Por Juan Manuel Otero.-

En las postrimerías del gobierno detentado por la familia Kirchner es válido llamar la atención sobre la herencia que tendremos que soportar todos los argentinos como producto de estos últimos doce años con ellos en el Poder.

Se encuentra nuestra Patria liderando los rankings internacionales de corrupción e inflación, estamos enemistados o distanciados de las potencias mundiales y de los regímenes democráticos, pero somos aliados incondicionales y admiradores de los países líderes en violaciones a los derechos humanos y persecución a disidentes, cunas y escuelas de fanáticos terroristas.

Nuestra deuda aumentó casi un 70% desde el ascenso del Kirchnerismo (De U$S 150 a U$S 250 mil millones de dólares). Claro que hemos pagado compromisos internacionales, pero a costa de esquilmar al Banco Central, las AFJP, la ANSES, la AFIP, (¿futuros buitres?) achicando la deuda externa pero inflando exponencialmente la interna. Las grandes empresas se han ido del país o están en vías de hacerlo. No hay inversión externa, se prohíbe exportar al sector agro ganadero, eterno sostén de nuestra economía.

En el campo energético, de la mano del Ministro De Vido hemos descendido a oscuros sótanos pese a que “nuestros recursos petroleros puestos en valor significarían exportaciones mayores a las del sector agropecuario, pero importamos por doce mil millones anuales” (Emilio J. Apud, “La paradoja energética de la Argentina”).

Y asistimos hoy a una patética feria de vanidades de los candidatos a la Presidencia quienes desfilan por los canales de TV, prometiendo inminentes felicidades aunque sin explicar mínimamente plan alguno. No me extrañaría ver el próximo ciclo de Tinelli convertido en Tribuna Política. Las carcajadas y los chistes de baja estofa reemplazando las propuestas serias.

No nos será fácil desprendernos del salvavidas de plomo que nos ha tirado el kirchnerismo.

Tenemos esperanzas de que, con gente honesta y capacitada en el gobierno, hay actividades cuya recuperación sería factible en plazos no demasiado extensos, como la economía, la verdadera y democrática división de poderes, la racionalización del empleo público, el respeto a las instituciones, el reinicio de relaciones con el resto del mundo, la generación de confianza interna y externa, la fraternidad entre argentinos, la posibilidad de exportar o importar sin cortapisas y la vuelta de inversiones foráneas.

Sin embargo hay una miserable herencia que, lamentablemente, quienes peinamos canas ya no podremos ver eliminada. Es la consecuencia del odio inyectado por este gobierno hacia quienes no comparten su ideología. Lo que en cualquier país demócrata y republicano serían los respetuosos adversarios, en la Argentina Kirchnerista son “el enemigo”.

Y son muchos los ejemplos de íconos kirchneristas ejerciendo violencias de todo tipo. Desde Hebe de Bonafini defecando en la Catedral, pasando por el patotero oficial Luis D’Elía trompeando a un participante de una marcha, los pichichos del régimen como Fito Páez (“da asco la mitad de Buenos Aires”, aunque sus recitales pagados por el tesoro público los haga en Buenos Aires), Sandra Russo en 678 y su referencia porteña (“salgo a la calle y huelo a podrido”), los esbirros de Cristina chumbándole al Dr. Fayt por su edad pese a que ética y culturalmente no le llegan a la suela de sus zapatos, hasta llegar a los niños a quienes se los invitaba escupir y orinar en imágenes de argentinos “enemigos” del régimen.

El adoctrinamiento desde los jardines de infantes, el pobre nivel de nuestra enseñanza pública, los generosos subsidios a embarazadores seriales, el “logro” por el cual los criminales encarcelados ganen un sueldo estatal mayor a la jubilación de quienes fueron honestos y trabajaron toda su vida, los contubernios y «visas de trabajo» a carteles de la droga a cambio de financiamiento de campañas, la eliminación de los aplazos, la enseñanza distorsionada de la historia, el envilecimiento de nuestros símbolos patrios, el endiosamiento de nuestros gobernantes, la demonización de nuestros próceres, todo ello ha generado un daño tan grande que se necesitará de la capacidad y patriotismo de nuestros futuros gobernantes junto a la necesaria e imprescindible asunción de sus deberes por parte de toda la ciudadanía, abandonando el tradicional deporte de contemplación umbilical.

Si tuviésemos esa suerte, pasadas un par de generaciones, tal vez volveríamos a ser la REPÚBLICA ARGENTINA que admiraba el mundo.

Claro que el que suscribe no tendrá tiempo de verla pero me conformo si llegaran a disfrutarla mis hijas y nietos.

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