Por Carlos Tórtora.-

Aunque las encuestas no muestran un repunte concreto de Mauricio Macri y algunas incluso la dan ganadora a Cristina Kirchner en el ballotage, lo cierto es que el gobierno consiguió cerrar las versiones sobre mediciones alternativas de María Eugenia Vidal y hasta de Horacio Rodriguez Larreta como candidatos alternativos a presidente.

En el trasfondo de esto subyace una comprobación que varios consultores oficiales están realizando. Se trata de la peligrosidad de instalar la debilidad electoral del presidente en un país hiperpresidencialista o, en otras palabras, que instalar la idea de un PASO al costado del Macri también derrumbaría a Vidal y Larreta, ya que ninguno de los dos tiene autonomía para subsistir sin un Macri exitoso.

Es así que, en un gesto monolítico, el oficialismo proclama otra vez que el presidente es el único candidato y se prepara para explotar la cuota de oxígeno que le dará el G20 a fin de mes.

Tocando madera, porque los indicadores económicos dan para un tembladeral, el gobierno está dispuesto a explotar políticamente el éxito que viene teniendo. O sea, la ausencia de violencia social en medio de uno de los ajustes más graves de la historia económica argentina. Concretamente, el producto que vendería el gobierno en la cumbre del G20 sería la extrema racionalidad de la población que, pese a la dureza de la situación, optó por hacer valer su paciencia en los peores meses de la economía.

Esta apuesta publicitaria del oficialismo está basada en buena medida en el factor suerte. Con diciembre por delante y los movimientos sociales en estado de movilización, la idea de un ajuste en paz puede naufragar en cualquier momento.

Ojo con los miedos

En la vereda de la oposición, los principales actores coinciden en la práctica en sumarse para que no pase nada graves en la calle. El cristinismo está afinando su campaña en busca del voto castigo, o sea, que la gente incorpore que la verdadera reacción contra el ajuste debe pasar por un voto masivo contra la política económica del gobierno. En la práctica, esto aleja al cristinismo de cualquier forma de protesta violenta. Una escalada de violencia -dicen cerca de la ex presidente- podría activar los miedos de la clase media que favorecerían al gobierno.

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