Por Carlos Tórtora.-

Advirtiendo que empieza a definirse el humor social que puede inclinar la balanza en las PASO del 9 de agosto, el gobierno está haciendo un gran esfuerzo para incentivar el voto conservador, que ayer Daniel Scioli en La Nación desarrolló bajo la etiqueta del gradualismo. Esta estrategia electoral especula con incentivar en la esquiva clase media el miedo a repetir el ciclo de la Alianza que encabezó Fernando de la Rúa en el ‘99, si gana Mauricio Macri, o al salto al vacío en el caso de triunfar Sergio Massa, líder de un conglomerado heterogéneo. Si la tesis del gradualismo se convierte en el eje de la campaña del Frente para la Victoria, las claves de su viabilidad son dos. La primero es consolidar la idea de que habrá un veranito del consumo y que la economía no sufrirá sobresaltos en los últimos meses de CFK en el poder. La segunda clave es desactivar en lo posible la batalla con un sector del Poder Judicial que se resiste a la aplicación de la reforma procesal penal y la hegemonía de Justicia Legítima. El presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, sería uno de los grandes beneficiarios de esta necesidad del gobierno de mostrar moderación y baja conflictividad. Es que el gradualismo de Scioli requiere que se archiven los proyectos para aumentar el número de miembros de la Corte Suprema. Con la confirmación de la fiscal Viviana Fein en la investigación de la muerte de Alberto Nisman y el dictamen del fiscal federal Javier de Luca desestimando la denuncia de aquél contra la presidente en el caso AMIA, el caso Nisman está saliendo rápidamente del centro del escenario. Al gobierno le quedan muchos otros escollos, como la causa Hotesur, pero la idea que predomina hoy es negociar y dilatar todo lo que se pueda.

A todo esto, cuando ya los medios empezaban a instalar la polarización entre Scioli y Macri, Massa inició tal vez su última contraofensiva para evitar que aquello ocurra. Para ello firmó una alianza con José Manuel de la Sota y, significativamente, excluyó de la misma a los hermanos Rodríguez Saá. Sergio Bendixen, el principal asesor del tigrense, junto con otros de su mesa chica, pusieron el grito en el cielo. Si Macri corre el riesgo de parecerse a De La Rúa por su alianza con Ernesto Sanz y Elisa Carrió, Massa podría también evocar los pésimos recuerdos del 2001, con Adolfo Rodríguez Saá y el Congreso de la Nación en pleno festejando la declaración del default como si fuera un mundial de fútbol.

Curiosamente, el casi desesperado esfuerzo de Massa por acercarse a un segundo puesto en las encuestas choca con una realidad irreversible: el calendario electoral no lo favorece. El próximo 17 habrá elecciones en Salta y, luego de lo ocurrido en las primarias, lo más probable es que Juan Manuel Urtubey aumente su ya importante ventaja sobre el massista Juan Carlos Romero. El 24 habrá primarias en el Chaco y, con un kirchnerismo bastante golpeado, avanza la intendente radical de Resistencia, Aída Ayala, que está bastante cerca de apoyar a Macri. El 14 de junio se votará en la convulsionada Santa Fe, donde el escándalo del recuento de votos en las primarias terminó de herir de muerte la candidatura de Miguel Lifschitz, ampliando el margen para una victoria fácil de Miguel del Sel. Macri podría entonces finalmente anunciar que el PRO ya controla dos de los cuatro grandes distritos del país. El 21 de junio, en Mendoza, el seguro triunfo del radical Alfredo Cornejo será festejado por su partido, por el macrismo y también el massismo, ya que hay una multialianza. Así llegamos al 5 de julio y la primera vuelta porteña. Nadie duda que el PRO ganará la elección. Pero hay una diferencia para nada menor: si lo hace con mayoría propia de votos válidos y evita el ballotage, la candidatura presidencial de Macri cotizaría como nunca. Si, en cambio, Martín Lousteau suma votos michetistas, cristinistas, massistas, etc., y consigue que haya segunda vuelta, el jefe del PRO tendrá una luz amarilla en su camino. En una segunda vuelta, serían muchos los que apostarían a Lousteau con la esperanza de voltear la candidatura del jefe del PRO.

Un suspenso que va en aumento

Mientras el calendario electoral va llegando, los grandes decisores instalaron el suspenso sobre quiénes serán los vices. CFK es la excepción, porque ella le pondrá el vice a Scioli. La candidatura de Axel Kicillof satisface al entorno presidencial pero hay un serio temor: si se instala la idea de que Scioli sólo sería un presidente simbólico y que el poder pasará sólo por Cristina, el gobierno podría estar serruchando la rama donde está sentado. En los sectores medios la idea de votar un presidente títere sería inviable y esto lo limitaría a Scioli al voto clientelista. Si hay ballotage, el kirchnerismo necesita sobre todo una cosa para ganar: que el conglomerado que sigue a Massa retorne a las filas oficialistas de donde, en definitiva, surgieron Roberto Lavagna, Ignacio de Mendiguren, Felipe Solá, Darío Giustozzi, etc.

Con el voto massista, Scioli podría ganarle una segunda vuelta a Macri, que tiene menos espacio para crecer. Es significativo que ayer se comentara que uno de los pocos massistas visceralmente anticristinista, el intendente de Malvinas Argentinas Jesús Cariglino, está a punto de aliarse al PRO, ya que no soportaría tener que sumarse a la campaña de Francisco de Narváez para gobernador. Con relación a la elección de los vices, tanto Massa como Macri saben que deben esperar hasta último momento, es decir, cerca de la primera semana de junio, cuando venza el plazo para presentar las listas de candidatos. La fluidez y la enorme volatilidad que se refleja en las variaciones que sufren día a día las encuestas casi asegura que el anuncio sobre los vices quedará para último momento.

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