Por Carlos Tórtora.-

Algún alivio se sintió en el gobierno por la baja de la inflación de mayo a 3,3% y el acuerdo con el Club de París, que evitó el default. También el kirchnerismo se vio beneficiado, porque el primer plano político lo ocupó la interna del PRO, que amenaza con extenderse un mes más, con un imprevisible efecto en las encuestas. Pero tampoco faltaron las malas noticias, como que la Argentina fue reclasificada este jueves por el MSCI bajo la categoría “standalone”, que es una denominación que reserva para algunas economías que -considera la compañía que elabora el índice- tienen barreras de accesibilidad a los inversores extranjeros, tensiones políticas, mercados de capitales pequeños y economías pobres o que carecen de regulaciones adecuadas. En lo inmediato, el kirchnerismo se preocupa por el impacto político que tendrá próximamente el alcanzar la cifra de 100.000 muertos por Covid-19, que sería seguida por una presentación de varios diputados de la oposición pidiendo el juicio político al presidente, un gesto simbólico, ya que el kirchnerismo tiene número como para impedir el trámite.

Creciente tensión

La mayor novedad en el poder es que hay un doble temor, a la pérdida de votos y al estallido social, similar al ocurrido recientemente en Colombia. El peronismo se ufana de ejercer el control social de un modo casi infalible y que los estallidos sociales se producen cuando gobierna la UCR. Aunque no es del todo así, porque Carlos Menem tuvo que enfrentar desbordes sociales en su primer mandato. La marcha de casi 50.000 piqueteros por la 9 de julio días atrás, impresionó a la dirigencia política y fue seguida de una severa advertencia de monseñor Oscar Ojea.

En cuanto a la pérdida de votos, se daría sobre todo en el interior de Buenos Aires y en menor medida en el primer cordón del conurbano, aunque no se registra por ahora un crecimiento significativo de Juntos por el Cambio. El clima psicológico que se vive en el oficialismo es tan denso que Sergio Berni, principal candidato a encabezar la lista para diputados nacionales de Buenos Aires, se despachó diciendo “tengo diferencias importantes con el gobierno nacional”. Y ni que hablar de Alberto Fernández, que suma manifestaciones callejeras en su contra en cada localidad del interior que visita. El presidente se muestra irritado con la oposición, habiendo perdido su mayor capital político, que era la moderación y el equilibrio. Ahora tiene que lidiar con un Sergio Massa, que cruzó los límites de la Cámara de Diputados para inmiscuirse en las relaciones con los EEUU y también incursionar en el territorio bonaerense. Vía Máximo, Cristina Kirchner deja hacer a Massa, que funciona como una especie de veedor del desempeño político del presidente. A todo esto, La Cámpora no sólo se ocupa en Buenos Aires de concentrar la campaña de vacunación, sino que teje un esquema de candidaturas propio concentrado en los cargos seccionales -diputados y senadores provinciales- dejándole las diputaciones nacionales a la lapicera de CFK. El objetivo de esta organización es la gobernación platense en el 2023, ya que por ahora Axel Kicillof se resiste a compartir el poder con los camporistas. A todo esto, la vicepresidenta espera desatar un veranito de consumo para agosto, emisión mediante, que le posibilite al Frente de Todos sacarle en las PASO 10 puntos de ventaja a Juntos por el Cambio. Mientras tanto, se trata de aguantar como se pueda y cruzar los dedos para que la variante Delta no vuelva a espiralizar los números de contagios y muertes. En medio de esta perspectiva, estaría la evidencia científica de que las vacunas Sputnik V y Sinopharm, las más usadas en el país junto con AstraZeneca, son más débiles que las vacunas estadounidenses para contrarrestar a la variante Delta. O sea que el gobierno tendría una razón más para confirmar que se equivocó cuando eligió a sus proveedores.

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