Por Carlos Tórtora.-

La demonización internacional de Donald Trump no registra antecedentes en la historia de un presidente de los EEUU y revela el nulo respeto del progresismo y la mayor parte de los multimedios por la soberanía popular, en este caso de los votantes de USA. Acá el gobierno nacional ya se prepara para intentar un doble juego. O sea, consentir la ola de repudios al sucesor de Obama mientras trata de anudar relaciones con su entorno. La advertencia papal sobre el riesgo potencial que Trump representaría para los pobres intenta marcar una divisoria de aguas profunda. En paralelo, las condiciones financieras para el endeudamiento público pueden empeorar a partir de que asuma Trump, lo que le complicaría la vida seriamente a un macrismo que no consigue hacer despegar la economía.

Como anticipara este medio, Martín Lousteau ya no continuaría en la embajada en Washington a partir de fin de año. Es tiempo de incógnitas. Por ejemplo, Trump ya confesó simpatizar más con Vladimir Putin que con la OTAN, lo que no aclara si esto implicará un acercamiento con el régimen chino, de tensas relaciones con los EEUU. ¿Será tolerante el Departamento de Estado con los acuerdos que firmara CFK con el régimen de Pekin? ¿Incluirá esto la misteriosa estación china de comunicaciones que opera en Neuquén? Y hay más: ¿la dirigencia peronista se volcará en masa para explotar la veta anti-Trump en el año electoral? Está claro que esto el PRO no podrá hacerlo. Dirigentes del Grupo Fénix empezaron en las últimas horas contactos para un pronunciamiento peronista contra Trump pero hasta ahora no encontraron eco.

En medio de un mar de dudas, lo cierto es que el que quiera hacer oposición el año que viene tendrá en Trump una buena bandera para cosechar votos. Esto le plantea, por ejemplo, a Sergio Massa serios dilemas.

La confusión manda

La realidad es que, sobre todo en este tipo de personajes sobreactuados, lo más probable es que haya un Trump hasta ahora y otro de aquí en más. Es decir que el acuerdo entre el nuevo presidente y su partido, que no lo quiere, el Republicano, traerá consigo una moderación en muchas de las posturas de aquél. De cualquier modo, nada cambiará lo esencial y Washington pivoteará sobre el eje de Brasil, sobre todo ahora que la crisis del PT y el acoso de la justicia a Dilma Rousseff y Lula da Silva marca un rumbo. Para que Macri se vuelva interesante deberá CAMBIEMOS ganar holgadamente las legislativas y sobre todo en Buenos Aires. Pero las falencias oficiales son graves, como lo reconoce implícitamente María Eugenia Vidal al cambiar parcialmente su gabinete. La realidad es que el PRO consiguió contar con un peronismo fragmentado hasta el absurdo pero no cuenta con ningún candidato en alza para la senaduría nacional. A Jorge Macri no le alcanza; Elisa Carrió sería un peligro por su ingobernable locuacidad y otras cosas no se ven. Esta semana se habló de Esteban Bullrich para senador y Carolina Stanley para encabezar la lista para diputados nacionales. En la práctica, como los nombrados no miden en absoluto, Vidal debería hacer la campaña y confiar en algo dudoso: la transferencia de votos. La situación en Buenos Aires es tan vidriosa que las encuestas no parecen coincidir con las maniobras políticas. Un número grande de intendentes peronistas del conurbano está detrás, con el apoyo de Fernando Espinoza, presidente del PJ bonaerense, de impulsar un peronismo light con Daniel Scioli para senador y Florencio Randazzo para primer diputado. Pero una canasta de encuestas que manejan en la Casa Rosada y que incluye a Management & Fit y Hugo Haime, coincide en que los votos los tiene CFK, esto es, entre el 25 y el 29 por ciento y que Massa marcha segundo varios puntos abajo. Carrió sería la tercera en disputa. De ser así, la ex presidente, ahora procesada por la venta de dólares a futuro, sería electoralmente cada vez más importante. Trump, por cierto, la ayuda, porque le da una razón para existir al alicaído cristinismo.

Por el momento, lo que seguramente será transitorio, los moderados no están de moda en un mundo donde suenan tambores de guerra y la Argentina, que todavía no salió del todo de la década K, deberá adaptarse ahora a una realidad muy distinta a la que el gobierno tenía en su hoja de ruta.

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