Por Guillermo Cherashny.-

La pobre impresión que Cristina dejó en el reportaje que le hizo Luis Novaresio convenció a la mayoría de la dirigencia peronista, aún la que la acompañó en las PASO, de que su ciclo político está agonizando.

En efecto, mintió descaradamente en todas sus respuestas y en otras lisa y llanamente no se entendió lo que dijo, como cuando afirmó que en nuestro país no hay estado de derecho al igual que en Venezuela.

Ningún intendente que la acompañó en la última elección duda que la elección está perdida, porque es casi imposible que pueda sumar más votos el 22 de octubre, aún entre quienes profieren odio hacia Macri o Vidal.

Está claro en todo el ambiente político que su figura es la que obstaculiza un análisis del gobierno de Cambiemos, ya que en esta elección se votó en contra de que ella y sus fanáticos seguidores puedan volver algún día.

Este gobierno no solucionó los problemas económicos y ni siquiera gobierna con un gran éxito, pero basta asustar con el cuco de la vuelta de Cristina para que entre un 70 y casi 80% en el país vote en contra, tomando el 21,30% que cosechó el cristinismo en todo el país, porque el 34% de la provincia de Buenos Aires puede dar la imagen de que hizo una gran elección en el país, aunque en la provincia fue muy buena, quizás porque no habló y mostró a los perjudicados por los casi dos años de gobierno de Macri.

Es cierto que lo obtenido en el país supera al peronismo no K pero, si se suma al massismo, quedaría en un tercer lugar por poco más del 1%. De ahí que sus seguidores digan que está mal obedecer a Cristina pero tampoco se le puede desconocer, lo cual es una realidad, pero mientras no abra la boca porque, cuando lo hace, ese casi 80% no quiere que vuelva más.

En el citado reportaje, Cristina dijo que si es un obstáculo para un triunfo del peronismo, se autoexcluirá de una candidatura. Pero como está hipercomprobado que lo es, nadie puede renunciar a tamaña obviedad, salvo que asuma que es funcional a la reelección de Mauricio Macri.

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