Por Jorge Raventos.-

A partir de octubre del año 2006, cuando el gobierno de Néstor Kirchner decidió eliminar la inflación manipulando los índices de precios, el INDEC dejó de ser una institución prestigiosa del estado argentino elogiada regional y mundialmente, para transformarse en un monumento a la mendacidad y el ocultamiento: el incremento de los precios se maquillaba indefectiblemente, mes a mes; la pobreza dejó de medirse (para no estigmatizarla, según el caritativo juicio del ex ministro Axel Kicillof). El PBI era sometido a la contabilidad creativa.

Al pretender engañar a la sociedad sobre hechos simplemente comprobables por cualquiera como los precios de los productos, el gobierno K reveló irreparablemente la falacia que contaminaba todo su relato. En esa operación, de paso, dejó al país sin estadísticas verídicas y confiables.

Muchas decisiones económicas (desde beneficios de bonos oficiales a actualizaciones salariales) quedaron determinadas por los números peregrinos dibujados por funcionarios cortesanos con quienes la Casa Rosada y su agente operador, Guillermo Moreno, suplantaron a técnicos idóneos y experimentados que fueron desplazados por defender la transparencia y el rigor profesional.

Reconstruir el INDEC y devolverle a la Argentina un servicio estadístico calificado y creíble pasó a ser una prioridad, tanto en función de necesidades prácticas del estado y la sociedad como por el objetivo emblemático de desmontar una gran fábrica de mentiras.

El nuevo gobierno encaró esa reconstrucción con ímpetu, y convocó para presidir el nuevo INDEC al economista Jorge Todesca (un peronista que fue secretario de Comercio de Raúl Alfonsín y viceministro del área con Eduardo Duhalde y fue sancionado y multado por Guillermo Moreno por elaborar datos sobre la inflación). También incorporó a técnicos de la etapa anterior a Moreno, entre ellos a Graciela Bevacqua, una respetada matemática a quien el kirchnerismo maltrató y desplazó.

Esa buena noticia quedó averiada esta semana por la novedad de altercados en la cumbre del Instituto que culminaron con la separación de Bevacqua. Una pena. La divergencia es producto de una tensión natural entre los criterios técnicos y los políticos. Para Bevacqua, la idea de la reconstrucción del INDEC “no tiene plazos, sino objetivos”: ella aspiraba (seguramente lo sigue haciendo) a que el instituto sólo produjera índices (como la medición de precios de la canasta familiar) cuando pudiera hacerlos con perfección refrendable por organismos internacionales, algo que demandaría no menos de ocho meses.

Todesca, que como economista e intelectual ciertamente no desprecia la rigurosidad, comprendió que, a cargo de un ente dependiente del Estado del que se esperan insumos informativos indispensables tanto para el gobierno como para particulares, empresas y sectores sociales, es imposible no tomar en cuenta los plazos. Y la perspectiva de ocho meses sin resultados era un exceso.

Prevaleció el criterio político: al fin de cuentas, la cabeza del INDEC es Todesca, no Bevacqua. Más allá de la apelación a las jerarquías, sin embargo, la conclusión no parece irrazonable. Varios técnicos reconocidos han opinado que se pueden producir resultados como el IPC en plazos notablemente menores a los ocho meses, y que esto no es incompatible con mejoramientos posteriores. Todo es perfectible: el oro no se extrae ni puro ni amonedado.

Aunque parece obvio que el director del INDEC consultó con la superioridad la separación de Bevacqua, ella ha querido mostrar que tampoco ignora la esgrima política y procuró restringir la responsabilidad de su despido a Todesca, “no a Macri”. Pero la realidad es la realidad.

Que se haya preferido una perspectiva política no debería interpretarse prejuiciosamente como una intención renovada de manipulación. Lo que se ha discutido no tiene que ver con el contenido de los datos del INDEC, sino con el tiempo socialmente necesario para producirlos. En todo caso, las cifras deberán juzgarse una vez que sean presentadas.

En cualquier caso, es irónico que las sospechas sobre la intencionalidad atribuible a la separación de Bevacqua provengan de algunas voces que señalaban al macrismo como “poco político” y “muy tecnocrático”.

El episodio muestra que la ponderación política no es una materia ajena para el gobierno.

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