Por Guillermo Cherashny.-

Ya no queda ninguna duda que existe una desconexión total entre el presidente y su vice, aunque se descarta totalmente una ruptura. En efecto, Cristina está muy disconforme con el manejo judicial del gobierno y en especial con Marcela Losardo, la ministra, porque sus causas judiciales, en lugar de atenuarse, se agravaron y no por falta de voluntad del gobierno sino por su impericia. Es que el gobierno perdió mucho tiempo atacando a los jueces con las jubilaciones y criticando sus fallos y la mejor manera de manejar la Justicia es no hablar y mostrar poder. Pero este gobierno se caracteriza por su debilidad y prematuro envejecimiento, especialmente en un área clave como es la economía. Es verdad que recibió una pesada herencia pero los amigos del presidente como Pesce, Marcó del Pont, Kulfas y Todesca Bolloco, quienes armaron el fracasado cepo de fines del 2011, volvieron a fracasar con el nuevo supercepo que ahora Martín Guzmán, el único sensato, quiere desarmar sin éxito y, aunque está bien orientado, todos los días se pierden reservas del BCRA en forma alarmante porque no tiene un programa sólido y coherente y el único que sí lo tiene es Martín Redrado, a quien Alberto no lo nombra para no echar a los inútiles antes nombrados que provienen del mediocre «Grupo Callao». En general, los buenos gobiernos arrancan con los mejores y terminan con los amigos; en cambio, en este turno, se empezó con los amigos, que ya fracasaron una vez y ahora fracasaron de nuevo.

Así las cosas, si Alberto no pone la economía en marcha poco puede hacer en el plano judicial y aceptar las modificaciones a la elección del procurador general que impuso Cristina y que seguro no está de acuerdo pero no quiere irritar más a la dama. Bastante lo hace manteniendo a funcionarios que no funcionan.

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