Por Carlos Tórtora.-

Las dos facciones del gobierno profundizaron esta semana su divorcio, con agendas cada vez más contrapuestas. El presidente desarrolló en Europa su línea de diálogo con el FMI y el Club de París, gestionando con este último una prórroga del próximo vencimiento de deuda para no entrar en default y con el segundo mejores condiciones para la negociación de un acuerdo. Martín Guzmán, a todo esto, trata de que la emisión no se desboque demasiado y que la inflación baje a menos del 3% en el segundo semestre.

Mientras tanto, los operadores políticos de Alberto Fernández tejen que sea un moderado el que encabece la lista de diputados nacionales por el Frente de Todos en Buenos Aires. Actual embajador en Brasil, Daniel Scioli es el elegido y salió a probarse en una recorrida junto al gobernador Omar Perotti en Santa Fe. AF está convencido de que el gobierno, para ganar las elecciones, debe disputar el electorado de centro.

Por su parte, el kirchnerismo tomó banderas opuestas, como la postergación sine die del acuerdo con el Fondo, la emisión descontrolada para financiar mejores sueldos y más planes sociales y, sobre todo, reforzar el asistencialismo en el segundo cordón del conurbano, donde están sus votos. En cuanto al contenido electoral, el cristinismo adhiere a seguir con un planteo de centroizquierda, encabezado por la ofensiva contra el Poder Judicial, estigmatizado como el artífice de un supuesto complot de derecha para golpear a un gobierno popular.

El problema es de la oposición

La realidad es que el choque diario entre estas dos visiones de la realidad casi está monopolizando el espacio mediático. La especulación acerca de hasta dónde podrá debilitarse Alberto y si el objetivo final de Cristina Kirchner es domesticarlo o voltearlo, domina el espectro político. Y es lógico; todo el mundo sabe que después del veranito electoral que se puede anticipar vendrá un severo ajuste al cual el presidente tendrá que pilotear, para lo cual deberá estar en condiciones políticas.

La pandemia es otro gran tema, porque el kirchnerismo parece haber dejado solo a Alberto con el costo de sobrellevar la escasez de vacunas y la extensión de las restricciones. Cristina rigurosamente omite casi por completo cualquier mención a la pandemia. Esto querría decir que, a juicio de ella, el presidente no saldrá victorioso ni indemne de este trance y que, aunque el plan de vacunación mejore, la sociedad le pasará la factura por los 100.000 muertos que sin duda habrá para el momento de las PASO.

La cuestión es que una vez más el peronismo ha conseguido ser a la vez el oficialismo y la oposición. El gobierno formal, es decir el presidente y sus ministros, aparecen asediados por un aparato de funcionarios estratégicos que les quieren imponer el rumbo. Una oposición desde el poder que se muestra más activa y decidida que Juntos por el Cambio. La coalición opositora, en cambio, se exhibe como dedicada a una compleja lucha interna. A diferencia del oficialismo, personificado en Cristina y Alberto, Juntos por el Cambio atraviesa una profunda crisis de liderazgo, porque Mauricio Macri ya no es un líder hegemónico y Horacio Rodríguez Larreta carece de carisma, teniendo su fuerte en la gestión. Además, como es normal, todo lo que la oposición tiene para repartir en esta elección son bancas, lo que incentiva la competencia, mientras que el gobierno dispone de miles de cargos para premiar dirigentes.

Así las cosas, mientras más insistan Cristina y Alberto en sus peligrosas caminatas por la cornisa, más reducido sería el espacio de la oposición para plantarse como alternativa.

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