Por Carlos Tórtora.-

La fórmula Cano-Amaya presentó un amparo por presunto fraude en la elección provincial tucumana y solicitó que se suspenda el escrutinio definitivo. Exigió que se secuestren las urnas y se repita la votación. El síndrome de Tucumán sobrevuela el escenario electoral del 25 de octubre, pero sin embargo los tres candidatos opositores más importantes, Mauricio Macri, Sergio Massa y Margarita Stolbizer son más que prudentes en sus expresiones. Es que la instalación de un clima de probable fraude es un arma de doble filo para la oposición. Sobre todo para el jefe del PRO en el caso de que haya ballotage y que termine consagrándose presidente por apenas 2 ó 3 puntos de diferencia. Una primera vuelta deslegitimada por las denuncias de irregularidades podría también afectar a un triunfo opositor. La prudencia dominante, a la que se suma por supuesto Daniel Scioli, gira en torno a dos incógnitas. La primera: ¿qué puede pasar si se llega por primera vez en la historia argentina a un ballotage? La segunda, hasta dónde el cristinismo está dispuesto a violentar las reglas de juego para retener el poder?

Que la campaña sucia está en marcha no hay duda. Lo prueba la reciente denuncia contra Fernando Niembro. El abogado Antonio Liurgo presentó una denuncia penal solicitando que se investigue al jefe de Gobierno porteño Mauricio Macri y al candidato a diputado nacional de Cambiemos, Fernando Niembro, por supuestas irregularidades en la firma de más de 170 contratos entre una empresa fundada por el periodista deportivo y el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

La presentación fue realizada ante el juez de instrucción Roberto Ponce para que investigue la supuesta «administración fraudulenta» de los dirigentes de PRO y también solicitó el «allanamiento» y el «inmediato secuestro de documentación» de la Dirección de Compras y Contrataciones del gobierno porteño.

Este hecho preanuncia nuevos carpetazos en los próximos días, tal vez con la idea de intimidar a la dirigencia opositora y, además, hacerle saber al establishment que el kirchnerismo no sólo está vivo sino también en condiciones de castigar a los que se pasen a la vereda de enfrente. Toda elección presidencial tiene una cuota de campaña sucia. Pero en este caso, donde los usuarios del poder se enfrentan a la posibilidad de terminar procesados si lo pierden, los niveles de virulencia pueden ser mucho mayores.

Definitivamente, la presidente no confía en que, si gana, Scioli sea un garante de que determinados jueces federales, para empezar Claudio Bonadío, no avancen en la investigación de las pistas de enriquecimiento ilícito suyo y de su familia. Tampoco le agradaría a ella la flamante idea del candidato del Frente para la Victoria de que al menos cuatro gobernadores oficialistas, Jorge Sapag, Sergio Urribarri, Maurice Closs y Francisco Pérez, integren su futuro gabinete de ministros. CFK no sólo quiere sino que necesita seguir siendo la “jefa del movimiento”. En un partido sin vida interna real como es el PJ, la jefatura partidaria, sin la conducción del Estado, parece una entelequia. Sólo Juan Domingo Perón pudo ejercer este tipo de poder sin ser presidente. Cristina se enfrenta a la dura realidad de un peronismo posmoderno que gira en torno a la distribución de áreas de poder en el Estado o de mandatos electivos que responden a las instrucciones del gobierno. Por lo tanto, el poder que ella puede conservar sólo se relacionará con cuantos legisladores, gobernadores e intendentes le respondan. Y esta concentración de poder sólo sería posible si Scioli está destinado a ser un presidente débil.

Todo para inventar

El otro factor, el crecimiento de las chances del ballotage, parece tener desconcertados a todos. En las democracias avanzadas, las negociaciones para una segunda vuelta presidencial presuponen la existencia de partidos sólidos que llegan a acuerdos que se deben hacer públicos conformándose nuevas alianzas sobre la base de las ya existentes.

Pero esta premisa de la existencia de partidos fuertemente consolidados no se cumple en la Argentina.

Ante un ballotage, Sergio Massa podría ser la niña bonita cuyos votos se los disputen tanto Scioli como Macri. Pero el massismo dista mucho de ser una fuerza orgánica. Más bien es un mosaico en el cual conviven ex kirchneristas, peronistas disidentes, radicales, independientes, etc. ¿Puede Massa arriar semejante conglomerado en alguna dirección sin que el mismo se fragmente?

El más estructurado de los partidos tradicionales, la UCR, no puede evitar que muchos de sus afiliados terminen votando a Margarita Stolbizer en un acto de repudio a Macri. En cuanto al PRO, para ganar un ballotage deberá enterrar su discurso antiperonista para que los votos de Massa no migren masivamente hacia Scioli. No menos complicada sería la cosa para el heterogéneo kirchnerismo. ¿Apelará CFK a la unidad de todas las fuerzas progresistas para frenar al supuesto avance de la derecha? De ser así y darle resultado, Scioli llegaría al poder gracias a una reacción casi desesperada de la izquierda en su conjunto. O sea que les debería el triunfo a aquellos con los que no comparte casi ninguna idea. Esta perspectiva acentuaría las probabilidades de que las tensiones broten rápidamente.

Y todo esto sin hablar de que es impensable que un acuerdo para ganar un ballotage excluya un reparto de cargos, algo que no está bien visto en la opinión pública argentina y sí en otras democracias que lo aceptan como algo normal.

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