Por Jorge Raventos.-

En el país hablarán en dos semanas las urnas, así sean las devaluadas urnas de las hoy cuestionadas PASO. El experimento cristinista -divorcio o separación temporaria del Partido Justicialista, moderación discursiva, horizontalidad retórica-, aunque no le acerca demasiados apoyos nuevos a la Unión Ciudadana de sello K, consiguió colocar a la ex presidente como eje del interés periodístico.

El mérito es compartido: el gobierno hizo mucho por promover el protagonismo de ella como contrafigura del oficialismo. Y ella había hecho bastante para ocupar ese lugar durante sus abrumadores años de poder.

El resultado es hoy que las encuestas más serias (es decir: las que informan a determinadas grandes empresas, no las que los partidos usan para su difusión propagandística) pintan al oficialismo perdiendo la provincia de Buenos Aires y a la señora ganando netamente la tercera sección electoral; también adelante, si bien con ventaja algo menor, en la primera, y por un hocico, en situación de empate técnico, en el promedio provincial (siempre y cuándo el encuestador aclare que el candidato Esteban Bullrich representa a María Eugenia Vidal; de lo contrario, la ventaja de la señora de Kirchner se amplía visiblemente). El gobierno comienza discretamente a admitir ese diagnóstico.

En la Casa Rosada confían en que dinamismo de algunos jueces contribuya a fortalecer al oficialismo. El caso De Vido (los frustrados intentos de desaforarlo), con su garantizada repercusión en los medios ha realimentado el tema de la corrupción; es probable que antes de la elección de octubre comience un juicio oral a Amado Boudou. Dicen los analistas demoscópicos que esas noticias llenan de gozo al público antikirchnerista pero no le quitan ni un voto a la ex presidente. El gobierno las alienta para reconfortar a su electorado y contener fugas por decepción.

Sin embargo, la fallida ofensiva para excluir a De Vido del Congreso, más allá de los consabidos Do de pecho de la doctora Carrió o del usufructo como marketing electoral, no fortalece demasiado al oficialismo entre sus votantes de 2015 propensos a la desilusión. El gobierno sufrió en la Cámara de Diputados un revés anunciado y, donde necesitaba reunir dos tercios de los votos, apenas si superó (merced al respaldo del Frente Renovador de Massa y de una parte del justicialismo no kirchnerista) el cincuenta por ciento. Mucho ruido y pocas nueces.

De eso tampoco se habla

Otra señal de que lo que dicen las encuestas serias anda bien rumbeado es el fuerte incremento del presupuesto de difusión oficial y las estrictas instrucciones de la Casa Rosada (Marcos Peña) destinadas a que funcionarios y candidatos cuiden meticulosamente lo que dicen para evitar errores (que cuestan votos). Particularmente se les pide que no hablen de economía, una asignatura en la que el gobierno se sabe flojo (situación agravada con la trepada del dólar).

Se observan tensiones en los equipos oficiales: el Banco Central consigue apoyos de la Casa Rosada en su ortodoxa política antiinflacionaria basada en tasas altas, mientras muchos protagonistas electorales de Cambiemos (con participación central del gobierno de María Eugenia Vidal) apuestan sus recursos a moderar al Central, alentar el consumo popular y anclar el dólar. La campaña oficialista elude estas cuestiones, del mismo modo que la de Cristina de Kirchner omite las menciones a De Vido o las investigaciones sobre corrupción. Máximo Kirchner se abstuvo de aplaudir el módico triunfo de De Vido en el Congreso y en el recinto se mantuvo distante del ex ministro, como si allí residiera el foco de una epidemia.

El resultado de tanta circunspección es que la campaña naufraga en la inopia, plagada de frases genéricas, insulsas, anodinas, apenas concebidas para no meter la pata.

El gobierno quiere que la atención no se centre en la provincia de Buenos Aires, sino en los resultados nacionales, donde sus votos se sumarán bajo una sigla única y los de sus contrincantes estarán dispersos. También afirma, obviamente, que lo importante no son las PASO, sino las urnas de octubre, aunque admiten que una mala performance en las primarias bonaerenses puede tener delicadas consecuencias sobre “la elección de verdad”.

“Hasta octubre estamos como en probation. Cuando fortalezcamos los bloques empezaremos a liberarnos”, se alientan.

Una frase como esta última puede ser mal interpretada desde la oposición, donde ya se vaticina que, si el oficialismo vence, “agudizará el ajuste”.

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