Por Carlos Tórtora.-

A menos de un mes de las PASO, es evidente la impotencia de las dos fuerzas mayoritarias para quebrar su actual empate técnico. En efecto, casi no hay encuestas que marquen diferencias mayores a 5 puntos en uno u otro sentido. Los equipos del Frente de Todos y Juntos por el Cambio están buscando la forma de quebrar este empate técnico pero en privado los consultores admiten que será muy difícil. El macrismo se embandera detrás de la proclama de que lo peor de la crisis ya pasó y muestra la mejoría de algunos indicadores pero la realidad es que sólo un fuerte impulso del consumo podría crear un clima de veranito económico capaz de hacerle ganar las PASO. Y esto es improbable que ocurra en un mes pero menos improbable es pensarlo para la primera vuelta. Admitiendo implícitamente que la imagen del presidente está lesionada ante la opinión pública, la primera vocera del oficialismo es hoy María Eugenia Vidal, seguida de Miguel Ángel Pichetto. El presidente se reserva, confiado en que en las próximas semanas su imagen estará en mejores condiciones para hacer campaña. Jaime Durán Barba, luego de haber dado algunos diagnósticos sombríos el mes pasado, ahora vuelve a derrochar optimismo y afirma que la mayor parte de los indecisos son más refractarios al kirchnerismo que al macrismo.

Aquel kirchnerismo bueno

En el Frente de Todos los esfuerzos para quebrar el empate técnico se dan utilizando un formato poco habitual de campaña. Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa están realizando campañas divididas. Los dos primeros hacen apariciones conjuntas pero el trío no se saca fotos grupales y sigue pendiente la foto de ella con Massa, a la cual éste le tendría serios temores, habida cuenta de que muchos de sus seguidores son abiertamente anti K. Más allá de las primeras figuras y por decisión de Máximo Kirchner, La Cámpora se muestra como el poder detrás del trono y no se niega a levantar el perfil.

Sin duda alguna, las mayores piruetas dialécticas le tocan a Alberto Fernández. Éste camina por una cornisa angosta defendiendo un estilo político conciliador y pluralista que es ajeno a ella y a su entorno. El candidato sugiere permanentemente que él representa aquel kirchnerismo de Néstor Kirchner que fue -siempre según él- el que sacó al país de la crisis del 2001 generando crecimiento económico y amplio consenso social y político. Todo lo que se fue perdiendo más tarde, cuando el cristinismo mostró toda su vocación autoritaria. Esta apelación a un kirchnerismo original puro poco tiene que ver con la realidad de los hechos. Alberto F, desde la jefatura de gabinete, fue el organizador de un sistema basado en la concentración absoluta del poder, además de una matriz de la corrupción que se perfeccionó durante los mandatos de CFK. Fue durante la gestión de Alberto Fernández que Néstor Kirchner tomó la cadena nacional para ordenar que se pusiera en marcha la remoción de la Corte Suprema de Justicia. También fue el actual candidato el que organizó junto a Julio De Vido lo que Roberto Lavagna denunció en el 2006 como cartelización de la obra pública. Estas realidades le hacen difícil a Alberto F vender la utopía de un primer kirchnerismo supuestamente moderado que no tenía los rasgos autoritarios del segundo kirchnerismo.

El sentido común indica que hubo un solo kirchnerismo que atravesó por distintas etapas pero siempre conducido por prácticamente el mismo grupo y usando similares metodologías. Pero yendo a la realidad político mediática, Alberto F consiguió instalar una imagen diferenciada de CFK. Aunque esto no le alcance para vender con éxito una versión del pasado ajena a la realidad.

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