Por Guillermo Cherashny.-

El domingo pasado, el gobierno, los partidos políticos que forman la coalición y los medio de comunicación que blindan mediáticamente al macrismo se sorprendieron cuando el obispo de Salta, Monseñor Cargnello, se dirigió al presidente y le dijo «Mauricio, vos prometiste la pobreza cero, llevate ahora el rostro de los pobres». En el gobierno y los periodistas adictos tomaron muy mal las palabras del obispo y de inmediato lo calificaron de «peronista», que en estos casi cuatro años fue utilizado como un insulto o como sinónimo de responsable de la crisis que azota al país desde hace 70 años.

Hasta ahora, durante toda su presidencia, Mauricio Macri no concurrió a ese evento, donde concurren centenares de miles de adeptos a la Virgen del Cerro. Los creyentes suben al cerro, donde una supuesta vidente llamada María Livia Galeano dice recibir mensajes de la Virgen y se autoadjudica poderes de curar enfermedades al ponerles su mano en el hombro a quienes le piden ayuda. El papa Francisco ha descalificado una y otra vez a esta supuesta vidente por no decir que carece de los supuestos poderes sobrenaturales; en cambio, Gladys Motta, una vidente similar de la Virgen de San Nicolás, fue sometida a unas pruebas del Vaticano y salió aprobada y es elogiada por el papa. Volviendo a nuestra historia, unos diez días antes del domingo concurrieron a Salta la primera dama Juliana Awada acompañada por Carolina Stanley, la ministra de desarrollo social, y nunca se supo del motivo de esa audiencia con María Livia Galeano. Algunas fuentes señalan que Awada fue a pedirle un milagro a la citada vidente para que el presidente pueda llegar a un ballotage. Pero si el papa no le reconoce poderes de sanación menos puede tener poder de dar vuelta elecciones. Otra teoría es algún asunto particular de la primera dama o de un pariente cercano. De todos modos, para el obispado salteño esa visita a una falsa vidente condenada por el papa fue considerada un sacrilegio y la intención de Macri de concurrir a una festividad a la que nunca concurrió fue visto como un acto electoralista, de ahí que no extrañan las duras palabras del obispo y la negativa de Urtubey a recibir al presidente como había pasado varias veces antes.

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