Por Carlos Tórtora.-

Una semana no alcanza para marcar tendencias pero Alberto Fernández en pocos días le transmitió su impronta a la política exterior. Cuando estuvo en México se encontró con el asesor de Trump Mauricio Claver y llegó a un acuerdo con él.

Claver le pidió a Alberto que la Argentina no saliera del Grupo de Lima y AF estuvo de acuerdo, aclarando que se quedaría sin la agresividad de Macri hacia Maduro. A su vez, Claver le aseguró a AF que EEUU no tenía intenciones de invadir militarmente a Venezuela. Ambos contentos.

Trump envió una delegación a la asunción de AF liderada por Claver, asesor presidencial. Cuando llegó, se encontró con Jorge Rodríguez, ministro de Comunicación e Información de Venezuela, acusado de haber censurado más de 100 medios (algunos argentinos), de violaciones a los DDHH y de narcotráfico. Su entrada al país estaba prohibida, al igual que en los 19 países que conforman el TIAR. Fue invitado por Alberto F.

Claver, indignado, se fue antes de la jura. Esta dualidad tuvo otros ejemplos, como que la primera audiencia a un representante extranjero fue para Miguel Díaz Canel. El presidente cubano, amigo de Cristina Kirchner, tuvo una larga reunión con Alberto. Ese mismo día AF almorzó con el resto de la delegación de los EEUU, ahí liderada por Michael Kozak y dicen que todo fue bien. En consonancia con estas marchas y contramarchas, el ex presidente de Ecuador Rafael Correa recibió un doctorado honoris causa en la Universidad de Lanús, donde además dio clase.

La dualidad entre una política exterior compatible con Washington y con la necesidad de restructurar la deuda externa y, por otro lado, un filochavismo semejante al que tuvo CFK hasta el 2015, es una contradicción nada fácil de sostener. Aparentemente, la complejidad de la renegociación de la deuda sería un ancla que iría llevando la política exterior hacia una postura moderada, pero el kirchnerismo sigue con su corazón en Caracas.

El factor Evo

El episodio de Evo Morales es un capítulo aparte de la dualidad estratégica del gobierno. El depuesto presidente boliviano se mudó como asilado de México a Argentina por dos razones: la proximidad con Bolivia le permite trabajar con comodidad en el proyecto de volver a llevar al poder a su partido, el MAS, en las próximas elecciones presidenciales y espera que su presencia en Argentina influya para que el gobierno de Alberto juegue decididamente a favor suyo. En cuanto a sus limitaciones como asilado, Evo las ignoró desde el primer momento, recibiendo a la plana mayor de su partido y tuiteando textos políticos. Parece obvio que el gobierno kirchnerista apuesta a un retorno del MAS al poder y que quedaría sumamente descolocado si triunfaran el derechista Luis Fernando Camacho o Carlos Fuentes.

La tendencia lleva a que en los próximos meses la crisis venezolana entre en un nuevo pico de tensión, lo que obligaría a la cancillería argentina a adoptar definiciones. Ocurre que Nicolás Maduro ya anunció su intención de convocar a elecciones legislativas para renovar la Asamblea Nacional y de este modo defenestrar al presidente encargado Juan Guaidó. Este escenario cargaría de tensión el escenario venezolano ante la inminencia de que la oposición quede descabezada. Un claro alineamiento argentino con Caracas, en ese marco, podría conllevar un distanciamiento importante con el Departamento de Estado.

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