Por Carlos Tórtora.-

Alberto Fernández partió en su gira por Rusia y China envuelto en los ecos de la renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del Bloque de Diputados del Frente de Todos. La mesa chica del albertismo hizo mientras una primera evaluación de los hechos. En términos del equilibrio de fuerzas interno en el kirchnerismo, el golpe de Máximo le resta peso político al presidente al cuestionar el camino tomado por éste para un acuerdo con el FMI. Si se diera un curso de acción con serias complicaciones para la instrumentación del acuerdo, el kirchnerismo duro se quedaría con las banderas de la crítica al acuerdo y Alberto saldría golpeado. En términos políticos, sólo saldría indemne si el acuerdo tiene un amplio éxito pero no podría contar con la solidaridad de sus correligionarios. Esto quiere decir que su candidatura presidencial depende sobre todo del éxito del acuerdo y no del apoyo de su propio frente interno. La renuncia de Máximo parece marcar un sendero distinto para el 2023, desde la postura crítica al acuerdo.

Falta saber -y no se haría esperar mucho- cuál sería la posición de la vicepresidenta ante el marco actual del entendimiento con el Fondo. Se descuenta que ella no se apartará del enfoque crítico de su hijo, con lo cual el kirchnerismo quedaría dividido entre pro y anti Fondo.

El rebote

La mayor expectativa presidencial ante este panorama sería un rebote importante de la economía en el inicio del 2023, lo que impulsaría la reelección.

El rumbo elegido por Alberto es una vez más ambiguo. De su paso por Rusia y China queda el mensaje de que Argentina está a la búsqueda de disminuir su dependencia de los EEUU y del FMI. En otras palabras, que en esto coincide con la postura de Máximo y de ella. Con la reelección torpedeada, Alberto apostaría a reposicionarse como el administrador racional de la salida con el Fondo, a la espera de un milagro económico.

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