Por Jorge Raventos.-

El último domingo, cuando un equipo global de periodistas independientes hizo estallar el affaire conocido como Documentos de Panamá, se desató un nuevo vendaval moralizante que realimentó la atmósfera de sospechas sobre la política. Para mortificación del gobierno, estos vientos pudieron despeinar inclusive al Presidente Macri.

La penetración por Internet de datos reservados de las grandes concentraciones de poder es una tendencia imparable de alcance mundial que arrasa el secreto, la reserva, el monopolio de la información y adquiere un peso disruptivo capaz de modificar relaciones de fuerzas. La revelación de hechos punibles genera en la opinión pública el reclamo de justicia.

Hasta una semana antes el gobierno discutía cuánto énfasis darle a los casos de corrupción más clamorosos del gobierno kirchnerista, la tormenta soplaba exclusivamente en dirección del sistema K (las operaciones de Cristóbal López para crear su emporio empresarial privado con fondos públicos, los impresionantes los videos de La Rosadita con familiares y empleados de Lázaro Báez enfardando millones de dólares, los huéspedes invisibles de los hoteles presidenciales, etc.).

Esas fuertes evocaciones del “capitalismo de amigos” que imperaba durante el kirchnerismo actuaban como contrafigura del actual gobierno y lo favorecían en la comparación. Pero también lo interpelaban: después de haber sido burlada por un régimen que se envolvió en la bandera del progresismo y usó al Estado como “amigo de los amigos”, la sociedad, para ahorrarse nuevas decepciones, está más vigilante con quienes proclaman la virtud. Y requiere acción del gobierno para castigar a los corruptos.

Sobre todo, es el propio electorado de Cambiemos el que más exige esa conducta. Dentro de la coalición oficialista, la figura que más protagonismo asume en estos temas es Elisa Carrió, que siempre aspira a manejar la vara de las culpas y las absoluciones. La diputada viene demandando castigos hacia atrás y alertando sobre procedimientos actuales que ella observa con recelo.

El miércoles 30 de marzo, después de lanzar algunos misiles contra Angelici y de protestar contra los últimos incrementos de tarifas, Carrió fue citada por Macri en Olivos. A esa altura, el Presidente ya sabía que se avecinaba el huracán de los papeles de Panamá y seguramente quiso evitarse soportar dos tormentas simultáneas. En cualquier caso, no comentó ante ella el tema de los papeles panameños.

Cuando la cuestión panameña se hizo pública y parecía complicársele, Macri acudió a Carrió y le envió documentos con los que ella le concedió certificado de buena conducta. Sin embargo, la diputada disparó sin piedad contra el intendente de Lanús, Néstor Grindetti, ex ministro de Hacienda de Macri en la ciudad de Buenos Aires y cuadro técnico proveniente del holding conducido por Franco Macri. Grindetti también aparecía en los documentos de Panamá y con una cuenta en Suiza: “Lo de Grindetti no tiene explicación. Siempre creí que era un corrupto”, sentenció Carrió.

Mauricio Macri fue elegido con expectativas de un gobierno virtuoso, diferenciado de la conducta que la sociedad le atribuía (con motivos cada vez más visibles) al régimen kirchnerista. La sociedad castiga la decepción y a veces puede adelantar el castigo con la esperanza de neutralizar un desengaño potencial.

En estos casos, como suele ocurrir con los grandes fenómenos de opinión pública, no bastan los argumentos jurídicos, es preciso ofrecer explicaciones políticas convincentes porque, como le dijo Bartolomé Mitre al general Roca, “cuando todo el mundo se equivoca, todo el mundo tiene razón”.

Afortunadamente para el oficialismo, la adrenalina moralizadora activada por los papeles panameños y por las investigaciones locales sobre la corrupción reciente, dinamizó a los jueces federales; una batería de decisiones puso las luces donde debían estar, en las maniobras y negocios turbios comprobados y no en la mera sospecha sin fundamentos. La detención de Lázaro Báez (empresario de la Korona) y Ricardo Jaime (comprador de valijas y de chatarra ferroviaria), la intervención de empresas de Cristóbal López, elocuentes por sí mismas como señales de un nuevo clima, son también un aperitivo de la primera indagatoria (miércoles 13) que ha de atravesar la señora de Kirchner. Como diría Giulio Andreotti, “El poder desgasta, sobre todo cuando ya no se lo tiene”.

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