Por Luis Alejandro Rizzi.-

La cesárea es una cirugía que se hace para extraer a la criatura de la matriz. A veces esta operación es voluntaria, para evitar los dolores del parto, y en otros casos, necesaria, para evitar consecuencias dañosas para la madre o su hijo o para los dos.

En política, los partos son inevitables y por cierto dolorosos, porque son consecuencia de males practicados durante lapsos prolongados, que generan malos usos que consisten, sintéticamente dicho, en dilapidar recursos escasos.

Por ese motivo, lo que puede ser una solución o una alternativa a esas malas prácticas no sólo se la elude sino que además se la resiste.

Al final de un tiempo, esas resistencias se agotan y la verdad se presenta con toda su crudeza, como ocurre, en un caso extremo, con Venezuela.

Venezuela es quizás el mejor ejemplo de una verdad que nos negamos a aceptar y que nos dice que los países se pueden morir o, si se prefiere, detener. Los gobiernos populistas son una mala expresión de la política, pero no podemos negar que el populismo es inevitable, como lo es la perversión en el ser humano; son males irremediables pero sanables.

Venezuela es la expresión cabal de la carencia total y como esa carencia va parando día a día al país, recordemos que sólo se trabaja dos días a la semana y que virtualmente los derechos de la gente no sólo han sido suprimidos sino que el pueblo fue despojado de sus instituciones.

Venezuela es una muestra real y cabal del despotismo.

Ése era el camino elegido por los “k” para la Argentina, país que se estaba convirtiendo, además, en un botín para satisfacer las ambiciones desmesuradas de un grupo de personas enfermas de perversión insanable.

Los “k”, además, estaban adueñados por una suerte de sadismo que practicaban con grosera elegancia. El agravio, la soberbia y la mala educación eran exhibidos y practicados con solemne obscenidad y la sofística, el cinismo y la hipocresía eran los límites de su incultura. Kristina se destacaba por sus sofismas; Kicillof, por su soberbia, y Aníbal, por su cinismo.

Pues bien, el triunfo de Cambiemos ha significado para la sociedad un verdadero e inevitable parto, que es el precio también inevitable de una nueva vida.

No es el gobierno el que nos provoca el dolor, como tampoco el médico partero es el causante del dolor de la mujer parturienta. Es el hecho mismo del cambio el causante del dolor.

«Estamos ahora en el peor momento, se entiende, somos conscientes, pero estamos trabajando en todas las medidas para que eso no se profundice», declaró Marcos Peña, jefe del gabinete de ministros, y es cierto, estamos en pleno parto. Los partos políticos pueden durar varios meses, aunque en el tiempo histórico puede parecer un solo segundo, pero es el paso inevitable y necesario para poder saber si este gobierno está pariendo un tiempo nuevo para la Argentina o si se trata sólo de un parto maldito de un nuevo y monstruoso populismo que podría ser representado por cualquier “Maduro”.

Los males que estamos sufriendo los hemos gestado durante años y aún hay quienes insisten en convertir a este parto en un más doloroso aborto, pero de una buena vez debemos admitir que todo recurso es escaso y que todo bien tiene un precio y que el arte de vivir consiste esencialmente en proponer prioridades respetando los valores tradicionales de un sistema cultural sustentado en la dignidad personal.

No creo que debamos plantear este parto como si fuera una pausa con un futuro e inmediato gobierno peronista. Ello, en cierto modo, sería una estigmatización del peronismo y una forma de ennoblecer al no peronismo; sería un modo de mantener abierta esa brecha o grieta que existe en nuestra sociedad, grieta inútil, porque se expresa entre dos fuerzas “anti”. Anti-peronismo o anti-kirchnerismo versus anti-liberalismo o anti-capitalismo.

Los argentinos necesitamos de un tiempo nuevo en el que la alternancia no signifique un giro de 180 grados; a lo sumo, de unos muy pocos grados, para poder aprovechar mejor los vientos de cola y superar los frontales.

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