Por Carlos Tórtora.-

Como un síntoma claro del estado de alerta que dejaron los resultados de las PASO en las tres principales fuerzas políticas, ayer mismo Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa se mostraron activos, cuando se suponía que habría al menos unas horas de inactividad. El acuerdo para la realización del primer debate presidencial televisado de la historia, que se hará en TN, indica que los candidatos leen lo mismo en los números del domingo. Para ganar en octubre será necesario atraer al grueso de las clases medias urbanas, que el domingo empezaron a evidenciar su malestar dándole a CAMBIEMOS el triunfo en la Capital, La Plata, Rosario, Mar del Plata, Bahía Blanca, etc.

El kirchnerismo no tuvo fisuras en la explotación electoral de su formidable aparato clientelista. Basta con leer los resultados en las provincias del NOA, el NEA y el segundo y tercer cordón del conurbano bonaerense para ver que el PJ, en relación al 2011, perdió pocos puntos en todas las zonas donde prevalecen los planes sociales y el empleo público. El fracaso de Scioli en su esfuerzo de las últimas semanas por captar votos independientes es evidente. Con esconder a CFK y Carlos Zannini todo lo posible no alcanzó. Una sola aparición en cadena oficial de la presidente avalando a Aníbal Fernández destrozó la ilusión que intentaba montar Scioli sobre el comienzo de una nueva era de diálogo, pluralismo y tolerancia. Con el jefe de gabinete como candidato a gobernador de Buenos Aires, esta falta de credibilidad puede volverse crónica. Otro factor que limita cada vez más al gobernador bonaerense es su persistencia en no definir una sola política de gobierno concreta, empezando por la económica, en su afán de no chocar con su jefa y el dogma de la continuidad a cualquier precio.

Los problemas que enfrenta Mauricio Macri son totalmente distintos, aunque también tiene que ver sobre todo su frente interno. Es cierto que la cosecha de votos de Ernesto Sanz sumada a la de Elisa Carrió alcanzó apenas al 20% del total de CAMBIEMOS, o sea 1.200.000 sufragios. Pero aun así ambos tienen ahora una oportunidad inmejorable para presionar a su aliado vencedor. La UCR en particular, por boca del mismo Sanz, viene sosteniendo que CAMBIEMOS debe encaminarse hacia un gobierno de coalición. En síntesis, que los dos socios menores de Macri le exigirán que se comprometa públicamente a cogobernar con ellos. Concretamente, que admita que les entregará ministerios y otras áreas claves del ejecutivo. Se trata de un paso que va contra el decálogo de la mesa chica del PRO, que considera que un gobierno de coalición sería una reedición de la Alianza entre la UCR y el FREPASO en el ‘99 y que perjudicaría las chances de Macri, al asemejarlo de algún modo a Fernando de la Rúa.

Una comparación que la Casa Rosada explotaría ni bien tenga ocasión. Hasta ahora, el PRO siempre le escapó a este peligro rechazando la vieja política y aludiendo despectivamente al radicalismo como protagonista de los fracasos de Raúl Alfonsín y De la Rúa. Pero ahora Macri no puede reafirmar más su identidad de este modo, porque una crisis con Sanz podría terminar en que en muchas provincias donde el PRO depende del aparato radical, éste organice el voto a sus candidatos a legisladores, intendentes y gobernadores, pero sustituya la boleta de Macri por la de Margarita Stolbizer. Algo que ya le pasó a Francisco de Narváez en el 2011, en su alianza con Ricardo Alfonsín, cuando una masa importante de radicales terminó votando al FAP de Hermes Binner.

Pero Macri no sólo debe resolver rápidamente este punto crítico. También, si quiere crecer en votos, debe seducir al electorado de Massa, en su gran mayoría peronista.

Con astucia, Massa fue el primero en convocar al diálogo de los presidenciables de la oposición, invitación a la que Macri no puede negarse. Pero la realidad es que el sistema legal ideado por Néstor Kirchner con la inspiración de Juan Carlos Mazzón, fallecido el viernes pasado, y que se plasmó en la ley 26.571, es de una rigidez absoluta. El régimen de las PASO no permite cambios en las fórmulas, ni aceptación de colectoras para la primera vuelta, ni recomposición de alianzas. Esta estatización de las internas partidarias es más fuerte que el cepo cambiario, pero cuando se debatió la ley en el 2010 la oposición prácticamente no advirtió la trampa que le tendía el kirchnerismo para evitar que, luego de las primarias, las fuerzas opositoras se reordenaran y compusieran una mayoría que se impusiera en primera vuelta. Con inteligencia, Kirchner dejó como herencia un sistema en el cual una minoría que cuente con la caja del Estado nacional puede gobernar indefinidamente explotando la imposibilidad de la oposición para aliarse después de las PASO.

El resultado del cepo electoral fijado por las PASO es que ahora, tanto Massa como Stolbizer y hasta Rodríguez Saá, están obligados a mantener sus candidaturas presidenciales para la primera vuelta porque, en caso de renunciar a las mismas, les harían perder toda chance a sus listas de legisladores, gobernadores, intendentes y concejales. Entonces ningún acuerdo real es posible y el diálogo que puede haber en los próximos días es un simple entretenimiento para mostrar una conducta dialoguista. El cepo electoral de Kirchner funciona a la perfección y los obliga a todos a seguir compitiendo por separado, para evitar una crisis interna en sus propias fuerzas.

Qué hará la gente

La otra dimensión de este problema, pensando en octubre, es si los votantes de las fuerzas sin chances de ganar seguirán siendo fieles a sus aparatos u optarán por el voto útil. Esto es, apoyar al candidato que está más cerca de ganar en primera vuelta. Un caso atípico es el de José Manuel de la Sota, que obtuvo 6,5%. Él ya ganó la elección provincial e impuso como gobernador a Juan Schiaretti junto con sus legisladores, etc. En las listas de UNA en el resto del país, predominan los hombres de Massa, así que De la Sota tiene poco en juego. Él podría patear el tablero y convertir la primera vuelta en un ballotage adelantado, llegando, por ejemplo, a un acuerdo con Scioli. De La Sota ganaría así un rol privilegiado como gestor de la unidad peronista y tal vez llegar también a canciller, cargo que ambiciona. Qué porcentaje de los votantes del cordobés lo acompañarían en su abrazo con Scioli es una incógnita difícil de dilucidar.

En el caso de Adolfo Rodríguez Saa, con su mínimo 2%, parece evidente que, tratándose en su mayoría de votantes puntanos que él controla, irán directo hacia Scioli en octubre, a cambio de fondos frescos para San Luis.

Con su escueto 3,5%, Stolbizer no la tiene fácil, porque algunos de los sectores que la apoyan podrían migrar hacia CAMBIEMOS con la esperanza de que la UCR, arrastrada por Macri, llegue a la segunda vuelta.

Descontando que la izquierda votará en blanco, el gran tema pendiente son los 14 puntos que atesora Massa. Si Scioli consigue convencer a CFK de que hay que ser concesivo para llegar al 45% y evitar el ballotage, habría un gran operativo naranja planteando la reconstrucción de la unidad peronista. Si De la Sota y Rodríguez Saá dan el paso al frente, Massa estaría bajo una fuerte presión. Con o contra su voluntad, una parte de su electorado y de sus dirigentes renovadores que no puedan ganar nada en octubre podrían migrar hacia el FpV, que repartiría cargos y prebendas a diestra y siniestra.

Si esta gran maniobra avanza, Scioli estaría en condiciones de llegar al 45%.

Para evitar que esta hipótesis se concrete, Macri debería olvidarse por un buen rato de la ortodoxia amarilla y la nueva política para lanzarse a captar votos peronistas abriéndole las puertas de su eventual gobierno a cuanto dirigente del PJ se pase a las filas de CAMBIEMOS.

Este escenario depende obviamente de que se dé una desnaturalización de la primera vuelta. O sea, que ésta se convierta en una segunda vuelta adelantada en la que se imponga el criterio del voto útil por sobre la fidelidad a los candidatos minoritarios.

Hay razones para pensar que la sociedad puede inclinarse en este sentido. La Argentina carece de toda experiencia en materia de ballotage presidencial. Esto incluye a la dirigencia política, al punto que cuesta imaginar cómo funcionarían los pactos para la segunda vuelta, que en Europa son moneda corriente. También está la diferencia de sistemas. La casi totalidad de las democracias europeas que practican la segunda vuelta tienen sistemas de gobierno parlamentarios o semiparlamentarios con partidos políticos extremadamente sólidos y disciplinados. El sistema argentino es exactamente el contrario: practicamos el hiperpresidencialismo y las decisiones -tal vez con la única excepción de la UCR- no las toman los partidos sino los candidatos unipersonalmente. Y los partidos, con la misma excepción de la UCR, son tan débiles e inorgánicos que ni forman parte de las negociaciones y a veces son simples sellos tomados prestados. Por ultimo, la base de los acuerdos para el ballotage en Europa son los acuerdos parlamentarios, porque allí se define también el reparto de las áreas de gobierno a partir de las alianzas. En síntesis, nada más opuesto a la realidad política local.

La absoluta falta de sustento del sistema político para la instancia de la segunda vuelta puede hacer entonces que todos tomen el atajo más corto y conviertan el 25 de octubre en un ballotage de facto.

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