Por Carlos Tórtora.-

Una curiosidad de la nueva realidad política es que es el oficialismo el que gira alrededor de lo que ocurre en la oposición. Buena parte de los pasos que da el oficialismo se orientan a tratar de mantener contenido -puede entenderse también dividido- al desconcertado PJ. La ruptura de una quincena de legisladores y la creación del bloque justicialista, motorizada por el ex funcionario kirchnerista Diego Bossio y los salteños que responden a Urtubey, le abrió las puertas del quórum propio a Macri para obtener la derogación de las leyes cerrojo y de pago soberano y poder cerrar una negociación con los holdouts con una quita del 25%, que seguramente será en principio rechazada por los acreedores.

En paralelo, María Eugenia Vidal se esfuerza por pactar una buena convivencia con los 55 intendentes peronistas bonaerenses. El procesamiento que se le sigue a la líder de Tupac Amaru, Milagro Sala, que de peronista no tiene mucho, es una fuerte advertencia que los líderes piqueteros Luis D’Elía y Emilio Pérsico entendieron a la perfección: tienen cierto margen para negociar con el gobierno su sistema de prebendas, pero allí donde intenten presionar les puede ocurrir lo mismo que a su par jujeña. La ofensiva judicial que podría terminar con la prisión preventiva de Amado Boudou, Ricardo Jaime y Guillermo Moreno encierra el mismo simbolismo. Las figuras del kirchnerismo tienen espacio para jugar de opositores pero los jueces federales podrían interesarse súbitamente en sus gestiones si aquellos se propusieran hacer caer al gobierno de CAMBIEMOS.

Sin duda, la zona más difícil para el gobierno es la de las paritarias, porque es obvio que Hugo Moyano está dispuesto a negociar desde la debilidad oficial: para un gobierno no peronista enfrentarse a la CGT por los aumentos salariales siempre le resulta más costoso que a una presidencia peronista. Todos recuerdan el efecto degastante de los 13 paros generales que minaron al gobierno de Raúl Alfonsín.

En síntesis que sólo construyendo una sólida base de poder propio en las legislativas del año entrante el PRO empezaría a independizarse de la interna peronista. En este punto, la discusión recién empieza pero alrededor de Macri ya hay una polémica entre los que pragmáticamente aceptan que Sergio Massa sea el principal aliado electoral del gobierno y los que defienden la pureza del proyecto, que habría sido menos vulnerada por la alianza con la UCR y la Coalición Cívica. En este sentido, el de su proyección estratégica, también la relación con el peronismo -en este caso el massismo- es determinante para Macri. La aventura electoral que terminó con el triunfo sobre Daniel Scioli se sustentó casi sistemáticamente sobre la superación histórica del peronismo y el nacimiento de una nueva política. Por más que Massa se defina como renovador, detrás de él se encolumna buena parte de lo que fuera el peronismo ortodoxo.

Todos contra todos

El próximo 8 de mayo, de acuerdo a su carta orgánica, los afiliados del PJ deberían elegir una nueva conducción nacional, en reemplazo de la actual, que encabeza el jujeño Eduardo Fellner. Curiosamente, ni Cristina Kirchner ni Sergio Massa, las dos figuras de mayor peso en el peronismo, son candidatos a presidir el partido. Este solo dato explica que una victoria de Jorge Capitanich, José Luis Gioja o por caso José Manuel de la Sota no definiría un nuevo liderazgo peronista. La realidad es más compleja, porque los conocedores de la realidad interna del peronismo en su mayoría advierten que el PJ está a punto de fracturarse y que es improbable que exista el consenso suficiente como para que haya una interna en mayo próximo. Massa es un obvio interesado en que no haya una nueva conducción orgánica, en la cual él sólo podría tener aliados como José Manuel de la Sota. Pero el sello del PJ quedaría lejos de su alcance y podría volvérsele en contra. Tampoco al kirchnerismo le interesa una salida normal. CFK está decidida a ser la jefa de la oposición y, para eso, necesita lo mismo que Macri: un PJ dividido -tal vez intervenido judicialmente- que le permita a sus huestes recuperarse de la derrota electoral y no tener que dar explicaciones sobre lo actuado desde el 2003 a la fecha. Con la misma simplificación que a Néstor Kirchner le resultara tan exitosa, el cristinismo cree que puede retomar el timón si construye un bloque de municipios sólido en la Tercera Sección electoral. El eje es la república de La Matanza, donde fueron a parar cientos de ex funcionarios nacionales como Roberto Feletti, hoy ministro de economía del municipio. La nueva intendente, Verónica Magario, convive con su antecesor, el ex intendente Fernando Espinoza, todavía presidente del PJ bonaerense. Desde allí y otra docena de municipios José Ottavis prepara el lanzamiento de las “mesas territoriales” peronistas, una versión aggiornada de La Cámpora. Aparentemente, Magario se entendió desde el primer momento con María Eugenia Vidal y consiguió auxilio financiero provincial. El otro eje del contraataque K está compuesto por tres intendentes que no son de la vieja guardia. Se trata de Patricio Mussi (Berazategui), Jorge Ferraresi (Avellaneda) y Walter Festa (Moreno) que tratarán de diferenciarse de La Cámpora.

Esta nueva escenografía coincidiría no sólo con la ruptura interna del PJ sino con el final de la luna de miel y el comienzo de la conflictividad social insuflada por la alta inflación, el tarifazo y en medida menor los despidos.

Como era de prever, Cristina se instalaría en marzo en el territorio bonaerense, dando a entender que está dispuesta a dar batalla por la senaduría nacional en el 2017.

En medio de estas maniobras, es difícil que el veterano José Luis Gioja consiga ser el candidato de consenso para que haya internas y al salteño Juan Manuel Urtubey no le quedaría otra que ir girando hacia el antikirchnerismo más directo.

Se trata de un contexto lleno de variantes. El eventual procesamiento de CFK y Máximo Kirchner por la causa Hotesur tendría efectos importantes. ¿Pero cuáles? ¿Reforzaría el retorno de ella al primer plano político o la hundiría en las encuestas? La realidad es que la cruzada contra la corrupción anunciada por Macri en su discurso de asunción parece seguir el mismo giro gradualista que la economía. Es decir, se trata de evitar un shock judicial que desencadene cientos de procesos y desate en el país un mani pulite que arrastraría a buena parte de la clase política y empresaria.

El macrismo creería -y con buen criterio- que semejante situación colocaría en un tembladeral a todo el sistema, empezando por el propio Congreso.

No por nada, entre los cientos de dirigentes peronistas nacionales, no se alzó una sola voz pidiendo que se investigue la gestión cristinista. Es que son muchos los que temen que la ola los alcance.

Así las cosas, la gran política nacional parece reducirse a un juego entre el PRO y la diáspora peronista. El protagonismo de la UCR está en retroceso, luego de una abundante cosecha de bancas y su silencio como partido nacional es más que elocuente. Los dirigentes radicales que esperaban una campaña desperonizadora encabezada por la Casa Rosada se quedaron sin nada que decir. Luego de un largo aprendizaje, Macri entendió que sus posibilidades de sobrevivir en el poder y de ser reelecto dependen de que el peronismo tenga una larga crisis interna y de que no surja en él ningún nuevo liderazgo dominante. La multipolaridad peronista puede asegurarle al PRO excelentes resultados. Esto, aun cuando los malos tiempos que se avecinan para el bolsillo popular obligarán al peronismo a salir a la calle. Si no lo hiciera, la izquierda crecería más de la cuenta, sobre todo teniendo enfrente a un presidente empresario.

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