Por Jorge Raventos.-

El juego de esquinitas entre fanáticos kirchneristas y forofos del macrismo tiene su costado irónico: que Axel Kicillof elogie a Mirtha Legrand (por sus comentarios ante Mauricio Macri) mientras Jaime Durán Barba la tilda de “maleducada con modos de piquetera” luce como el reino del revés.

Los K se regodean con la frase en la que el Presidente definió la opción por la enseñanza estatal como una “caída”. ¿Cómo no evocar, en tal caso, aquella réplica (“Chicos, estamos en Harvard, esas cosas son para La Matanza”) con la que la señora de Kirchner minimizó en Estados Unidos una gran universidad estatal del Gran Buenos Aires? La lógica de las polarizaciones revela similitudes y simetrías. Cara y ceca se turnan pero conviven en la misma moneda.

El tono deliberadamente enérgico de la cúspide de la Casa Rosada (exhibido esta última semana por el Presidente y también por el Jefe del Gabinete en su presentación ante los diputados) parece una representación de su ánimo polarizador. Sólo que, convencido por sus propios propagandistas de que todos los reclamos sociales son manifestaciones de un plan destituyente capitaneado por el estado mayor K, el oficialismo termina polarizando con todo el mundo.

Empieza por los maestros

El gobierno central insiste en no convocar la paritaria nacional que reclaman los docentes. La gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, acompaña la intransigencia: no modifica su oferta salarial a los educadores de su provincia. Las escuelas están cerradas o trabajan a media asta.

Parece un disparate atribuir a un kirchnerismo que ya no tiene futuro el comando de una movilización como la que los gremios docentes promovieron el último miércoles en la capital federal. Lo malo es que un diagnóstico equivocado se traduce por lo general en un tratamiento infructuoso. Un enorme número de niños y jóvenes seguirá perdiendo días de clase y el mismo gobierno puede contraer una infección hospitalaria. Porque más allá de la valoración que merezca la polarización que el oficialismo busca con el fantasmal conglomerado K, extender la polarización a los docentes como si ellos fueran el kirchnerismo, conduce a que el conflicto se prolongue, se extienda territorialmente y se agrave.

La dureza con que el gobierno aborda la cuestión salarial docente (que es previa a la sin duda imprescindible lucha por elevar la calidad de la enseñanza y someter a todos sus participantes a las debidas evaluaciones) es acompañada por la dureza que promete en lo que se refiere al orden en calles y rutas, esto es, el tratamiento a dar a las demostraciones piqueteras.

Protocolos y vacilación

La dureza invocada no ha pasado hasta ahora del nivel de los protocolos y los anuncios, entre otras cosas porque el oficialismo no ha unificado criterios hasta ahora. Macri pide que actúe Horacio Rodríguez Larreta. El gobierno porteño ha sido renuente a comandar operaciones represivas para ordenar la calle: prefiere la negociación política. Se argumenta que la coordinación entre fuerzas deja mucho que desear (el miércoles eso quedó confirmado cuando una brigada bonaerense reclamó dramáticamente durante varios minutos ayuda para una persecución que ingresaba a la Ciudad Autónoma y esa colaboración nunca llegó a tiempo, con el agravante de que hubo dos bajas entre vecinos inocentes). Tampoco parece bien sellada la unidad de la nueva fuerza policial capitalina.

A eso se suma el temor de que intervenciones duras de las fuerzas en manifestaciones sociales concluyan con víctimas. La señora Carrió opina que las organizaciones sociales “buscan un muerto propio” para victimizarse y dañar al gobierno.

La ministra Patricia Bullrich advierte contra “la paranoia argentina”, aunque quizás quiso decir esquizofrenia, porque, al anunciar que el gobierno actuará para garantizar orden en las calles, señaló que “cuando actuemos no entremos en la paranoia de la Argentina. Si actuamos porque actuamos, y si no actuamos porque no actuamos. Actuar con decisión puede tener ciertas consecuencias, pero esas consecuencias no significan que vaya a haber un muerto”. Si se observa en profundidad, puede distinguirse el miedo de que los procedimientos que piensa el gobierno no sean acompañados por la sociedad.

Ese parece ser un temor que recorre el oficialismo. El filósofo de cabecera del Presidente, Alejandro Rozitchner, confesó que lo “preocupa que el país no esté a la altura de las decisiones (de Mauricio Macri)… que se amedrente respecto de las dificultades de todo este proceso”. La inquietud del pensador puede ser consecuencia de la lectura asidua de encuestas.

Si el oficialismo insiste en enfrascarse en su polarización solitaria con el espectro K, las vacilaciones y miedos que denotan sus voceros pueden corporizarse.

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