Por Carlos Tórtora.-

Si comparamos las circunstancias que envuelven las etapas iniciales de los gobiernos de Néstor Kirchner (2003) y de Mauricio Macri (2016), veremos claramente cómo el primero contó con un contexto internacional altamente favorable mientras que el segundo navega en aguas tormentosas.

A Kirchner le tocó el inicio de un mundo multipolar donde los BRICS se transformaron en gigantescos importadores de materias primas, dándole a la Argentina un superávit comercial que no conocía desde hacía 50 años. Macri enfrenta, en cambio, un retroceso de esta tendencia y el surgimiento de un nuevo proyecto de poder en los EEUU que haría entrar más en crisis a la Unión Europea, privilegiando las relaciones con Rusia y China. Aunque no hay certezas, todo indica que a partir del 20 de enero -cuando asuma Trump- las políticas financieras de los EEUU no favorecerán a los países emergentes y mucho menos aún a las inversiones en éstos. Hasta el blanqueo, ya en plena ejecución, puede verse afectado por la evolución de las tasas en USA. Muchos nombres y apellidos que rodearán a Trump también inquietan en la Casa Rosada. Por ejemplo el de Mike Pompeo al frente de la CIA. Éste es un férreo opositor al acuerdo nuclear con Irán y tendría en carpeta las cláusulas secretas relativas a lo nuclear que pudieron comprometer el entendimiento entre CFK y el régimen de los ayatollas.

Por la ventana de un gobierno duro e intervencionista podrían colarse muchos problemas en el frente político nacional. Por ejemplo, son muchos los que a apuestan a que Trump no se conformará con la milimétrica tarea de apaciguamiento que está haciendo el Secretario de Estado del Vaticano Monseñor Pietro Parolin y que algunas agencias de los EEUU levantarían la tapa de la gran corrupción para precipitar el exilio de Nicolás Maduro. De ser así, en primera fila figuran los múltiples negociados surgidos del convenio bilateral de cooperación entre el régimen de Chávez y el de los Kirchner. Como gran operador de estos negocios, Julio de Vido podría saltar a un papel estelar dejando de lado el bajo perfil que viene cultivando para atenuar el impacto de los procesos en su contra.

En fin, la era Trump amenaza con interferir -y bastante- en la vida política interna nacional, tema que a la administración Obama poco o nada le interesa. Éstos y otros factores le restarían libertad a Macri para hacer y deshacer en un momento en el cual no hay oposición. El opositor mejor rankeado que tiene el gobierno es Sergio Massa, un firme aliado del mismo gobierno en Buenos Aires.

Populismo en alza

Este último punto nos lleva a uno de los temas que seguramente abordará Macri con su gabinete en su retiro de Chapadmalal. La movilización del viernes pasado de la CGT más los piqueteros mostró un malhumor social en ascenso, que se refleja en la pérdida de paciencia que las encuestas muestran con relación a la fecha de la reactivación económica. Hasta ahora, la protesta social no se identifica con una expresión electoral. Pero todos analizan lo mismo: ¿Dejará pasar Massa el tren de la historia si es el único en condiciones de capitalizar el malestar social y ganarle al gobierno en Buenos Aires el año que viene? Luis Barrionuevo, por ejemplo, dice que no y que dará pelea por la senaduría nacional.

Buena parte de los esfuerzos del macrismo movilizando al Momo Venegas, Chiche Duhalde y habilitando nuevas ramas del PRO-peronismo están dirigidos a disuadir a Massa con el argumento de que, si no compite el año que viene, luego tendrá más facilitado el camino a la presidencia. Pero el mismo Macri se encargó de desmentir esto. Cansado de que lo etiquetaran como un presidente de transición, Macri terminó admitiendo días atrás que buscará su reelección, calmando así las aguas internas de su partido.

En tanto el peronismo, envuelto en una confusión fenomenal, se divide hoy entre los que están dispuestos a ser aliados del PRO y los que quieren dar batalla. La acumulación de voluntades en uno u otro sentido inclina la realidad económica. Es muy difícil para un dirigente peronista sumarse a un gobierno que no reactiva el consumo y el empleo. Y es fácil lo contrario.

Tiempo para especular en función de los plazos electorales es lo que sobra y hoy por hoy la iniciativa la tiene el PRO. Pero en este marco, la que juega fuerte como figura solar es María Eugenia Vidal, que con la designación del intendente de San Miguel, Joaquín de la Torre, como ministro de Gobierno, y la nominación de Julio Conte Grand como Procurador General están marcando el camino hacia la peronización del esquema electoral. Esto implica un achicamiento de las pretensiones del PRO de ser un proyecto político autónomo y no dependiente del peronismo. Pero la necesidad es hereje y la batalla por el control del peronismo supera los balances que con sus apariciones intenta Elisa Carrió. En la era Trump, la tentación populista es más fuerte que antes y no hay que saber demasiado de política como para entender que el vacío opositor no puede durar mucho tiempo más.

Pero la dirigencia del PJ desconfía de la apertura que intenta Vidal. Hay temores de que si el PRO consigue imponer la boleta electrónica luego empiece a retacear el ingreso a las listas de los peronistas. En ese caso, volverían a avanzar Marcos Peña y los macristas de paladar negro.

El riesgo de peronización del macrismo asusta al entorno del presidente. Pero la posibilidad de que Massa a último momento patee el tablero y se presente con el apoyo de la CGT y la CTA es una amenaza todavía más grave.

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