Por Guillermo Cherashny.-

La denominada antipolítica quizás fue inaugurada en Italia en los años 90, cuando la operación «manu pulite», con las coimas del régimen de los cinco partidos estalló por el aire y surgió Silvio Berlusconi, ganó las elecciones y fue primer ministro durante varios períodos, encabezando una coalición de cinco partidos que iban del centro a la izquierda y el entonces neofascismo era una fuerza sin representación parlamentaria. A partir de ese momento se produjeron fenómenos similares en todo el mundo y en nuestra América Latina, ya en la época de Menem, el Lole Reutemann y Palito Ortega fueron claros ejemplos; y últimamente Trump y Bolsonaro son ejemplos de la antipolítica más extrema, es decir, ganar contra lo políticamente correcto, que es aceptado por casi toda la sociedad.

Pero la antipolítica de izquierda aparece después de la crisis subprime en el 2008. En efecto, en Grecia, ante el ajuste del Banco Central Europeo, surge una fuerza de izquierda, Syriza, liderada por Alexis Tsipras, quien gana las elecciones contra el ajuste y obtiene mayoría parlamentaria y después hace el ajuste que le pedía Europa.

Cuando Axel Kicillof, a meses de diciembre del 2015, empieza a recorrer los pueblos de la provincia de Buenos Aires contra la política de ajuste de Macri y Vidal en un Renault Clio, empieza a cosechar apoyos que se acentúan a partir de abril del 2018, cuando el mundo deja de prestarle a la Argentina de Macri y se desata una crisis que aún no terminó y que provocó el pedido de ayuda al FMI y el default técnico que decretó el propio Macri en el reperfilamiento en pesos.

Kicillof y Carlos Bianco, el dueño del Clio, recorren el interior y tiene gran aceptación pero la fuerza de Cristina, la tutora de Axel, está en el conurbano profundo, como lo mostró en las legislativas del 2017 y se profundizó en el 2019, donde creció el hambre y la falta de dinero para comprar alimentos y la pérdida de empleo y la consiguiente precarización.

Pero lo raro de la antipolítica de Axel es que se enfrentó a la antipolítica de Macri y Vidal, que coincidían en el desprecio de los barones del conurbano, aunque es más profunda por parte de Kicillof, ya que Vidal, en minoría, estuvo obligada a negociar con los intendentes. Kicillof se manejó con sus compañeros de estudios y con sólo el sector político de Cristina como son el «Cuto» Moreno y Teresa García, dos veteranos de la política peronista en el mejor sentido del término.

Cuando se conocieron los resultados de las PASO -Kicillof obtuvo el 51% y Vidal el 34%- Axel y sus amigos del Clio dijeron que los votos son de Cristina y de ellos, es decir, de los que viajaron en el Clio, y en la guantera del Clio no se transportó la unidad del peronismo, ni La Cámpora, ni Sergio Massa, ni el trabajo territorial de los intendentes, por eso no tiene nada que negociar con Máximo y La Cámpora, ni con Massa ni con los barones del conurbano. Así arrancó su gobierno y no quiso negociar con Juntos por el Cambio, que tiene mayoría en el senado provincial, y tuvo que retroceder y luego tensó las cuerdas con los bonistas privados y no le creyeron que defaulteaba y también retrocedió.

Por ahora antipolítica de izquierda no hizo mella en su popularidad según las encuestas pero a la larga se demuestra que no puede hacer política haciendo antipolítica, sea de derecha, como Macri-Vidal, o de izquierda, como Kicillof. El griego Tsipras llegó por la antipolítica del ajuste y después lo hizo maniobrando políticamente y se sacó los ultras de encima y Grecia volvió a los mercados al 2%. Después la gente cambió de partido y se pasó a la oposición, pero gobernó como un estadista.

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