes empieza a suponer que lo mejor es privilegiar el sálvese quien pueda y repartir sólo la boleta corta, es decir para concejales y alcaldes. Muchos candidatos K temen que el malestar contra la ineficiencia de Scioli impulse el voto castigo a favor de Mauricio Macri, así que no entusiasman con la boleta del primero. Es el caso del camporista Julián Álvarez en Lanús, que teme que el macrista Néstor Grindetti crezca para octubre.

En este clima de inseguridad, el triángulo entre Sergio Massa, Aníbal Fernández y Felipe Solá es paradigmático. Éste no se cansa de denunciar que le birlaron miles de votos. Pero en realidad estaría furioso con Massa porque cree -y con algunos motivos- que fue éste el que ayudó, mediante sus fiscales, a que su propio candidato a gobernador tuviera menos votos. ¿El motivo? Se habla de un pacto entre el tigrense y el jefe de gabinete que apuntaría al 2016 con el objetivo de cercarlo a Daniel Scioli, que asumiría con una ola naranja que en realidad controla poco y nada en el territorio. Aníbal F. no oculta sus intenciones de convertirse en una especie de nuevo Eduardo Duhalde, patrón del conurbano. Y Massa, que sabe que no podrá competir con un gobernador ambicioso y sin contemplaciones, apuntaría a prepararse para ser lo que Aníbal F. más le cuesta, candidato a presidente en el 2019. En el kirchnerismo campea un sobreentendido: la traición de CFK a Florencio Randazzo tachándolo como candidato a presidente de un día para el otro indica que ni ella ni los suyos tendrán piedad de Scioli.

Criaturas salvajes

En su voracidad, el cristinismo hasta golpea a sus propios íconos. Carlos Zannini, aparentemente la mano derecha de la presidente, ya es criticado por personajes como Eduardo Wado de Pedro, que lo acusa en las reuniones de haberse “sciolizado”. Es decir, de hacerle demasiado seguidismo al gobernador. Cristina sigue sin tener gesto amable alguno con su candidato presidencial y muchos temen que esto siga así, como si le fuera indiferente que gane Macri. De hecho, la fría relación entre ella y Scioli ya supera la incomunicación que tenían Carlos Menem y Eduardo Duhalde cuando éste era candidato a presidente. Duhalde siempre sospechaba que el riojano lo quería a Fernando de la Rúa en la Rosada, para que siguiera defendiendo la convertibilidad. La kirchnerización del gobernador bonaerense le sirvió para consolidar su candidatura, pero entre él y el cristinismo sigue habiendo un abismo que el tiempo no cierra. Un abismo que los factores de poder miran con creciente preocupación porque se empiezan a imaginar lo que va a ocurrirles si Scioli es presidente y no se anima a hacerle frente al fuego amigo, que es el que más lo castiga.

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