Por Carlos Tórtora.-

Es obvio que la gestión de Sergio Massa no cuenta con el beneficio de un tiempo de espera y que el mismo kirchnerismo le da un plazo de 100 días para producir resultados. Las primeras medidas anunciadas fueron recibidas sin mayor entusiasmo por los mercados y las consultoras internacionales. ¿La razón? El nuevo ministro no avanzó sobre medidas antinflacionarias ni de reforma del Estado y tampoco dijo cómo frenará la emisión. Si continúan los anuncios light, Massa podría desgastarse rápidamente. La cautela del flamante ministro se explicaría fundamentalmente por dos razones. La primera es que, antes de avanzar, necesita saber cómo reaccionarían el FMI y la Casa Blanca ante una política económica más severa. La otra razón es que Massa no tendría claro cuáles son los límites que le impone la vicepresidenta. Ayer se sintieron fuertes los límites porque quedó trabada la designación como segundo de Massa de Gabriel Rubinstein, un crítico de la economía kirchnerista. El equipo del ministro dio por hecho que Rubinstein sea el futuro Secretario de Programación Económica, pero el disgusto se hizo sentir en el Instituto Patria. Ya hubo una señal en el acto de asunción de Massa; allí faltó la totalidad de la dirigencia kirchnerista dándole a este último un mensaje claro: que no espere demasiado. El tercer factor del malestar K es que la vicepresidenta es alérgica al entorno empresario de Massa, esto es, José Luis Manzano, Daniel Vila y Marcelo Mindlin, tres hombres de negocios que nunca estuvieron en la agenda de Néstor Kirchner y sólo tuvieron acceso a algunos negocios vía Julio de Vido.

El espejo de Alberto

En el entorno de Massa ya se habla del riesgo de albertización de aquél. Esto es, la permanente reducción de sus márgenes de acción, sometiéndolo a un progresivo desgaste público. La tentación de albertizar al ministro sería grande para Cristina, a quien no le conviene en modo alguno que aquel se proyecte como presidenciable. CFK plantea entonces un dilema oscuro: quiere que la economía salga del descontrol pero necesita a la vez que Massa no crezca políticamente.

Es obvio que el tigrense tiene un volumen político superior al de Alberto, pero padece del mismo problema, esto es, su carencia de poder político propio. No tiene una estructura de funcionarios propios, ni tampoco de legisladores, y su armado territorial es ínfimo.

La gran diferencia entre Alberto y Massa es la reconocida audacia de este último, que difícilmente se dejará acorralar sin intentar una salida.

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