Por Carlos Tórtora.-

La perspectiva de mediano plazo del macrismo a partir del 22 de octubre pasado se basó en algunas estimaciones que eran altamente probables. La primera, que el peronismo, golpeado en las urnas, no asumiría una batalla frontal para impedir el pacto fiscal, la reforma previsional y la reforma laboral, que es más o menos lo que está ocurriendo. Además, con el envión tomado en octubre, el gobierno haría valer el ejercicio de la presidencia del G-20 por parte de Mauricio Macri. Y ni que hablar si el Mundial de Rusia es ganado por la selección nacional. En este marco, la única oposición realmente molesta para la Casa Rosada en el 2018 sería el moyanismo y el sindicalismo de izquierda que, según las previsiones oficiales, quedarían aislados ante el enorme consenso reunido por el presidente. A todo esto, la nueva maquinaria electoral montada por Cambiemos trabajaría en el 2018 para ir acorralando a la masa de barones del conurbano que todavía retienen para el PJ los principales municipios de Buenos Aires. Si estos cayeran en el 2019, el peronismo quedaría convertido en una especie de confederación de gobernadores de provincias menores.

Pero una serie de hechos están modificando parcialmente el escenario previsto. Para empezar, en el peronismo se produjo un deslizamiento interno del poder político cuyas consecuencias son difíciles de avistar. En pocas semanas y con el visto bueno de los gobernadores y de la bancada de senadores que dirige Miguel Ángel Pichetto, muchos de los principales intendentes de la Primera y la Tercera Sección asumieron un rol renovador y se plantaron frente a la conducción partidaria de Fernando Espinoza exigiendo elecciones en el PJ bonaerense y un cambio de guardia. El cristinismo se lanzó de lleno a dar batalla pero enseguida fue obvio que estaba en franca minoría. Con la conducción de Gustavo Menéndez (Merlo), Martín Insaurralde (Lomas de Zamora), Walter Festa (Moreno), Esteban Grey (Esteban Echeverría), Julio Pereira (Florencio Varela), entre otros, inclinaron la balanza obligando a que Espinoza aceptara una lista de unidad donde el cristinismo tiene minoría, destacándose Verónica Magario (La Matanza) como Secretaria General. En pocas palabras, que CFK sufrió un golpe mucho más grave que el haber perdido las elecciones contra Esteban Bullrich: perdió la mayor parte de su aparato territorial, ya que en el interior su ascendiente es menor. De ahí su paso casi al silencio y su apuro en jurar como senadora nacional. En el gobierno hubo más preocupación que alegría. Con Cristina defenestrada como jefa, ya no le será tan fácil a la Casa Rosada polarizar a la opinión pública contra la década K. Pichetto, Massa, Menéndez y gobernadores como Sergio Uñac (San Juan) no representan para la sociedad la herencia cristinista y son poco vulnerables. Así es que la dialéctica Macri-Cristina, que le permitió al primero gobernar dos años con mucha ventaja, en la práctica hoy tiende a desaparecer. Un ejemplo es el ultracristinista Agustín Rossi, convocado por la ex presidente para reagrupar a sus leales en la Cámara de Diputados. En un reportaje en La Nación publicado ayer, Rossi se refirió a su supuesta jefa diciendo que “Cristina es una referencia muy importante” y que “no hay unidad posible del peronismo sin ella”. En otras palabras, que la reina ya no lo es y que deberá conformarse con conservar un lugar en la mesa.

El segundo factor que está alterando las previsiones del oficialismo es la aparición de dos cisnes negros difíciles de neutralizar: la tragedia del ARA San Juan y el rumbo ascendiente de la sedición mapuche. Cada hora que pasa van apareciendo testimonios de familiares de la tripulación del submarino y datos de irregularidades denunciadas sobre las reparaciones y el estado de mantenimiento del mismo; crece la presunción de que lo peor -la convicción de que están muertos- no es ni remotamente el final de la crisis. Macri está actuando con una prudencia matemática que no elude mostrar su desconfianza hacia la Armada. Por ejemplo, no dictó el duelo nacional porque la fuerza no dio oficialmente por fallecidos a los marinos. Tanta cautela obedecería a la convicción de que, si los submarinos especiales de rescate de las armadas rusa o de USA encuentran al ARA San Juan, a partir de ese momento se abriría un capítulo impactante sobre los alcances de la corrupción en los contratos del área de Defensa con una conclusión semejante a la de la tragedia del Once: la corrupción termina produciendo muertes. Pero las diferencias con la tragedia del Once son notables.

En este caso, todas las responsabilidades eran imputables a las gestiones de Julio de Vido en el Ministerio de Planificación y de los distintos secretarios de transporte que lo acompañaron. Pero en el caso del ARA San Juan, si la reparación de media vida de éste, que se terminó en el 2014, fue un negociado de la gestión de Nilda Garré, luego pasaron dos años, el 2016 y éste, en los cuales la administración macrista debió haber detectado estos hechos, impulsado las acciones judiciales y prohibido que el submarino navegara en condiciones de alto riesgo.

Por su valor estratégico y el enorme interés mediático que tienen los siniestros de naves de guerra, un escándalo en torno al ARA San Juan descalificaría internacionalmente al gobierno tal vez más que cualquiera de los demás casos, incluyendo el asesinato del fiscal Alberto Nisman.

El enorme interés que muestran tanto el Pentágono como el Kremlin en involucrarse en el tema no habla sólo de solidaridad, que la hay. Los grandes sistemas de defensa necesitan tener en claro no sólo qué pasó sino las causas y todos los hechos que rodearon la tragedia. Y, desde ya, esto le bajaría la nota al gobierno argentino y aumentaría las dudas sobre su capacidad de proveer seguridad a la cumbre del G-20.

La palabra papal

El otro cisne negro, el alzamiento de la RAM, no es nuevo pero el gobierno está pagando una vez más su improvisación en los temas de seguridad e inteligencia. Era sabido que dos hechos impulsaban a la RAM a tomar un protagonismo cada vez mayor: el calendario del G-20 y la visita papal a Chile entre el 15 y el 18 de enero próximo. Lo del G- 20 es más un tema de seguridad pero la cuestión con el Vaticano es más densa. La presencia de Francisco casi en la frontera argentina recordará que tiene cancelada de su agenda la visita argentina. El Papa ya tiene postura tomada en el conflicto mapuche y es que el gobierno debe sentarse a negociar mayores concesiones de tierras y beneficios económicos, que es lo que ha hecho recientemente el gobierno de Michelle Bachelet. El argumento -verdadero- de que el RAM es sólo una pequeña minoría de la comunidad mapuche esconde una falacia. Se trata de un brazo armado que actúa creando condiciones para negociar mejor. La reciente muerte de Rafael Nahuel en un enfrentamiento armado con la Prefectura les permitió a los mapuches victimizarse más y recibir un apoyo muy firme del Vaticano. Macri parece cercado y con intenciones de hacer concesiones si con las mismas detiene una escalada de violencia. Desde ya que no se puede negar el enorme peso mediático del Papa. Si éste desde Chile fuera crítico del gobierno argentino, el macrismo sentiría el golpe. Y la lectura local sería que Francisco es el patrocinador de la resistencia al ajuste y el primer opositor a la reelección presidencial.

Los cisnes negros que empiezan a dificultar la marcha triunfal del macrismo aparecen simultáneamente con otros frentes de conflicto.

La coincidencia entre la pulseada por la reforma laboral y la detención del vicepresidente de Independiente Noray Nakis y de unos 20 barras bravas del club, acusados todos de asociación ilícita, es demasiado grande como para creer en casualidades. Para Hugo Moyano fue un acto de guerra y en su entorno hablan de que el yerno de éste, el presidente de la AFA Fabián “Chiqui” Tapia, puede ser un blanco judicial del macrismo, siempre en relación a los negocios entre dirigentes y barra bravas. Surge en el medio de esto la información de reuniones que habría mantenido Marcelo Tinelli con enviados de Macri y que aquél podría pactar con el oficialismo si le abren el camino para desplazar a Tapia.

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