Por Jorge D. Boimvaser.-

Cuando Amado Boudou era vicepresidente de la Nación y aún nadie imaginaba que el kirchnerismo no fuera a ganar las Presidenciales, la Justicia le prohibió la salida del país por temor a que se profugara.

Hubiera sido más que un traspié para la entonces Jefa de Estado que su vicepresidente en ejercicio no regresara del exterior, pero igual el juez Oyarbide decidió que con la abrumadora cantidad de pruebas en su contra, Boudou no cruzara la frontera.

El vice tenía una baraja marcada que le aseguraba que Cristina no le soltaría la mano. Contar toda la historia de Ciccone -la máquina de hacer billetes- era involucrar directamente al ideólogo de la compra de esa empresa en ruinas: Néstor Kirchner. Boudou había sido el operador de Néstor, quien calculaba que con Ciccone en su poder tendría una ganancia de cerca de 500 millones de dólares al año.

A Boudou lo venían salvando del horno hace años. Ya se conoce que el hombre daba domicilios truchos cuando cambiaba su parque automotor. En una ocasión, reunido en la dirección de un hospital del Municipio de la Costa, con las cámaras de seguridad funcionando, esnifaron alguna sustancia blanca que se registró en las filmaciones del día.

Una productora televisiva compró esas imágenes pero no para difundirlas, sino por orden y plata del entonces jefe de la SIDE, “el Chango” Icazuriaga. Las sacaron de circulación y le avisaron a Boudou que hiciera algo de conducta para no dejar pegado al gobierno con imágenes insensatas.

Boudou siguió como si nada y hasta habló en pequeñas reuniones de situaciones que un verdadero caballero jamás debe divulgar. Por caso, alguna situación personal que vivió con Cristina, a quien calificaba como “la loca”.

Máximo Kirchner supo de esa grabación y le pidió a su madre que le entregara la cabeza del vice, el mismo que había hecho de su despacho en el Senado un especie de sitio de jeque árabe, con jacuzzi en el baño y otros lujos.

Cristina no quiso hacerlo caer a su vice porque, en definitiva, también representaba su propia debacle.

Dos veces intentó permisos de salidas del país y la justicia se lo negó.

Cuando la campaña electoral estaba en su etapa final, Boudou consiguió una media palabra de Daniel Scioli para que, si ganaba el FPV, le ofreciera la embajada en México, país con el cual no hay vigente tratado de extradición.

El entonces vice quería asegurarse la impunidad a como diera lugar. Era el candidato número uno para ser encarcelado por corrupción. Antes que Lázaro Báez o cualquier otro, Boudou ya tenía todo listo para ir preso.

Su último paso por Tribunales lo vio con el rostro serio, casi perdido. Ya no la sonrisa estúpida de antaño, sino la mueca triste y resignada de quien se sabe condenado.

Nadie advertía que su anunciado romance con una periodista mexicana encerraba un doble juego. Su destino final, México DF, estaba más sujeto a salvarse de la cárcel que a una cuestión de afectos personales.

En una maniobra preparada con antelación, Boudou pidió permiso nuevamente para salir del país; quería pasar las fiestas con su nuevo amorcito en tierra azteca.

Insólitamente, el mismo juez que le había negado salir de la Argentina siendo aún vicepresidente, le permitió hacerlo cuando su gobierno había caído, y mal.

¿Oyarbide ya había anunciado que se jubilaba de la Justicia y, ya con Cristina en Santa Cruz, no tenía más servicios que hacerle al kirchnerismo?

Sin embargo, le dio vía libre y ahora nadie sabe si el ex vice regresará.

¿Si hubo una alhaja milagrosa, de esa que encandila al polémico magistrado, que hizo posible firmarle el salvoconducto para viajar a México?

No podemos asegurar que la hubo, pero tampoco que no la hubo. Sin Cristina en el poder, los favores ya no son tan gratis con antes. Y más, si también el payasesco magistrado se toma el buque próximamente.

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